Karlos Arguiñano lleva más de 40 años en el mundo de la gastronomía y, en estas cuatro décadas de trabajo, ha conseguido ganarse el cariño de muchos españoles y también el de amantes de la cocina de todas partes del mundo. El chef de origen vasco es uno de los cocineros más mediáticos y conocidos de España debido a su larga trayectoria en televisión, con uno de los programas de cocina más longevos del país, que sigue triunfando gracias a sus trucos, sus recetas y a su curioso sentido del humor.
Además de su papel como presentador televisivo, el cocinero da nombre a su restaurante familiar, un hotel cuya oferta gastronómica ha conseguido el reconocimiento de guías y expertos en todo el mundo. Situado en Zarautz, uno de los pueblos más bellos de la costa de Guipúzcoa, este restaurante se ha convertido en todo un referente de la cocina vasca en España, un establecimiento que lleva funcionando desde 1979. Pero antes de ser un cocinero de éxito, Karlos Arguiñano tuvo otras labores dentro del mundo de la restauración.
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Con solo 17 años, Arguiñano decidió apuntarse a la Escuela de Hostelería del Hotel Euromar, en Zarauz, dirigido por Luis Irizar. Como parte del curso, el cocinero tuvo que trabajar haciendo prácticas como camarero. En uno de sus programas, mientras cocinaba un delicioso pollo guisado en salsa de manzana, el cocinero contó una anécdota que define a la perfección su trayectoria antes de entrar a los fogones, una “historia muy bonita” vivida de joven, cuando apenas tenía 20 años.
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Una anécdota de su tiempo como camarero
En esa época, el cocinero se encontraba haciendo prácticas en el hotel María Cristina de San Sebastián, haciendo de camarero en los banquetes que allí se celebraban. Como cuenta el propio Arguiñano, los camareros que trabajaban en estos grandes banquetes debían ir de etiqueta. “Los camareros servían todos con frac. Ya sabéis, ese traje con cola elegante”, explicaba el cocinero. Pero estos trajes tenían un truco escondido: “En cada cola del frac, las mujeres en su casa les habían hecho unas bolsas de plástico acopladas”, recordaba el cocinero.
“Cuando iban con la bandeja, imaginaros una bandeja grande, con 20 langostinos que iban ofreciendo por las mesas. Y cuando sobraban 6 u 8 langostinos, cuando iban a la cocina en lugar de llevarlos… los volcaban en la cola del frac. A la bolsa, 8 o 10 langostinos”, afirmaba sonriente, desvelando una de las anécdotas más curiosas de su tiempo como camarero, una época que recuerda con cariño.
Pero los camareros de estos exclusivos banquetes no se conformaban con unos cuantos langostinos. “Luego venía el segundo plato, plato importante: solomillo de buey con guarnición de chalotas, trufa… Diez solomillos, se ofrecía a ver quién quería repetir… y en el rato que iban del comedor a la cocina, en el office, sacaban la otra cola y... Seis solomillos. Luego iban al vestuario, dejaban allí las bolsas y… 15 langostinos y seis solomillos, para casa”, contaba entre sonrisas el cocinero.
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