La irrupción del coronavirus en el mundo tal como se conocía hasta diciembre de 2019 puso a la ciencia a trabajar contrarreloj en busca de un tratamiento y una vacuna, a los gobiernos a contener la situación sanitaria, a los médicos a aprender sobre cómo cumplir con su rol y cuidarse de una nueva enfermedad y a la sociedad toda de cara con sus temores más irracionales.
Los hogares pasaron a ser el refugio donde todos estarían a salvo. Y una nueva realidad donde la vida transcurre puertas adentro se impuso de manera imperante en todo el planeta.
La cuarentena en la Argentina comenzó de manera prematura respecto a otros países, lo que podría llevar a convertirla en una de las más extensas del mundo. Los “40 días” que le dan su nombre pasaron largamente, y si bien algunas actividades se fueron flexibilizando, la distancia social sigue siendo -junto con las medidas de higiene- la única “vacuna” para prevenir el contagio.
En este contexto, las emociones y sentimientos que se disparan pasan a jugar un rol preponderante en el estado de salud integral de las personas.
“Mediante la información fidedigna, fuimos aplacando un poco el miedo que en un comienzo pudo haber producido algún ataque de pánico, alguna fobia, síntomas que conmocionaron mucho al cuerpo. Después de la etapa del miedo, sigue una etapa de gran irritabilidad”. Para el jefe de servicio de Psicología del Sanatorio Municipal Doctor Julio Méndez y coordinador de actividades asistenciales del hospital Borda, Ricardo Antonowicz (MN 11556) “en esta instancia, aflora la tendencia a ofenderse, a irritarse, eso tiene que ver con el impacto emocional que afectó al cuerpo”.
Para él, “la desilusión fue muy grande. Cada uno intenta con los recursos que tiene armar una escena que le resulte menos inquietante, trata de desdramatizar”. “La desilusión genera un vacío. De acuerdo como lleve ese vacío es cómo va a poder atravesar el duelo de esta amenaza. Con el correr de los días se puede sentir tristeza, decepción”, amplió.
Consultado al respecto por Infobae, el licenciado en Psicología Fernando Adrover analizó que “al hacer un paralelismo parcial entre las actitudes adoptadas por las personas en la situación actual de confinamiento con las etapas que se pueden muchas veces identificar en el proceso de duelo (negación, enojo, confrontación/negociación, culpa, tristeza/depresión, y aceptación) en este caso serían miedo, irritación, depresión y habría que agregar aceptación”.
“Creo que puede ser un patrón recurrente, aunque el mismo no se configure del mismo modo en las diferentes personas, ya sea por su personalidad o su situación económica y laboral -evaluó el decano de la Facultad de Psicología y Relaciones Humanas de la Universidad Abierta Interamericana (UAI)-. Es decir, no todos hemos permanecidos confinados y aun entre los que sí, no en todos el confinamiento adquirió las mismas características”.
El director del Instituto de Neurociencias y Políticas Públicas de Fundación Ineco, doctor Fernando Torrente, psicólogo (MN 27844) consideró que “es difícil establecer etapas porque no hay modelo establecido de respuesta a este tipo de fenómenos porque es algo totalmente nuevo”. “En ese sentido, me cuesta hablar de modelo de reacción por etapas, aunque sí hay modelos universales de respuesta al estrés; sistemas biológicos y psicológicos de respuesta a situaciones adversas que sigue ciertas fases”, sostuvo.
“Una primera etapa sería de activación, que corresponde a una carga de ansiedad, que prepara al organismo para reaccionar al peligro: huir o luchar; el cuerpo se prepara con una activación fisiológica y cognitiva de alerta muy grande para reaccionar -comenzó a explicar el experto-. Cuando el peligro se mantiene en el tiempo, la respuesta al estrés empieza a producir cambios: el organismo se empieza a habituar y entramos en una etapa de estrés crónico, en el que la ansiedad se mantiene pero cambia y aparece un componente anímico, ya que por estar todo el tiempo alerta nos empezamos a cansar”.
En ese punto, según Torrente, “la fatiga física y cognitiva de esta fase puede hacer que aparezca irritabilidad, enojo, dificultad para controlar los impulsos”. “Controlar los impulsos requiere esfuerzos y cuando nos agotamos empezamos a contestar mal, o no respetar las normas -continuó-. Después de la fatiga en algunos casos con predisposición a la depresión puede aparecer esta respuesta”.
“Estas curvas son típicas de estados de estrés continuo, que se ven en personas que sufren enfermedades crónicas o en aquellos que cuidan a personas con enfermedades crónicas”, señaló el especialista, quien resaltó: “Estamos agotados mentalmente de pensar, de preocuparnos; no hacer las cosas que hacemos habitualmente nos agota. Es un esfuerzo que requiere control inhibitorio y eso, junto con la privación de gratificación, nos lleva a un agotamiento enorme”.
“En el mediano y largo plazo las personas más vulnerables de depresión pueden tener manifestaciones”, enfatizó.
La Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) puso a disposición de la sociedad una línea gratuita de atención psicológica comunitaria desde el inicio de la emergencia sanitaria en el país. En el +54 9 11 2240-5828 recibieron más de 550 llamados que derivaron a especialistas que voluntariamente colaboran en todo el país, y desde la semana pasada sumaron una plataforma para recibir consultas online. "Notamos que en el primer tiempo efectivamente las personas estaban dominadas por el miedo y ataques de pánico, que se caracterizaban por la falta de aire y la sensación de tener coronavirus. A medida que fue pasando el tiempo, las consultas empezaron a ser por depresión, signadas por frases del tipo ‘no aguanto más’, ‘no sé cómo sobrellevar la situación en mi casa’, más hacia el lado de la angustia, la depresión. El miedo no disminuyó, ahora que se relaja la cuarentena aparecen nuevos miedos, porque el hogar se volvió el refugio donde estamos a salvo y el exterior se volvió peligroso”. Claudia Borensztejn es médica psicoanalista (MN 51671) y la presidente de APA, y tras señalar que “empezó a haber más consultas de hombres, así como relacionadas con la situación económica, que agrega un factor de estrés importante”.
“Irritabilidad no sé si es lo que predomina; diría más el cansancio de la situación -observó-. Hay mucha desconfianza, cansancio y escepticismo sobre cuándo y cómo va a terminar la situación”, destacó Borensztejn, para quien “cualquier persona podría estar irritable desde el comienzo si tiene esa tendencia, pero se trata de una irritabilidad asociada a la incertidumbre de no saber cómo va a seguir la situación”.
La salud mental, como pieza clave de la salud física
Consultado sobre cómo puede cuidarse la salud mental en este contexto, Torrente destacó que cuando las personas se enfrentan a estresores inciertos y que no pueden controlar, “hay que trabajar ciertos aspectos de la mente que tienen que ver con aceptar ciertas cosas y no estar todo el tiempo focalizando en lo que no se puede cambiar, ya que de ese modo lo único que se logrará es más desánimo, frustración y ansiedad”.
“Lo que tenemos que hacer es atender ciertas cosas que tienen que ver con la vida restringida, tales como cuidar el descanso, bajar los niveles de exigencia en lo que hacemos, buscar gratificación dentro del espacio que tenemos, seguir conectados con los afectos, mantener cuidados físicos, de alimentación y ejercicio porque si no el agotamiento es peor”.
En la misma línea se manifestó Borensztejn, quien sostuvo: “Estamos aislados físicamente, pero es necesario estar conectados, hablar con los seres queridos, verse aunque sea por videollamada; no es lo mismo pero ayuda mucho”.
“Lo que da ansiedad son las situaciones que escapan al control y en ese sentido, saber cómo cuidarnos tranquiliza -consideró la presidente de APA-. Y dado que vamos a tener que convivir con el coronavirus un tiempo, la importancia de mantener los vínculos es clave”. “Se han descubierto cosas nuevas en esta forma de vida: que se puede tener contacto virtual y que sea de sostén, profundo; se le dio más sentido y profundidad a herramientas que conocíamos pero ahora le damos otro uso”.
“Cabe aclarar que confinamiento no implica ‘aislamiento social’. El aislamiento social tiene consecuencias muy nocivas para la persona que es aislada. La comunicación debe mantenerse, el aislamiento es sólo físico respecto de personas no convivientes”, aportó en tanto Adrover, quien instó a que “la comunicación interpersonal sea potenciada, en forma plena con los convivientes y activa por medios virtuales con las otras personas”.
- ¿Qué rol juega estar sobreinformado?
- Torrente: Está sugerido en las guías internacionales seleccionar las fuentes de información y dosificar la cantidad de información que se consume. Si estamos permanentemente realimentando la mente con lo que tiene que ver con la fuente de peligro impedimos que la mente pueda descansar.
No es necesario recibir información todo el tiempo; se deben elegir los momentos del día para informarse y el resto del dia llevar la atención y buscar otras temáticas que nos puedan interesar, ya que el exceso de información contribuye a la fatiga cognitiva.
Una parte del cerebro está permanentemente procesando información que tiene que ver con el peligro, con la situación de riesgo y la mente pierde capacidad de concentrarse en otras cosas.
- Borensztejn: Es muy importante evitar la sobreinformación. Debemos decidir en qué momento nos informamos y conectamos con la realidad, aceptar esta realidad es también parte de acostumbrarse.
Hemos pasado por un shock y las consecuencias de esto las vamos a ir elaborando después. El deseo de estar bien predomina y eso hará que vayamos mejorando psicológicamente.
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