“Sí, seguimos abiertos. Y no, ni nos gustan las fotos, ni se hacen reservas”. Es la única frase que se puede leer en la página web de esta histórica taberna madrileña. La Venencia es una de las visitas imprescindibles en la capital para aquellos amantes del vino, un bar fundado en 1928 que conserva intacta la esencia del Madrid de la época.
Ubicada en la calle Echegaray, esta taberna nos permite hacer un verdadero viaje en el tiempo. Rodeada de modernas coctelerías y restaurantes que aún cuelgan el cartel de ‘New Opening’, La Venencia lleva casi un siglo con la misma decoración, la misma carta de vinos y las mismas tradiciones.
Como bien se lee en su sencilla web, no hacer fotos es una de las normas que se deben seguir para tomar algo en La Venencia. La petición de no fotografiar ni compartir imágenes del interior del local viene de la época en que la clientela de La Venencia debía desconfiar de los espías fascistas y, a día de hoy, se mantiene como una forma de amparar la esencia de una taberna que aspira a mantener su clientela habitual y no a volverse viral en Instagram. Tampoco son partidarios de dejar propina, por respeto a los principios del bar, ni de acompañar su sala con música de fondo. Las conversaciones y el ruido de las botellas son la única banda sonora que La Venencia necesita.
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Los propietarios de La Venencia rehúyen la publicidad y confían en el mejor patrocinio que existe en el mundo de la gastronomía: el boca a boca de sus clientes habituales. Pero este discreto y modesto local ha conquistado a eruditos del vino, expertos de todas partes del mundo que valoran la autenticidad de esta especial taberna. El lugar conserva intactas sus paredes oscurecidas, su mobiliario de madera y su luz lúgubre, con la única decoración de las botellas de Jerez con etiquetas descascarilladas de sus estanterías y algunos carteles de festivales que hace décadas que dejaron de existir.
Su interior, un pasillo largo de techos altos, recuerda a los viejos ambientes de tertulia de mediados del siglo XX. Una barra de madera flanqueada por un surtido de mesas y sillas recorre toda la sala. En esta barra es donde los camareros escriben cada pedido, con tiza como se hacía antaño. La estética la han tratado de mantener los últimos propietarios que la cogieron en los años ochenta, los hermanos Criado, dos estudiantes universitarios que tenían este local como bar de confianza y decidieron quedarse con el negocio tras el fallecimiento de Juan, dueño y descendiente directo de los fundadores.
Vino de Jerez y tapas castizas
En La Venencia solo se sirven vinos del Marco de Jerez, vinos a granel que salen de los grifos de las botas que emergen detrás de la barra. No se menciona a los productores, basta con acercarse a la barra de madera para pedir uno de los cinco jereces disponibles: Manzanilla, Fino, Amontillado, Oloroso y Palo Cortado. Cada uno de estos jereces, de precio modesto, tiene una calidad única. Se piden por copa (a 2 euros y 2,50 euros), por media botella (a 8 y 9 euros) o por botella entera (a 14 euros y 16 euros). No intentes pedir una caña o un refresco; solo se sirve jerez y agua del grifo.
En cuanto a su oferta culinaria, es tan sencilla y deliciosa como su carta de vinos. Unas rodajas de chorizo, un atún en conserva, aceitunas, unas lonchas de queso manchego, mojama curtida o tal vez una tapa de anchoas son algunos de los bocados que acompañan la velada.