A medida que envejecemos, muchos advertimos que recordar nueva información se vuelve cada vez más difícil. De alguna manera eso nos parece un fenómeno natural y solemos darle escasa importancia, solo comienza a inquietar recién a medida de que se hace más evidente.
La idea que con el curso del tiempo nos cuesta más asimilar y retener información nueva, pero sin embargo sí mantenemos la antigua, no es una percepción falsa o sesgada, sino que está respaldada por cada vez más trabajos de investigación en neurociencia cognitiva.
La reciente publicación de un trabajo de tesis doctoral de Pernilla Andersson de la Universidad de Örebro en Suecia, vuelve a poner el tema a consideración y agrega algunos elementos esenciales para entender por qué nuestra memoria se deteriora a medida que envejecemos.
Los cambios en el cerebro
La formulación simple de lo presentado en esta tesis es que nuestros cerebros cambian con la edad, y las conexiones entre las diferentes partes del cerebro se vuelven menos eficientes y más lentas con menor calidad o, en concreto, menor cantidad de fibras y vías de comunicación entre esos diferentes centros.
Los cambios estructurales están principalmente ligados a un órgano o región del cerebro, el hipocampo, que es una zona por debajo de la corteza del lóbulo temporal y que cada vez adquiere mayor interés en los mecanismos que hacen a la formación y recuperación de la memoria.
El hipocampo, entre otras razones, tiende a perder volumen con la edad y al igual que otras causas de atrofia hipocámpica como el estrés, la depresión, las enfermedades neurodegenerativas (Alzheimer, Parkinson etc.), patologías vasculares, y diversas toxicomanías, esta atrofia está asociada con una mayor dificultad para formar nuevos recuerdos y recuperar los existentes.
Por otro lado, está la disminución o reducción de la conectividad neuronal, en la cual varias razones similares a las anteriores, dentro de ellas el envejecimiento, alteran la conectividad entre la diferentes regiones del cerebro. Esta reducción en la conectividad puede perjudicar la comunicación eficiente necesaria para los procesos de memoria.
La alteración de estas funciones básicamente del hipocampo y la capacidad de conectar de manera eficiente, incrementan la posibilidad de suceda lo que se conoce como interferencia proactiva.
Qué es la interferencia proactiva
Es un tipo de deterioro de la memoria donde la información antigua interfiere con la capacidad de recordar y aprender nuevos conocimientos más relevantes.
A medida que envejecemos, nuestros cerebros acumulan grandes cantidades de información, y de alguna manera hemos almacenado gran cantidad de datos que podríamos asimilar a los archivos temporales de las computadoras, que debemos “limpiar”, si no queremos que esta comience a mostrar fallas o enlentecimiento.
Para establecer más espacio, por plantearlo de una marea simple, necesitamos ir olvidando, relativizando, o colocando en segundo plano, cierta información no pertinente y/o del pasado.
Los procesos mediante los cuales reconstruimos ciertos datos del pasado agrupándolos en lugar de recordar detalles muy específicos separadamente, permiten adquirir nueva información. Así, esta interferencia de lo antiguo con lo necesariamente nuevo hace que no podamos priorizar y filtrar la información dándole mayor trascendencia a la actual o más necesaria, que es interferida por esa antigua y así se tiene una capacidad de memoria menor, más debilitada.
La interferencia proactiva actúa principalmente obstaculizando la memoria operativa o de trabajo (working memory) que es aquella que usamos para las tareas diarias en las cuales es necesario el almacenamiento temporal de información y la elaboración de la información.
La memoria operativa debe ser diferenciada de la de corto plazo, que es la capacidad de retener una cantidad limitada de información durante un breve periodo de tiempo. La memoria operativa es el uso de esa información para desarrollar la capacidad de relacionar esa información con datos que se está manejando en ese momento presente, es decir, trabajar con la información retenida en la memoria a corto plazo. La memoria de trabajo está relacionada con la corteza prefrontal, que es la encargada de controlar las funciones ejecutivas.
Como ejemplo de memoria de trabajo está el mantener en la mente una información mientras se presta atención a otra cosa o asociar un conocimiento nuevo con los que ya se saben.
Existe otro factor que estaría asociado y es la disminución de niveles de dopamina que relacionamos en general con el placer, la recompensa y la motivación, pero que tiene importantes funciones cognitivas entre ellas la memoria. La disminución que se observa de manera evidente, por ejemplo, en procesos degenerativos, puede afectar la capacidad del cerebro para codificar y recuperar recuerdos.
Estrategias para mitigar el declive de la memoria
Se basa en tres pilares: el cognitivo, el estado físico y el nutricional.
- El entrenamiento cognitivo, puede tratarse desde ejercicios de memoria, hasta juegos de ingenio, rompecabezas, dilemas lógicos, resolver problemas, aprendizaje de nuevas habilidades, aun sin el fin de buscar la excelencia en ellos, como puede ser estudiar un nuevo idioma, un instrumento, escribir, generar relatos, etc. Todas estos entrenamientos instalados como rutinas permiten poner en juego la memoria operativa y de alguna manera permiten que la interferencia de memorias pasadas se vea puesta en un segundo plano.
- El ejercicio o quizás mejor la actividad física, es ya un conocido protector y estimulante neurocognitivo. Es interesante notar que si hay alguna constante en las llamadas Zonas Azules, ligadas a la longevidad, es la de personas que mantienen un nivel de actividad importante, como desplazarse en lugar de usar vehículos, hacer tareas en el campo o trabajos cotidianos que impliquen movilizarse.
Desde ya, la actividad deportiva es una excelente forma, en la cual los llamados programas híbridos donde se integran diversas formas de actividad aeróbica y de fuerza, pero funcionales, aportan los mayores beneficios. En este sentido, algunos modelos de gimnasia abandonados hace unos años, como la calistenia, o la gimnasia sueca, se han puesto de nuevo en un lugar de importancia cada vez mayor.
- En cuanto a la alimentación, las indicaciones de siempre, como la de dietas ricas en antioxidantes, ácidos grasos omega-3 y vitaminas, bajas en carbohidratos refinados, han demostrado claramente su efecto neuroprotector.
Por otro lado, actividades que se pueden realizar para proteger y estimular la memoria son:
- Uso de técnicas de control del estrés y especialmente en momentos actuales ante las cogniciones negativas, rumiación, “overthinking”, control de la ira, y técnicas de aceptación, aportan muy buenos resultados. En este apartado es interesante notar que las técnicas de focalización en el presente, en la acción concreta, de alguna manera permiten apartarse de la rumiación sobre aspectos del pasado, que en algunos casos se transforman en obsesivos y desde ya interfieren en la capacidad de almacenar y especialmente usar nueva información.
- Finalmente, quizás el más importante, la integración en lo social, salir de la soledad que es considerada en estos años una epidemia (Por qué en un mundo hiperconectado la soledad sigue siendo una epidemia). El salir de la esfera de sí mismo, y un mundo en el que escucho mis ideas y recuerdo mis propios pensamientos, para interactuar y escuchar “otras voces”, es fundamental.
En resumen, no podemos hacer nada para detener el tiempo cronológico, y los procesos de envejecimiento están activos desde siempre, pero sí podemos hacer muchas cosas para enlentecer los procesos en los cuales la pérdida de la memoria operativa nos impida ser seres autónomos. En ello va la calidad de vida.
La belleza y juventud física externa es importante, pero sin la de nuestra mente, nuestra calidad de vida no será plena.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista