Hay cuatro lugares en el mundo conocidos como “zonas azules” en las que, por un motivo u otro, gran parte de la población alcanza edades más allá de los 100 años con las que otros no pueden más que soñar, y de forma completamente natural. Por otro lado, y al mismo tiempo, es cada vez más común que personas del occidente más temeroso de la ancianidad dediquen todo su tiempo y parte de su fortuna a tratar de descubrir el Santo Grial de la juventud.
Aunque no hay receta definitiva para alargar la existencia, estos cuatro puntos geográficos pueden servirnos como pistas en ese mapa del tesoro que sería la eterna juventud.
Estas cuatro “zonas azules” son la isla japonesa de Okinawa, la península de Nicoya en Costa Rica, la región montañosa de Nuoro en Cerdeña, y la isla griega de Ikara, una ínsula en mitad del mar homónimo en el Egeo, una de las islas griegas más cercanas al litoral turco.
Ikara, la isla mediterránea de centenarios
En esta isla de 254 kilómetros de superficie (aproximadamente una sexta parte de la isla de Gran Canaria) viven menos de nueve mil personas. De todas ellas, casi una de cada tres vive más de 90 años, frente a la media de 85 años en mujeres y 79,5 en hombres estimada en España. Además, las tasas de enfermedades crónicas como enfermedades cardíacas, diabetes y cáncer son significativamente más bajas en comparación con los países industrializados.
“Eres lo que comes”, dice el refrán, y la verdad es que es cierto: la energía que promueve la regeneración celular (ya que el cuerpo humano es un sistema en constante renovación) y alimenta el organismo para la correcta realización de sus funciones se recibe del procesamiento de alimentos, por lo que aquellos que sean nocivos aportarán dichos valores nocivos al cuerpo. Por ejemplo, comer alimentos ultraprocesados aumenta la cantidad de microplásticos en el cuerpo. Y, claramente, los microplásticos en el cuerpo no solo no hacen falta, sino que hacen mal.
El Santo Grial pudo ser una cabeza de ajo
Partiendo de la base de que una buena alimentación es clave para una buena salud, cabe asumir que los hábitos alimenticios de los habitantes de Ikara tienen un rol importante en esa longevidad que presenta su población.
Y es que no podía ser de otra manera: los habitantes de esta isla consumen la dieta mediterránea, que mejora la salud cardiovascular y reduce las probabilidades de desarrollar enfermedades no transmisibles como el cáncer, la diabetes, y la demencia, entre otras. Muchas frutas, verduras, frutos secos y aceite de oliva. Muy poca carne roja, alimentos procesados y azúcares añadidos. Y, además, un alimento barato, común en cualquier hogar, y con propiedades ampliamente desconocidas, aun siendo conocimiento accesible: el ajo.
Este ingrediente, uno de los esenciales de la cocina mediterránea es rico en aliina, una sustancia con propiedades antibióticas, antiinflamatorias, antioxidantes e incluso antihipertensivas. Por si fuera poco, también ayuda a reducir los niveles de colesterol malo, al tiempo que aumenta el colesterol bueno, lo que reduce el riesgo de coágulos sanguíneos y accidentes cerebrovasculares. Fortalece el sistema inmunológico, reduce el riesgo de ciertos cánceres, facilita la digestión, ayuda a eliminar toxinas del organismo… un alimento sorprendente.
El ajo ayuda, pero no tanto
Aunque sería estupendo que fuera tan fácil, lo cierto es que comer ajo tiene que ver, pero no tanto. El demógrafo belga Michel Poulain, que descubrió la primera zona azul, publicó un artículo para tratar de desmentir esta idea de que la alimentación es la única clave para una larga vida: “De lo contrario, habría zonas azules en todas partes “, bromeaba Poulain. Según él, la dieta solo representa el 15% del saldo.
Realmente hay una variedad de causas que pueden provocar esa longevidad. La alimentación, por supuesto, pero también el medio ambiente, la cultura, la calidad del aire y del agua, y, cómo no, la predisposición genética son varios de los factores que ayudan a vivir más tiempo. De los genes no se puede huir. De todo lo demás, sí.