Solemos prestarle atención a las grandes manifestaciones del estrés y el trauma, sin embargo una forma imperceptible, pero constante, repetida, termina generando consecuencias mayores a las imaginadas. Estar atentos a los signos mínimos de alerta y actuar a tiempo puede evitar formas mayores y ya difíciles de controlar, así como las consecuencias.
En la vereda opuesta a los estigmas existentes en salud mental, encontramos la naturalización de ciertas situaciones de ansiedad o el estrés, que ya forman parte de la existencia moderna. Así, no solemos considerarlos como un escalón inicial o comórbido a otras enfermedades mentales, a las cuales sí les damos ese papel.
Un escenario particular es aquel en el cual el estrés es aún menos evidente y genera cuadros clínicos por acumulación. Es necesario identificar y prevenir las situaciones de micro estrés cotidianas a las que no les prestamos atención.
Hablábamos hace unos días de la necesidad de empezar a quitarle el estigma —aquel castigo que se hacía para señalar a los criminales con una marca de hierro candente—, a los problemas emocionales y especialmente a la temida y cargada de tantos prejuicios e ideas oscuras: la enfermedad mental.
Por alguna razón de esa incomprensión, algunas palabras han conseguido saltar la valla saliendo del silencio pero para caer en otra forma de silencio, aquel de la palabra que, de tanto ser repetida, ya no es escuchada.
Así ocurre con palabras que se han puesto desde hace años de moda: ansiedad, estrés, etc.. De tanto uso que se les ha dado, han perdido en algunos casos su significado original de adaptación y señal de alarma para pasar a la reacción posterior: de malestar ante la adaptación fallida al estímulo. Una alarma que había que escuchar y no combatir.
Las consecuencias han sido varias veces ilustradas, pero quizás una forma ha logrado escapar de nuestra alerta a la alerta que en sí mismo es el estrés.
El micro trauma y el micro estrés continuo que quiebra el psiquismo.
Hace ya muchas años que en el área del trauma psíquico hablamos del “micro trauma” por oposición a la idea del “gran trauma”. La hipótesis preponderante era que existían traumas de gran exposición, difusión y visibilidad, por ejemplo las víctimas de la guerra de una catástrofe, pero también otros menos evidentes a los que se les prestaba menos atención.
Hoy sabemos que este proceso termina desencadenando la “tortura de la gota/ tortura china” que no para de horadar.
El estrés, en algunas maneras tan naturalizado y tan automedicado, saltó la valla del estigma para ser considerado normal y ya no alerta. En muchas ocasiones, se vive como una alerta desactivada (o apagada) del celular, a la que se intenta disminuirle el volumen con ansiolíticos. Sin embargo, hoy empezamos a tomar conciencia su importancia a partir de la experiencia en el tratamiento de micro formas, tanto de estrés como de trauma.
Cualquier persona que vive en una ciudad, si inclusive está leyendo esta nota en un transporte público, podrá percibir un enorme ruido de fondo al que nos hemos acostumbrado. Sin embargo, ese sonido tiene en algunas zonas niveles capaces de generar traumas acústicos. No es solo una gran explosión que nos ensordezca la que nos hará padecerlo y, claramente, percibirlo.
Con la tensión emocional (el estrés) ocurre lo mismo. Estas formas menores, tienen una característica: tendemos a naturalizarlas. También encontramos formas erróneas de “combatirlas”, particularmente algunas adicciones peligrosas sobre las cuales hablaremos (alcohol, ansiolíticos, drogas varias). Aquí es donde la estrategia defensiva integra lo que se vuelve parte del síntoma y lo mantiene.
Apagamos las alarmas, no actuamos para salir de la situación de conflicto, nos aturdimos para poder sobrellevar algo que, en su constancia, actúa como una la gota que horadará la piedra.
Quizás sea simple entender con la metáfora de la gota, de la humedad en la pared, podemos taparlo con pintura con placas antihumedad y diversas formas, pero indefectiblemente el agua, encontrará su punto de salida. Emergerá, de maneras inesperadas e ignoradas.
El agua, el líquido, ha sido desde la antigüedad y varias culturas el símbolo equivalente del alma, de la psique. Ese goteo llegará indefectiblemente a desbordar bajo forma de síntoma que emerge y se manifiesta y que es lo que ya llamaremos de otra forma: fatiga, cansancio, dolores crónicos, ansiedad generalizada, estrés, burnout, trauma, y antes con otros nombres surmenage: neurastenia, ataque de nervios etc.
Nuestro ser con todos sus mecanismos, está acostumbrado desde el inicio de los tiempos a distinguir grandes peligros, y poner en marcha la reacción típica del estrés con mecanismos de pelea, huida o parálisis, (las siglas FFF, fight, flight, freeze), pero no a los pequeños, a los micro estresores, y así este se acumula sin que notemos un evento en particular.
El proceso es algo más complejo, todo nuestro sistema (sin hacer diferencias de aquí en más entre psíquico y físico) reacciona en conjunto buscando reestablecer el equilibrio, la alóstasis.
La alóstasis es una extensión del concepto de homeóstasis y representa el proceso de adaptación de los sistemas fisiológicos a los desafíos físicos, psicosociales y ambientales, de allí su prefijo “alo/allo” que significa exactamente eso, variable. Aunque este concepto parece similar a la homeóstasis, pone el énfasis en el proceso de adaptación.
Ese intento de establecer equilibrio entre variables, puede no discriminar los pequeños y repetidos estímulos estresantes en la medida que su pequeñez a la vez que su persistencia pueden darle cierta sensación de normalidad. De la misma manera decíamos que nos acostumbramos al sonido abrumador de la ciudades, o la mujer que sufre el maltrato cotidiano y la sociedad lo naturaliza.
Así los sistemas fisiológicos y psíquicos dejan pasar “bajo el radar” a señales que consideran no significativas y el trauma o estrés de baja magnitud pero repetido puede establecerse como variable normal.
Ensordecer para no sucumbir. Este es un problema no solo en este terreno, sino en la vida y la medicina, que consiste en dislumbrar qué consideramos pertinente significativo y que no.
El dilema es discriminar si se les presta atención a cuestiones realmente insignificantes frente a las cuales se utilizan mecanismos y capacidades adaptativas o de resolución simple, o cuestiones que aun siendo en apariencia menores representan un perjuicio.
Esto es particularmente manifiesto en el área laboral, donde diversas tareas implican un costo que no percibe el que esta inmerso en ella, pero sí los que la observan desde afuera. Llegamos en la experiencia clínica y lamentablemente en algunos casos médico legal a los cuadros de burnout que terminan complicándose y precipitando un espiral al no ser abordados a tiempo, complicándose y evolucionando a otros cuadros como una depresión y comportamientos adictivos, por ejemplo.
La clave estará entonces en poder aceptar que se padece de alguna forma de malestar psíquico y que esto no sea un estigma para uno mismo. Luego, ser capaces de discriminar entre todas esas señales cuáles son aquellas a las que prestarle atención, sin creer que son sólo las de magnitud significativa las que tendrán consecuencias sobre nuestro estado de ánimo.
Finalmente ser capaces de detectar a qué situaciones nos hemos adaptado, pero siendo muy cuidadosos ya que su acumulación puede llevar a una situación de ruptura y desborde que supera nuestra capacidad de afrontamiento.
Por último, pero no por ello la menor importancia, ser capaces de pedir ayuda, inclusive profesional. Al igual que chequemos nuestro cuerpo con estudios preventivos quizás a veces una pequeña evaluación o consultoría nos puede ayudar a prevenir temas mayores.
Cerramos por donde empezamos, quizás todo se trate de emprender el camino de desestigmatizar la salud, o la enfermedad, mental.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster (MN 63406) se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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