- La subida de las temperaturas nocturnas ha incrementado la pérdida de horas de sueño en un 5% en los últimos cinco años.
- Dormir en ambientes calurosos impacta la salud cardiovascular y el bienestar físico y mental.
- Se estima que para 2050 el uso global de aire acondicionado se triplicará, intensificando el problema ambiental.
Lo esencial: el aumento de las temperaturas nocturnas debido al cambio climático está afectando seriamente el descanso de millones de personas en todo el mundo. Según un estudio de la revista The Lancet, el calor nocturno ha incrementado en un 6% la pérdida de sueño en 2023, año con temperaturas récord. Este fenómeno dificulta la capacidad del cuerpo para recuperarse, aumenta la presión arterial y eleva el riesgo de enfermedades cardíacas y mentales.
Por qué importa: el problema se agrava en ciudades y áreas de bajos ingresos, donde el acceso a sistemas de refrigeración es limitado, exacerbando la vulnerabilidad ante el calor nocturno.
- Dormir menos debido al calor eleva el riesgo de hipertensión y accidentes cerebrovasculares.
- La exposición al calor en ciudades crea “islas de calor”, aumentando el impacto en zonas urbanas.
- Soluciones como techos verdes y la expansión de áreas verdes urbanas son cada vez más urgentes.
A medida que el planeta se calienta, las noches se tornan más cálidas y el sueño de millones de personas en el mundo se ve cada vez más afectado. Este es un problema silencioso y gradual que, aunque no tan evidente como los eventos climáticos extremos, tiene profundas consecuencias en la salud y calidad de vida.
Según el último informe de la revista médica The Lancet, el aumento de las temperaturas nocturnas en los últimos cinco años provocó un incremento de un 5% en las horas de sueño perdidas a nivel global en comparación con los datos de finales del siglo XX. En 2023, el año más cálido registrado hasta el momento, la pérdida de horas de sueño subió a un 6%.
El calor nocturno provoca incomodidad y dificulta conciliar el sueño, y además tiene efectos fisiológicos específicos que alteran la capacidad del cuerpo para recuperarse. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el descanso nocturno es crucial para que el cuerpo se enfríe y recupere del calor acumulado durante el día, una función que se ve alterada cuando las temperaturas no bajan lo suficiente por la noche.
Además, dormir en ambientes cálidos disminuye la eficiencia del sistema cardiovascular, encargado de mantener el flujo sanguíneo adecuado y regular la temperatura corporal. Para muchas personas, este cambio tiene consecuencias que van más allá de una simple noche en vela, afectando su bienestar físico y mental de manera acumulativa.
Según este estudio, un ejemplo ilustrativo de este fenómeno es el caso del investigador Nick Obradovich, quien vivió en carne propia las consecuencias de dormir en altas temperaturas en 2015, mientras realizaba sus estudios de doctorado en San Diego, California.
Durante una ola de calor en otoño, las temperaturas nocturnas sobrepasaban los 24°C (75°F), lo cual era inusual para esa época del año. Obradovich recuerda cómo intentaba dormir colocándose toallas húmedas sobre el cuerpo, solo para despertarse helado minutos después y tener que taparse con una manta, lo que lo hacía sudar nuevamente.
Este ciclo interrumpía su sueño y pronto notó que sus compañeros de clase experimentaban problemas similares. Este episodio lo motivó a investigar más a fondo el fenómeno y a obtener datos concluyentes. Su análisis de los patrones de sueño de casi 47,000 personas en 68 países arrojó que las personas ya están perdiendo un promedio de 44 horas de sueño al año debido al aumento de las temperaturas nocturnas, cifra que podría ascender a entre 50 y 58 horas anuales para el final del siglo si continúan los niveles actuales de emisiones de gases de efecto invernadero.
El impacto del calor nocturno se registra en todo el mundo y afecta de manera desigual a diferentes poblaciones. La investigación del equipo de Obradovich de la Max Planck Institute for Human Development, muestra que las poblaciones de países con climas cálidos y aquellas personas que viven en zonas de bajos ingresos, con menor acceso a sistemas de refrigeración, son las más afectadas. Además, las personas mayores son especialmente vulnerables debido a que su capacidad para regular la temperatura corporal disminuye con la edad, lo cual les dificulta adaptarse.
La falta de sueño es un problema de salud que afecta múltiples aspectos de la vida. El descanso insuficiente prolongado incrementa el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, problemas metabólicos, alteraciones del estado de ánimo y, en casos graves, puede reducir la esperanza de vida. Según contó a Washigton Post, la investigadora Rebecca Robbins del Hospital Brigham and Women’s, la presión arterial desciende a sus niveles más bajos durante el sueño, un proceso esencial para la salud cardiovascular.
Si el sueño es interrumpido por temperaturas elevadas, esta regulación natural no ocurre, lo que aumenta la presión arterial y, con el tiempo, puede desembocar en problemas graves como hipertensión, ataques cardíacos o accidentes cerebrovasculares.
Estos expertos han determinado que la temperatura ideal para el sueño se sitúa entre los 16°C y 20°C (60°F y 68°F), y cualquier variación por encima de este rango puede afectar la calidad del descanso. Al dormir, el cuerpo experimenta una ligera disminución de la temperatura interna, un proceso fundamental para la somnolencia y el mantenimiento del sueño.
Sin embargo, cuando las temperaturas nocturnas son elevadas, este mecanismo de enfriamiento natural se ve dificultado, especialmente en los meses de verano y en zonas de clima cálido. Investigaciones recientes han señalado que, en las noches donde la temperatura supera los 30°C (86°F), las personas duermen en promedio 14 minutos menos.
Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el calor nocturno es especialmente problemático en áreas urbanas donde, debido al fenómeno de “islas de calor” y a la falta de vegetación, las temperaturas suelen ser más altas que en zonas rurales. Las superficies de concreto y asfalto absorben el calor durante el día y lo liberan lentamente durante la noche, manteniendo el termómetro con un registro alto.
En lugares donde los edificios no están diseñados para mantener frescura en su interior, las temperaturas nocturnas pueden ser incluso superiores a las del exterior. Este problema se intensifica en ciudades densamente pobladas y en países de climas cálidos, como en Oriente Medio, el sudeste asiático y América Latina, donde las noches frescas son cada vez más raras.
El cientifico Jeremy Farrar, de la OMS, contó en diálogo con Time que para 2050 se estima que el uso de aire acondicionado a nivel mundial se triplicará, lo que representa un desafío en términos ambientales y energéticos. Si bien este artefacto puede proporcionar un alivio inmediato, su uso intensivo plantea una paradoja ambiental: el aumento en la demanda de energía implica un incremento en las emisiones de gases contaminantes que contribuyen al calentamiento global, agravando aún más el problema. Además, el acceso a sistemas de refrigeración no es universal y las personas de bajos ingresos suelen carecer de estos recursos, lo que deja a las poblaciones más vulnerables con pocas opciones para enfrentar el calor nocturno.
Las soluciones planteadas por la comunidad científica para enfrentar esta problemática incluyen mejorar la infraestructura y el diseño urbano para adaptar los entornos habitables a las condiciones climáticas actuales y futuras. La vegetación urbana, el uso de materiales de construcción que reduzcan la acumulación de calor y la regulación del uso de sistemas de aire acondicionado son algunas de las recomendaciones propuestas para mitigar esta problemática en los espacios habitables. En algunas ciudades, se están implementando proyectos piloto de “techos verdes” y parques urbanos con el objetivo de reducir la temperatura en áreas densamente pobladas y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.