Los verdaderos monstruos no están debajo de la cama, repiten en un capítulo de la serie Eric recientemente estrenada. Benedict Cumberbatch interpreta a Vincent, un popular titiritero de los años 80. Es el creador del programa infantil “Hola, Sol, buenos días “que protagonizan muñecos muppets. Vive con su esposa y su hijo en un clima de violencia intrafamiliar insoportable. Un día, en plena discusión entre sus padres, su hijo Edgar de 9 años desaparece.
La serie tiene varias capas de análisis, la salud mental, la seguridad de los niños en la calle, la explotación sexual de adolescentes, la marginalidad y el poder. En esta columna me ocuparé de las marcas que los malos tratos y la negligencia y su impacto en la salud mental
Vicent es un hombre que ha padecido malos tratos en la infancia, proviene de una familia adinerada que lo rechaza y según su relato siempre lo hizo, como consecuencia de ello padece trastornos de salud mental desde su infancia, inclusive está medicado desde muy corta edad, los 9 años.
Vincent intenta ser un buen papá, pero la violencia atraviesa su intención y estalla contra Edgar, su hijo. En esta serie no hay golpes, pero sí muchas formas de malos tratos, especialmente psicológicos y sobre todo negligencia.
La complejidad del problema, especialmente dentro del seno familiar cuando no se transmite afecto y protección, sino violencia, hace que muchas veces miembros en la edad adulta son personas más vulnerables ante los malos tratos.
El maltrato infantil tiene consecuencias a largo plazo, con mayor incidencia de psicopatología en la adultez: depresión, trastornos ansiosos, trastornos graves de personalidad, abuso de sustancias, trastornos alimentarios, somatización y TEPT
Hace pocos días el escritor Hernán Caciari en una entrevista con este medio habló de su relación actual con su madre: “Encontré que arriba del escenario tenemos una relación, que abajo no. Mi vieja es quien en mi recuerdo me pegaba mucho cuando era chico. Entonces yo mentalmente salí de ahí, pero corporalmente capaz que no”
Las víctimas de maltrato infantil pueden tardar entre 10 y 20 años en hablar sobre su experiencia, dependiendo del tipo de maltrato (físico, emocional, negligencia) y las circunstancias individuales.
La National Society for the Prevention of Cruelty to Children, (NSPCC) una organización benéfica en el Reino Unido que se dedica a prevenir el abuso y la crueldad hacia los niños asegura que muchas víctimas de maltrato emocional y físico no revelan sus experiencias hasta la adultez, si es que alguna vez lo hacen.
Nacha Guevara relató en múltiples oportunidades su padecimiento infantil. En una entrevista reciente, dijo: “Tuve una madre muy difícil. A veces uno nace de una persona que no es buena. Eso sí que cuesta aceptarlo. Hay personas que no son buenas y tienen hijos. Bueno, puede pasarle a uno eso”.
La mayoría de las víctimas no denuncian a sus agresores y el tiempo es un factor fundamental. Cada víctima necesita de un tiempo subjetivo para reconocer que padeció de malos tratos.
En el ámbito intrafamiliar, la sacralidad de los roles, madres y padres, y el mandato profundamente enraizado “Honrarás a tu padre”, hace que sea difícil expresar lo sentido durante la infancia. Los niños y niñas piensan que merecen los castigos, que algo habrán hecho. Hasta en los casos de violencia sexual los niños y niñas se sienten responsables de la actuación del pederasta.
La insoslayable necesidad de supervivencia por la propia indefensión hace que los niños y niñas, aunque sufran mucho, deban naturalizar los malos tratos. En la adultez la idea de exponer de algún modo al padre o a la madre como agresor también se hace insostenible y muchas veces deciden maquillar las experiencias pasadas con fuertes consecuencias psicológicas.
Es muy común que las víctimas de malos tratos en la infancia, cuando los agresores son sus propios padres, sigan en posición victimal en la adultez ante sus agresores y que repitan relaciones de malos tratos con parejas, amigos y personas con ascendencia del poder. Nacha Guevara ha contado en este sentido que siguió padeciendo malos tratos hasta pasados los 50 años y que se arrepentía de no haberse alejado antes de su madre.
En el libro “Yo no te cuido” de María José Lozano, trabajadora social, sanitaria y terapeuta, la autora relata cómo muchos hijos rechazan ocuparse de sus padres cuando estos llegan a la vejez y se hacen dependientes.
El motivo: que esos hombres han maltratado a sus madres, a ellos o los han abandonado cuando más lo necesitaban: en la infancia o la juventud. Aunque esta obra se aboca a la violencia de género, en la clínica hace años comienza verse a pacientes adultos que han padecido malos tratos en la infancia que no desean ocuparse del cuidado de su agresor.
Las personas que maltratan y violentan a los niños y niñas están entre nosotros en lo cotidiano, en el interior de las familias, en las instituciones y en el espacio de cuidado. El trabajo clínico y jurídico con los sobrevivientes de estos crímenes silenciados corrobora que puede tardar muchos años en reconocer y asumir que ha sido víctima de estos delitos.
La Comisión Real de Respuestas Institucionales al Abuso Sexual Infantil de Australia halló que una víctima de abuso sexual infantil suele tardar una media de 24 años en develar lo sufrido.
La ONG estadounidense Child USA en su informe Scouting Abuse: Analysis of Victims’ Experiences, determinó que la edad promedio en que las víctimas logran develar estas situaciones de violencia sexual sufridas durante su infancia es de 42 años.
El impacto en la salud mental durante la infancia y en el resto de la vida es profundo. Si bien muchas personas con los tratamientos adecuados pueden mejorar, las marcas los acompañarán a lo largo de la vida y esas marcas son el vivo recuerdo del dolor padecido, que en el 45% de los casos se repite en la próxima generación.
El Informe sobre el maltrato infantil en la familia en España ofrece esta conclusión entre padecer maltrato en la infancia y ser maltratador/a en la edad adulta.
Según los datos recabados en este informe, los principales agresores son los familiares, los padres realizarían el maltrato físico, psicológico y la violencia sexual, y las madres los casos de negligencia. Según este informe en datos globales, las progenitoras son las principales agresoras. Estos maltratos estarían asociados, según los agresores y agresoras, a la falta de apoyo social, el 79,5 % de los agresores señaló que no tenía una red sólida de apoyo social, el 75,16 % señaló que los niños y niñas se merecían esos maltratos, y el 61,78 % afirma estar de acuerdo con el modelo educativo autoritario.
La Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes (2019-2020) de Unicef Argentina reveló que el 59% de chicas y chicos entre 1 y 14 años experimentó prácticas violentas de crianza; el 42%, castigo físico (incluye formas severas, como palizas y golpes con objetos), y el 51,7%, agresión psicológica (como gritos, amenazas, humillaciones).
La experiencia traumática de haber vivido maltrato en la infancia es en sí un factor de riesgo para reproducir esas conductas de adulto con otros niños, pero no significa que todas las personas que han padecido malos tratos se conviertan en maltratadores.
Pero todas las personas que han sido maltratadas muy frecuentemente son presas de malos tratos que naturalizan en relaciones afectivas, laborales, sociales, etc. en la adultez.
Asumir haber sido víctima de malos tratos en la infancia es hacer responsable al agresor y con ello recuperar la dignidad robada. Este proceso convierte a la víctima en un sobreviviente o superviviente y así poder retomar el vuelo.
Ningún niño o niña debería tener que recuperarse de su infancia. Ninguna forma de violencia contra los niños y niñas es justificable y toda la violencia es prevenible, solo hace falta decisión política de protección de los derechos de la infancia