Existe una nueva generación de fármacos que cambiaron el panorama del tratamiento de la obesidad. Y si bien son muy efectivos para bajar de peso, no se trata de fórmulas mágicas. Por eso los expertos de la Universidad de Harvard sostienen también que la adopción de una alimentación con menos productos procesados y ultraprocesados, y más frutas, verduras, entre otras comidas, y el aumento de la actividad física, no se deberían dejar de lado si lo que se busca es resolver el problema de la obesidad.
Los fármacos pertenecen a la familia de los agonistas del receptor GLP-1. Se desarrollaron para tratar la diabetes de tipo 2, una enfermedad cuya prevalencia se ha disparado en las últimas décadas junto con las tasas de obesidad en el mundo.
Dentro del conjunto de los agonistas de los receptores de GLP-1, se encuentran el medicamento tirzepatida, que se comercializa bajo la marca Mounjaro™, y la semaglutida, que se comercializan en inyecciones bajo la denominación Ozempic™ y Wegovy™, que están autorizadas por la autoridad regulatoria de los Estados Unidos, la FDA. Otro medicamento en desarrollo se llama retatrutida y está todavía en estudio.
En Argentina, solo Ozempic™ está autorizado por la ANMAT para el tratamientos de pacientes con diabetes tipo 2.
Además de controlar el azúcar en sangre, estos fármacos impulsan la pérdida de peso. Ayudan a los pacientes a perder más del 10% de su peso corporal en el primer año de uso. Funcionan imitando una hormona llamada péptido-1 similar al glucagón, que ralentiza la digestión y reduce el apetito.
Fatima Cody Stanford, especialista en obesidad del Hospital General de Massachusetts y profesora asociada de medicina y pediatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, contó que, para la mayoría de los pacientes con obesidad grave, las estrategias de estilo de vida no son suficientes. Es como enfrentar una gran tormenta de nieve con una pala en lugar de usar una máquina quitanieve.
Los nuevos medicamentos, sobre todo si se combinan con la cirugía bariátrica, son herramientas con la potencia adecuada para abordar un problema de salud que, como se ha demostrado, conlleva un mayor riesgo de afecciones potencialmente mortales como la hipertensión, la diabetes y el hígado graso, sostuvo Stanford.
Si bien otros expertos también ponderaron las mejoras en el tratamiento de la obesidad que ofrecen los nuevos fármacos, advirtieron el abandono de los esfuerzos por comprender primero las raíces de la crisis de obesidad.
La mayoría coincide en que ha sido el resultado de cambios en la vida moderna, la dieta y los niveles de actividad. Desde su perspectiva, sólo si se abordan estos factores se podrá invertir el aumento de la obesidad, la diabetes y otras enfermedades asociadas.
David Ludwig, especialista en obesidad del Centro de Prevención de la Obesidad de la Fundación New Balance del Hospital Infantil de Boston y profesor de pediatría en la Facultad de Medicina de Harvard y de nutrición en la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, escribió un artículo de opinión en el Journal of the American Medical Association en el que sostuvo que, aunque los enfoques basados en la dieta y el ejercicio parecen ser eficaces para una minoría de pacientes, las investigaciones sobre estos enfoques se han visto obstaculizadas durante décadas por la falta de recursos.
Mientras que las grandes empresas farmacéuticas han invertido miles de millones en el desarrollo de los nuevos agonistas del GLP-1, los Institutos Nacionales de la Salud distribuyeron sólo 250 millones de dólares en 2022 a científicos de todo el país para investigar la obesidad infantil, una cantidad equivalente a un único ensayo de fase 3 de un fármaco, dijo el profesor de Harvard.
En su artículo de JAMA Viewpoint, Ludwig y el coautor Jens Holst, de la Universidad de Copenhague, sostienen que los enfoques basados en la dieta y el estilo de vida deberían estar a la vanguardia de la prevención y el tratamiento de la obesidad.
Algunas dietas, en particular las de baja carga glucémica que restringen los carbohidratos procesados, han resultado prometedoras cuando se combinan con intervenciones conductuales intensivas. Un ensayo mostró una pérdida de peso media del 12% entre pacientes con diabetes de tipo 2 al cabo de un año. A pesar de estos resultados, salvo contadas excepciones, siguen sin realizarse ensayos caros y de alta calidad que puedan ofrecer respuestas concluyentes.
Según Ludwig, el problema de los recursos se debe a la falta de incentivos. Las tasas de obesidad adulta han aumentado del 10% en 1970 a más del 40% en la actualidad, pero las ayudas económicas para investigar sus causas han sido relativamente escasas. Por el contrario, las organizaciones con grandes presupuestos que están estudiando el mercado de los fármacos contra la obesidad ven una enorme clientela potencial, ya entusiasmada con los nuevos medicamentos, que pueden tomarse de por vida para no engordar.
“Tendemos a perder de vista las intervenciones en la alimentación y de estilo de vida, porque pocas organizaciones influyentes obtienen los mismos beneficios”, subrayó.
“Más allá de intervenciones genéricas como hacer más cómoda la actividad física, debemos adoptar un enfoque más sofisticado para investigar los efectos biológicos de la dieta. El tipo de alimentos que ingerimos altera de diversas maneras docenas de hormonas, cientos de vías metabólicas y la expresión de una miríada de genes en todo el organismo. El conocimiento de estos efectos, combinado con métodos conductuales intensivos, podría informar el diseño de alternativas eficaces a los fármacos y la cirugía para la prevención y el tratamiento”, comentó.
Walter Willett, catedrático de Nutrición de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard, consideró que hay dos caminos por delante. Por un lado, los nuevos fármacos ayudan a las personas con obesidad grave a perder cantidades significativas de peso, lo que aumenta las posibilidades de éxito de los enfoques basados en el estilo de vida.
Por otro, las personas no mejoran su dieta, no aumentan el ejercicio y utilizan los fármacos para contrarrestar hábitos poco saludables que mantienen y que pueden haber contribuido al problema. En este camino, la salud de la población seguiría siendo mala porque los buenos estilos de vida contribuyen al bienestar de muchas maneras no relacionadas con el control del peso, según Willett.
“Se trata de un fenómeno descontrolado. Incluso hoy, los costes sanitarios están desplazando a los verdaderos determinantes de la salud, que son la educación, un entorno seguro, infraestructuras físicas para trabajar, jugar, caminar, ir en bicicleta, todo eso. Todo eso está siendo exprimido y desplazado por los costes sanitarios”, dijo Willett.
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