Cuál es el efecto de los refrescos en el estómago

El Centro Médico-Quirúrgico de Enfermedades Digestivas alerta de los daños que provocan en el sistema digestivos las bebidas con gas

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Estante de supermercado con bebidas azucaradas (Shutterstock España)
Estante de supermercado con bebidas azucaradas (Shutterstock España)

Una persona en España bebe de media más de 42 litros de bebidas con gas al año; 22 de esos litros son refrescos de cola, según los datos del último estudio de la Universidad Complutense de Madrid. Las constantes campañas de publicidad en torno a los refrescos han logrado situar estas bebidas en todas y cada una de las reuniones sociales de la sociedad moderna. Sin embargo, tras esas burbujas se encuentran múltiples efectos negativos para la salud, especialmente en el sistema digestivo.

El doctor Domingo Carrera es médico especialista en nutrición del Centro Médico-Quirúrgico de Enfermedades Digestivas (CMED) alerta de cuáles son los perjuicios que los refrescos pueden causarnos en el estómago. Una de las características más perjudiciales de los refrescos carbonatados es su naturaleza agresiva e irritante para la mucosa que recubre todo el tracto digestivo. Desde el momento en que entran en contacto con la boca, estas bebidas carbonatadas comienzan a liberar dióxido de carbono, que puede ser irritante para las membranas mucosas sensibles de la garganta y el esófago.

Este efecto se agrava cuando el ácido carbónico se disocia en el estómago, donde contribuye a un ambiente más ácido. Esto estimula la producción excesiva de ácido gástrico, que a su vez puede desencadenar problemas como la acidez estomacal y el reflujo gastroesofágico.

Además de estimular la producción de ácido, estas bebidas azucaradas también tienen un impacto en la relajación de los esfínteres esofágicos y el píloro, contribuyendo a un flujo inadecuado de alimentos y ácidos a través del sistema digestivo. Esto termina llevando a síntomas como la sensación de hinchazón abdominal y la incomodidad generalizada después de comer.

Las burbujas presentes en estas bebidas, resultado de la carbonatación, pueden parecer inofensivas pero representan una sobrecarga de sales minerales para el cuerpo. La carbonatación implica la liberación de dióxido de carbono, que se convierte en ácido carbónico en el estómago. Este proceso altera el equilibrio ácido-base en el cuerpo y, en algunos casos, contribuye a la desmineralización ósea si no se compensa adecuadamente con una ingesta suficiente de minerales alcalinizantes.

Otro componente crítico de los refrescos y bebidas carbonatadas es su alto contenido de azúcar de tipo simple que pueden ocasionar no solo problemas de salud metabólica y obesidad, sino que también afecta directamente la salud digestiva. El consumo frecuente de azúcares puede alterar la flora intestinal, favoreciendo el crecimiento de bacterias no deseadas y desencadenando problemas como el síndrome del intestino irritable.

A nivel más general, el consumo regular de refrescos y bebidas con gas se asocia con un mayor riesgo de enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares, debido a su contenido de azúcares y otros aditivos artificiales. Estas enfermedades, a su vez, pueden tener efectos secundarios adversos adicionales sobre el sistema digestivo, exacerbando condiciones preexistentes.

Episodio: Los síntomas de la diabetes.

¿Son mejores los refrescos ‘light’?

Es de saber popular que los refrescos no son una opción saludable para incluir en nuestra dieta. Por ello, muchas personas optan por consumir las versiones ‘lights’ o cero de estas bebidas pensando que son más beneficiosas o, al menos, menos perjudiciales para el organismo. Sin embargo, los refrescos ‘lights’ tampoco son buenos, pues los azúcares refinados se sustituyen por edulcorantes artificiales.

Si se toman en grandes cantidades, los edulcorantes alteran la flora bacteriana intestinal, algo que cada vez se relaciona más con enfermedades como la obesidad u otras patologías digestivas. El ciclamato es uno de esos edulcorantes artificiales del que ya se ha observado científicamente sus capacidades carcinógenas.

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