SIBO y ansiedad: cómo influye la mente en el sobrecrecimiento bacteriano

El cerebro y la microbiota intestinal están relacionadas por el eje intestino-cerebro, una interacción bidireccional entre ambos órganos

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Representación del eje intestino-cerebro (Shutterstock España)
Representación del eje intestino-cerebro (Shutterstock España)

La relación entre el sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado (SIBO) y la ansiedad ha sido objeto de creciente interés en la investigación médica en los últimos años. El SIBO es una condición en la que un exceso de bacterias, que normalmente se encuentran en otras partes del tracto digestivo, colonizan el intestino delgado. Dicho desequilibrio puede generar múltiples problemas digestivos, pero sus efectos no se limitan únicamente al intestino.

Cada vez es más la evidencia sugiere que el SIBO también podría tener un impacto directo en la salud mental, particularmente en el desarrollo y la exacerbación de trastornos de ansiedad. Esta conexión está mediada principalmente por dos vías clave: el eje intestino-cerebro y los efectos de la inflamación crónica sobre el sistema inmunológico, como recogen los expertos de la farmacéutica Welnia en su página web.

El papel del eje intestino-cerebro

El intestino y el cerebro están conectados por una red de comunicación bidireccional conocida como el eje intestino-cerebro, una interacción permite que el cerebro influya en el funcionamiento intestinal y que el intestino envíe señales al cerebro. Una de las formas en que el intestino se comunica con el cerebro es a través de la microbiota intestinal, una comunidad compuesta por miles de millones de microorganismos que incluyen bacterias, virus, hongos y otros. Estos microorganismos no solo son cruciales para la digestión y la absorción de nutrientes, sino que también juegan un papel vital en la producción de neurotransmisores y en la modulación de la actividad del sistema nervioso.

Cuando hay un desequilibrio en el microbioma intestinal, como ocurre en el SIBO, puede alterarse esta comunicación bidireccional entre el intestino y el cerebro. Por ejemplo, las bacterias intestinales producen ácidos grasos de cadena corta y otros metabolitos que influyen en la función del sistema nervioso entérico (el “segundo cerebro” en el intestino) y en la producción de neurotransmisores. Estos compuestos pueden viajar a través del nervio vago, que conecta el cerebro con el intestino, afectando la química cerebral y, en consecuencia, el estado de ánimo.

En situaciones de disbiosis, es decir, un desequilibrio en la composición del microbioma, puede verse afectada la producción de neurotransmisores como la serotonina y el GABA, que tienen un impacto directo en el estado emocional. La serotonina es particularmente importante, ya que el 95 % de este neurotransmisor se produce en el intestino. Cuando la producción de serotonina está comprometida debido a un desequilibrio en el microbioma, puede influir negativamente en el estado de ánimo y contribuir a síntomas de ansiedad. De esta manera, el microbioma intestinal y el eje intestino-cerebro juegan un papel crucial en la regulación de la salud mental.

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La respuesta inmunológica

El SIBO también puede desencadenar una respuesta inflamatoria crónica en el intestino, pues la proliferación de bacterias en el intestino delgado lleva a la producción de toxinas y compuestos inflamatorios, que activan el sistema inmunológico. Este proceso puede dañar el revestimiento intestinal, lo que lleva a un aumento en la permeabilidad intestinal (a menudo conocido como “intestino permeable”). Como resultado, las toxinas bacterianas y otras sustancias que normalmente se mantendrían dentro del intestino pueden entrar en el torrente sanguíneo, desencadenando una respuesta inflamatoria sistémica.

La inflamación crónica generada por el SIBO no solo afecta al intestino, sino que también tiene un impacto en el cerebro. Recientes estudios han demostrado que la inflamación está estrechamente relacionada con trastornos del estado de ánimo como la ansiedad y la depresión. Cuando el cuerpo está en un estado constante de inflamación, se liberan citocinas proinflamatorias, que son unas moléculas capaces de cruzar la barrera hematoencefálica y afectar directamente la función cerebral. Las citocinas inflamatorias pueden interferir con la producción de neurotransmisores y alterar la neuroplasticidad, lo que lleva a síntomas de ansiedad y otros problemas emocionales.

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