Un análisis de The New York Times reveló que existe una amplia brecha de género en cuanto al tiempo y las oportunidades para ejercitarse, y cómo este fenómeno impacta en la salud y el bienestar de las mujeres. La historia de Neha Ruch, una madre de 39 años de Nueva York, ilustra esta disparidad.
Ruch, después de un largo día de actividades familiares, apenas logra encontrar unos minutos para hacer ejercicio a las 6:15 de la tarde. Sin tiempo para cambiarse, comienza su rutina en una elíptica improvisada en un armario de su hogar, pero se enfrenta a interrupciones constantes: primero, su hija le pide que vaya a darle las buenas noches, y luego su hijo le pide ayuda para encontrar algo que hacer.
Cansada, decide detener el ejercicio y cede al agotamiento, quedándose en el sofá. La historia de Ruch refleja un problema cotidiano para millones de mujeres que, como ella, intentan hacer malabares entre sus propias necesidades y las demandas familiares, sacrificando así su salud física y mental.
Brecha de género en el ejercicio: datos alarmantes
Estudios recientes destacan la magnitud de esta disparidad en el ejercicio entre hombres y mujeres. En un análisis de 400.000 estadounidenses, solo el 33% de las mujeres cumplen con las recomendaciones semanales de actividad aeróbica, en comparación con el 43% de los hombres.
Otros estudios, como una investigación de 2017 que abarcó 147 países, confirman que este patrón es constante y se observa en distintas edades y contextos demográficos. Desde niñas y adolescentes hasta mujeres adultas, el acceso y las oportunidades para realizar actividad física siguen siendo notablemente menores que las que tienen sus pares masculinos.
Expertos señalan que el “vacío de ejercicio” en las mujeres está directamente relacionado con la cantidad de tiempo y el esfuerzo que dedican al cuidado del hogar y de los demás. Las mujeres, especialmente en la adultez, asumen una mayor carga de trabajo no remunerado en sus hogares, lo que limita su tiempo disponible para el ejercicio y el autocuidado.
Stephanie Roth-Goldberg, trabajadora social y terapeuta, explica que entre sus pacientes mujeres la actitud común es encontrar momentos “donde puedan colarse”. Esto se traduce en que las mujeres suelen hacer ejercicio solo cuando no tienen responsabilidades inmediatas con sus familias, lo que las empuja a priorizar la salud y el bienestar de otros por encima del suyo propio.
Una encuesta realizada en 2023 respalda esta tendencia: apenas el 4% de las madres considera su propia salud como un indicador de éxito personal, mientras que el 31% percibe la salud de sus hijos como el parámetro más importante. La psicoterapeuta Roth-Goldberg observa que, en su afán de priorizar las necesidades de la familia, muchas mujeres terminan sacrificando aspectos esenciales de su bienestar, como el sueño o las oportunidades sociales, en favor de otros miembros del hogar.
Consecuencias a largo plazo para la salud de las mujeres
Esta falta de tiempo para el ejercicio tiene consecuencias alarmantes. Aunque las mujeres tienden a vivir seis años más que los hombres en promedio, una mayor proporción de su vida transcurre en condiciones de salud deteriorada. Enfermedades crónicas como la cardiopatía, la diabetes y la depresión afectan más a las mujeres que no realizan suficiente actividad física, lo que impacta tanto en su calidad de vida como en sus niveles de energía y bienestar emocional.
Además, un estudio de 2024 subraya que las mujeres podrían beneficiarse más que los hombres con la misma dosis de ejercicio, aunque aún se desconoce completamente por qué. Según la cardióloga Martha Gulati, coautora del estudio y directora asociada del Barbra Streisand Women’s Heart Center en el Hospital Cedars-Sinai, “hacer algo es mejor que no hacer nada para ambos”, pero en las mujeres, los beneficios pueden ser mayores. Gulati explica que, aunque se necesitan más estudios para comprender las bases de este fenómeno, los datos sugieren que el ejercicio puede tener un efecto positivo adicional en la salud femenina.
Esta brecha de género en el ejercicio no es un fenómeno que aparezca en la adultez, sino que comienza desde la infancia y se agrava con el paso del tiempo. La investigadora Melissa Bopp, profesora de kinesiología en la Universidad Estatal de Pensilvania, destaca que desde la adolescencia los varones suelen tener más acceso a instalaciones deportivas y oportunidades para realizar actividad física que sus pares femeninas.
En 2019, aproximadamente 3,4 millones de niñas participaron en deportes en escuelas secundarias en Estados Unidos, un millón menos que los varones. Esto crea una situación en la que los hombres suelen llegar a la adultez con una mayor confianza en sus capacidades físicas y más familiarizados con los entornos de ejercicio, como gimnasios y salas de musculación.
Además, las mujeres suelen reportar sentirse menos seguras mientras realizan actividad física y enfrentan tasas de acoso más altas que los hombres. Este ambiente incómodo puede desincentivar la práctica del ejercicio, agravando la desigualdad. Aun cuando se sienten cómodas en estos espacios, Bopp señala que los motivos por los que las mujeres y los hombres hacen ejercicio suelen diferir: mientras que muchos hombres reportan hacerlo por disfrute personal, las mujeres indican hacerlo por razones de apariencia, como perder peso, lo cual reduce su potencial para aliviar el estrés y aumenta la presión por cumplir ciertos estándares estéticos.
La falta de tiempo: principal barrera para el ejercicio femenino
Los expertos coinciden en que la barrera más importante para el ejercicio en las mujeres es el tiempo disponible, afectado por las normas sociales que determinan cómo deben emplearlo. Según un informe de 2024, las mujeres tienen, en promedio, un 13% menos de tiempo libre que los hombres debido a su mayor carga de trabajo no remunerado.
El grupo más afectado son las mujeres de entre 35 y 44 años, quienes disponen de una hora menos de tiempo libre al día que sus pares masculinos. En los hogares donde hombres y mujeres comparten responsabilidades domésticas, ellas suelen tener menos control sobre su tiempo, debido a que sus tareas deben ser realizadas en momentos específicos, como preparar almuerzos para los hijos antes de la escuela o preparar la cena.
Eve Rodsky, autora de Fair Play, un libro sobre soluciones para una división equitativa del trabajo en el hogar, explica que las tareas que los hombres suelen asumir pueden planearse en torno a sus horarios laborales y de ocio, como cortar el césped o realizar reparaciones domésticas. Por otro lado, las tareas de las mujeres deben coordinarse con las necesidades de otras personas en el hogar, lo que reduce su capacidad de organizar su tiempo libre para realizar actividades que beneficien su salud.
A pesar de estas barreras, los expertos sugieren algunas estrategias para ayudar a las mujeres a incorporar la actividad física en su vida cotidiana. Para Bopp, una forma efectiva es contar con una amiga o compañera de ejercicio, lo cual no solo fomenta la responsabilidad mutua, sino que ayuda a sentirse más cómodas en los espacios de ejercicio.
También propone un cambio de perspectiva, sugiriendo que las mujeres reinterpreten el ejercicio como una parte de su rol de cuidadoras, en el sentido de que cuidarse a sí mismas les permite cuidar mejor de los demás. Además, Gulati destaca que cualquier cantidad de movimiento es mejor que nada, y que pequeños momentos de ejercicio a lo largo del día pueden sumar un impacto importante a lo largo del tiempo.
Para muchas mujeres, una estrategia fundamental es aprender a aceptar las fluctuaciones en sus rutinas de ejercicio, celebrando los logros y manteniendo la autocompasión en tiempos de menor actividad. Como observa Rodsky, las mujeres que logran mantener el ejercicio a largo plazo son aquellas que muestran flexibilidad y comprensión consigo mismas. Neha Ruch, quien fundó un grupo de apoyo para mujeres que optan por hacer una pausa en sus carreras para criar a sus hijos, está trabajando en aceptar los beneficios de un “buen ejercicio suficiente” en su vida actual, sin exigirse un ideal de perfección.