Dejar llorar a un bebé sin atenderlo puede tener efectos negativos tanto en su desarrollo emocional y cognitivo.
He recibido a muchos papás y mamás que consultan para saber cómo lograr que su bebé duerma algunas horas seguidas para poder descansar. En muchos casos parece una tarea titánica. Muchos bebés se despiertan a cada ratito y no logran conciliar el sueño por demasiado tiempo. Algunos papás han probado recetas que se proponen como “la guía” para que el bebé se acostumbre a quedarse solo, es decir: dejarlo llorar.
Los bebés dependen tan absolutamente de los adultos para su supervivencia, que solo pensarlo me resulta abrumador. Sin ellos, los bebés no podrían subsistir ni crecer.
Los bebés lloran como una forma de comunicación, dejarlos llorar sin atenderlos puede generar estrés y ansiedad, que a corto y largo plazo afecta su salud mental.
La respuesta de los cuidadores a las necesidades del bebé, incluido su llanto, es fundamental para establecer un vínculo seguro y confiable que incidirá en el desarrollo de su carácter. Cuando los bebés se sienten consolados y atendidos, aprenden a confiar en que sus necesidades serán satisfechas, lo que contribuye a un desarrollo emocional saludable.
Si un bebé llora y no es atendido aprende que su llamado, la única comunicación posible además de su gestualidad, no importa. Entonces es muy probable que deje de hacerlo. Eso no significa que aprendió a no llorar “de más“ o por “cosas sin importancia”, si no que permanecerá en su cuna quieto y perdido en un mundo de confusión donde se sentirá y estará solo y sin tener herramientas para metabolizar esa experiencia.
Cuando algún adulto me plantea si es aconsejable dejar llorar a un bebé o a un niño pequeño para que se acostumbre a no hacerlo, me gusta invertir la posición. ¿Qué pasaría si vemos a un adulto llorar con desconsuelo en nuestra casa, en el trabajo? ¿Te acercarías a ver si necesita algo? En general responden que sí. ¿Por qué entonces dejar llorar a un bebé sin conmiseración por su estado, por su dolor?
Los bebés y niños pequeños no lloran porque sí, o para provocar una molestia intencionada a sus padres o cuidadores, lloran porque necesitan algo. A veces tiene que ver con algo relacionado a su supervivencia, comida, frío, calor, un cambio de ropa. Otras tienen que ver con necesidades que también son urgentes, desasosiegos, sensaciones de vacío, incomodidades subjetivas.
También dejar llorar al bebé sin atenderlo puede afectar la salud mental de los cuidadores. El estrés causado por escuchar el llanto de un bebé sin responder puede aumentar la ansiedad y la sensación de incompetencia en los padres o cuidadores.
En su informe publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, Carmen Birchmeier y Luis Hernandez-Miranda, del Centro de Medicina Molecular Max Delbruck, de Berlín, demostró que las crías de ratón privadas de un crucial grupo de células (17.000 neuronas) situadas en el rombencéfalo, evolutivamente muy antiguo- pueden respirar lenta y pasivamente, pero no agitadamente. Y cuando abren la boca para llorar, no logran hacerlo. Como resultado, sus madres los ignoran y esas crías, de respiración limitada, mueren poco después. “Fue un hallazgo sorprendente, afirmó Birchmeier- La madre podía ver y oler a sus crías, pero si no lloraban, era como si para ella no existieran” (Genetic identification of a hindbrain nucleus essential for innate vocalization).
Este estudio, traspolado al cachorro humano, reveló la importancia crucial que tiene el llanto para la supervivencia del bebé y del modo en que el llamado penetrante logra abrirse camino entre las otras necesidades de los adultos y enfocarlos.
El sonido del llanto de un bebé provoca una reacción mucho más inmediata y potente de las partes del cerebro del adulto orientadas a la acción que la suscitada por otros sonidos fuertes o emociones.
Muchos libros y videos en redes promueven ideas como el conocido como “cry it out”, que consiste en poner al bebé en la cama e ignorar su llanto. A veces se hace chequeando periódicamente que no esté mal o que no corra peligro. Recuerdo un paciente que trajeron a mi consulta con 4 años. Había sido evaluado neurológicamente sin resultado alguno para atribuir a su comportamiento errático una anomalía cerebral. El pediatra les había sugerido a sus papás que realizaran una consulta psicológica.
El niño no podía permanecer sentado en el jardín para hacer tareas sencillas correspondientes a su edad, ni disfrutar de lecturas, títeres o música.
Gritaba y se reía, no lloraba, pero no lograba permanecer calmado. Debí seguirlo por los pasillos del centro de salud mental, mientras el padre lo corría para que no derribará nada o llamara estrepitosamente la atención de las personas en la sala de espera. Un pequeño terremoto.
Los papás me habían contado que desde bebé habían utilizado el método de no atender a su llanto si ya había sido alimentado e higienizado. Lo acostaban y arropaban en su cuna y se aseguraban que no hubiese ningún peligro. Primero el pequeño lloraba largo rato, a veces a la mitad de la noche y luego fue reduciendo su llamado al otro ante la falta de respuesta.
Cuando creció, y quería pasarse a la cama de los papás, sorteando los barrotes de su cuna, los papás colocaron un cerrojo del lado de afuera de la puerta. Así, aunque golpeara y gritara al poco tiempo se daba por vencido. A veces se dormía en la alfombra del piso de su habitación y otras volvía a su cuna.
Que un ser humano en sus inicios del desarrollo sepa que no puede contar con el otro primordial es desolador y muy grave porque provoca una deprivación afectiva.
La deprivación es una forma de maltrato infantil. El término hace referencia a la carencia de un vínculo sano, suficiente y nutricio, que garantice un desarrollo integral adecuado. La deprivación va en detrimento del desarrollo bio-psico-socioespiritual y se encuentra ligado a los problemas vinculados con el abuso y la negligencia en la infancia (American Psychiatric Asociación, APA).
La deprivación afecta las necesidades de cuidado y protección al punto de aumentar la vulnerabilidad frente al desarrollo de diversos trastornos psicológicos no solo en la infancia sino en la adultez o en la dificultad de adaptación en contextos relacionales fundamentales como la vida en pareja socio-culturales. Esta forma de maltrato se traduce en la vivencia cotidiana del niño de soledad, una soledad que puede estar acompañada de hecho, pero no se traduce en las respuestas a sus necesidades emocionales. El niño vive como “un extranjero”dentro de la pareja de sus padres. Están ellos por un lado, y él sintiéndose solo.
Un estudio reciente del Servicio de Neonatología del Hospital Clínic Barcelona y del IDIBAPS, en colaboración con la startup de tecnología sanitaria Zoundream AG especializada en análisis del llanto, resalta la complejidad del llanto del recién nacido y defiende que su análisis puede convertirse en una herramienta objetiva y fiable para que los padres entiendan mejor al bebé y mejore la relación entre ambas partes. El estudio afirma que los bebés lloran un promedio de entre una hora y media y tres horas al día.
El impacto del llanto en los padres puede llegar a desencadenar sensaciones de ansiedad, depresión, impotencia, ira y frustración, lo que afecta de forma negativa al vínculo afectivo con el bebé. Esto podría comprometer su cuidado, así como su proceso de desarrollo neurológico.
Este estudio pionero multimodal crea un precedente en la investigación del análisis del llanto y asegura que esta expresión desencadena un proceso comunicativo complejo en el bebé que involucra patrones neurofisiológicos y de comportamiento que ayudan a diferenciar los tipos de llanto asociados a distintas necesidades o estados de ánimo en el recién nacido.
Estas conclusiones servirán para profundizar en la interpretación del llanto, y sobre todo para resaltar el potencial clínico del análisis del llanto como una herramienta objetiva y accesible para mejorar la relación entre padres e hijos y para garantizar el bienestar de la familia y el desarrollo del recién nacido (Ana Laguna, Sandra Pusil, Àngel Bazán, Jonathan Adrián, Zegarra-Valdivia, Anna Lucia Paltrinieri, Paolo Piras, Clàudia Palomares i Perera, Alexandra Pardos Véglia, Oscar Garcia-Algar, Silvia Orlandi. Multi-modal analysis of infant cry types characterization: Acoustics, body language and brain signals. Computers in Biology and Medicine. 2023).
Las prácticas violentas contra los niños han sido favorecidas por el desconocimiento de sus derechos fundamentales y su funcionamiento psíquico, así como también, por la existencia de contextos y canales de difusión que socializan e institucionalizan prácticas marquetineras como métodos y estilos de crianza, que se replican por redes sociales sin ningún fundamento clínico o académico.
Responde más a la necesidad de dar respuestas inmediatas a situaciones cotidianas e insoslayables de la crianza que no pueden vivirse sin sus procesos concomitantes y que muchos padres replican.
Dejar llorar a un bebé, en su absoluta inermidad, no solo es cruel e inhumano, sino que además no proporciona al niño o niña las condiciones mínimas para un adecuado desarrollo físico, emocional y social. Se convierte en una práctica del maltrato y deprivación, facilitando la interiorización subjetiva por parte del niño, como una persona que no merece amor y cuidado y comienza a perder la esperanza en el otro.
Aprende a aceptar su condición de niño no escuchado y vulnerado y probablemente replique este modelo en el jardín y en la escuela en una posición de víctima o victimizante que sin ayuda proyectará también a su vida adulta, en un círculo transgeneracional sin fin.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.