“No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte como la necesidad de la protección de un padre”. Esto lo dijo Freud, que, como todo el mundo sabe, no debía de tener la relación más sana del mundo con sus progenitores, especialmente con su madre. Sin embargo, no le faltaba razón: la relación de los padres con sus hijos, sea positiva o negativa, puede marcar a estos para siempre. Y es que —y terminamos con las citas—, como escribió Jardiel Poncela: “Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”.
En este sentido, ahora que está tan de moda hablar de parejas “tóxicas”, hay otro tema menos popular pero tal vez más importante: ¿Cómo es posible saber si unos padres son tóxicos? En numerosos artículos e investigaciones, los psicólogos coinciden en varias claves, que repasamos aquí.
Características de los padres tóxicos
El concepto de padres tóxicos no se limita a progenitores abusivos en el sentido tradicional —es decir, maltratadores físicos o psicológicos—, sino que abarca una serie de comportamientos dañinos que pueden afectar profundamente el bienestar emocional de los hijos. Estas conductas no siempre son intencionadas: en muchos casos, los padres no son conscientes del daño que causan.
La primera modalidad de paternidad tóxica es la más obvia: el abuso. Además del maltrato físico, los padres tóxicos también pueden ser abusivos verbal y emocionalmente, generando un daño igual de profundo. Las agresiones verbales pueden ir desde descalificaciones como “esto no te va a salir” hasta insultos directos que hieren la autoestima, como “eres un inútil” o “nadie te va a querer”. Según los psicólogos, este tipo de abuso emocional puede ser tan perjudicial como el físico, y es más difícil de detectar y sanar.
Pero los padres tóxicos pueden ser más sutiles. Otra característica habitual de estas personas es que sean unos manipuladores. Estos progenitores suelen utilizar tácticas como el chantaje emocional para controlar a sus hijos, a menudo haciéndose las víctimas para generar culpa. Este tipo de abuso emocional es particularmente nocivo porque crea una relación basada en la dependencia emocional y el temor a desagradar al padre o la madre.
Un ejemplo son las madres (o padres) que no quieren que sus hijas (o hijos) se alejen de casa. Estas madres pueden utilizar comentarios negativos y críticas constantes hacia las parejas de sus hijas para manipularlas y mantenerlas cerca, lo que genera un sentimiento de culpa en ellas y dificulta su capacidad para tomar decisiones autónomas.
Otra ‘modalidad’ son los padres controladores: aquellos que, en lugar de fomentar la independencia y autonomía de sus hijos, los mantienen bajo una estricta supervisión y dirección. Tradicionalmente, los padres de generaciones anteriores imponían límites estrictos para lograr la sumisión de sus hijos, obligándolos a seguir ciertas carreras o tradiciones familiares. Esta imposición generaba una sensación de incapacidad en los hijos para tomar decisiones por sí mismos.
La sobreprotección y la indulgencia: cuando el amor excesivo es tóxico
En las últimas décadas, sin embargo, el control ha adoptado una nueva forma: la sobreprotección. En un intento de evitar cualquier sufrimiento o frustración, muchos padres modernos limitan la libertad de sus hijos y los sobreprotegen, lo que les impide desarrollar habilidades para enfrentar los desafíos de la vida. Este tipo de crianza produce hijos que no saben manejar sus emociones y que se frustran fácilmente ante los obstáculos más pequeños, y también es una forma sutil de maltrato.
En el otro extremo, por último, están los padres negligentes, los que son permisivos en exceso, temerosos de imponer límites y enfrentar los conflictos que estos puedan generar. Esto lleva a una falta de estructura en la vida del hijo, que se traduce en descuido de sus necesidades emocionales, físicas y sociales.
Mientras que en el pasado la negligencia se manifestaba a través de la ausencia o la indiferencia, hoy en día se presenta en forma de indulgencia excesiva. Por ejemplo, estos padres permiten que sus hijos falten a la escuela, no hagan sus tareas o coman lo que deseen, sin preocuparse por las consecuencias. Esto genera lo que se conoce como una generación de “niños tiranos”, que no respetan la autoridad, no saben tolerar la frustración y carecen de empatía hacia los demás.