Gracias a su sabor único, el croissant se ha consagrado como una de las piezas de bollería clave en la gastronomía francesa. Desde las panaderías parisinas hasta nuestras meriendas más deliciosas, este alimento es un clásico en la dieta de muchas personas. Sin embargo, dado su contenido calórico, su consumo debe ser más bien limitado, pues puede contribuir a un aumento de peso indeseado.
Aunque depende en gran medida de la receta con la que se ha preparado, el tamaño y si lleva relleno o coberturas de chocolate o azúcar glas, un croissant tiene aproximadamente 406 calorías, según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). Hay quienes piensan que las calorías son “negativas” en sí mismas, cuando realmente son fundamentales para nuestro cuerpo, ya que se necesitan para funcionar, para que nuestro corazón tenga la fuerza para latir y nuestros pulmones para seguir trabajando. No obstante, si se consumen más calorías de las que se gastan, pueden aparecer problemas metabólicos, como hipertensión, diabetes y obesidad.
El clásico croissant francés se logra mediante un proceso laborioso de laminado con mantequilla que no solo contribuye a su sabor único, sino también a su perfil nutricional. Gran parte de las calorías provienen de la mantequilla utilizada en su elaboración, pues un promedio contiene entre 20 y 23 gramos de grasa, de los cuales aproximadamente 12 gramos son grasas saturadas. Estas grasas son una fuente concentrada de energía, pero en exceso pueden estar asociadas con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares.
Otro gran porcentaje de calorías proviene de la harina de trigo refinada. Los carbohidratos del croissant se descomponen rápidamente en glucosa, lo que puede causar picos de azúcar en sangre y hambre poco tiempo después de consumirlo. Y aunque no es excesivamente dulce, puede contener azúcares añadidos, especialmente si incluye rellenos o glaseados.
¿Por qué es aconsejable limitar el consumo de bollería?
Aunque los croissants y otros productos de bollería pueden ser deliciosos, su consumo frecuente o en grandes cantidades puede tener implicaciones negativas para la salud. A pesar de ser un alimento con una alta densidad calórica, su valor nutricional es limitado. Aporta grasas, carbohidratos y algo de proteína, pero carece de nutrientes esenciales como vitaminas, minerales y fibra. Esto lo convierte en una opción poco saciante y menos nutritiva en comparación con otros alimentos más equilibrados. Siendo conscientes de ello, es también importante no demonizar ningún alimento, pues todos aportan algún beneficio a nuestro cuerpo y pueden consumirse de forma esporádica.
El consumo excesivo de alimentos ricos en grasas y carbohidratos refinados también puede contribuir al aumento de peso si no se controla la ingesta calórica total. Las calorías “vacías” de la bollería pueden acumularse rápidamente, especialmente si se consumen como parte de desayunos o meriendas regulares.
Los carbohidratos refinados y las grasas saturadas presentes en los croissants pueden tener un impacto negativo en la salud metabólica. Un consumo frecuente puede aumentar los niveles de colesterol LDL (conocido comúnmente como el colesterol “malo”) y triglicéridos, así como la resistencia a la insulina, factores que incrementan el riesgo de enfermedades como la diabetes tipo 2 y la aterosclerosis. Por todo ello, también puede causar picos y caídas en los niveles de azúcar en sangre. Esto puede generar una sensación de energía momentánea, seguida de cansancio y hambre poco tiempo después, lo que fomenta el consumo excesivo de calorías a lo largo del día.