Anemia infantil: 4 pasos para detectar la deficiencia de hierro en los niños

De acuerdo con los datos más recientes de la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) de 2023, el 43,1% de los niños en Perú sufre de anemia, un problema de salud pública que ha mostrado poca variación en los últimos años. Esta condición, caracterizada por la reducción de glóbulos rojos o hemoglobina en la sangre, es frecuente en menores y puede tener graves repercusiones en su crecimiento y desarrollo.

Por ello, el Dr. Álvaro Altamirano, pediatra y asesor médico de Laboratorios Elifarma, enfatiza la importancia de que las madres padres y los padres detecten a tiempo si sus hijos padecen anemia, ya que esta afección rara vez presenta síntomas claros. “Es fundamental actuar rápidamente. Los padres deben estar atentos a señales como fatiga, somnolencia excesiva, dificultad para concentrarse, palidez en la piel y mucosas, así como bajo rendimiento escolar”, señala.

El doctor también indica que la intervención temprana no solo mejora el bienestar físico de los niños, sino que es crucial para su desarrollo cognitivo y psicomotor. “Los niños que han sufrido anemia durante su primer año de vida pueden experimentar una disminución de hasta cinco puntos en su coeficiente intelectual, lo que puede llevar a un bajo rendimiento académico y, a largo plazo, a una menor productividad en la vida adulta. Ante cualquier sospecha, es esencial consultar al pediatra para realizar un diagnóstico y comenzar el tratamiento adecuado”.

Altamirano subraya que, dada la alta prevalencia de anemia en el país, es crucial que los padres conozcan los pasos a seguir en caso de sospecha para combatir esta condición:

1. Realización de un hemograma: ante la sospecha de anemia, es fundamental realizar un análisis de sangre que mida los niveles de hemoglobina y detecte posibles deficiencias de hierro. Los valores normales varían según la edad, por lo que es importante consultar al pediatra para una correcta interpretación del análisis.
2. Intervención nutricional: según los resultados del análisis, el médico puede sugerir una dieta rica en hierro. Se deben incluir alimentos como carnes, pescado, legumbres, frutos secos y frutas con alto contenido de vitamina C, que favorecen la absorción de este mineral esencial.
3. Suplementos de hierro: para complementar la alimentación, el especialista puede prescribir suplementos de hierro, indicando la dosis adecuada y la duración del tratamiento. Existen diversas opciones en el mercado, incluidas algunas con buen sabor que facilitan su administración en niños.
4. Monitoreo constante: es vital seguir las indicaciones del pediatra y realizar controles periódicos para evaluar la evolución del tratamiento. Se recomienda un seguimiento semestral a partir de los seis meses de edad, y un tamizaje anual para niños mayores de dos años, hasta que cumplan 11 años.

Por último, el pediatra destaca que “la anemia infantil es un reto que nos involucra a todos. Es fundamental que padres, educadores y profesionales de la salud colaboren para crear un entorno que favorezca el bienestar y el crecimiento adecuado de nuestros niños. De esta manera, garantizamos un futuro saludable para ellos y un mejor desarrollo para el país”.

La anemia tiene un impacto significativo en el desarrollo infantil temprano. Durante los primeros tres años de vida, el cerebro experimenta su crecimiento más rápido, formando entre 700 y 1,000 conexiones neuronales por segundo, lo que constituye la base para el desarrollo cognitivo, físico, social y emocional del niño.

Desafortunadamente, cuando un bebé sufre de anemia, no puede alcanzar su máximo potencial de desarrollo, lo que se manifiesta desde los primeros años escolares y tiene efectos duraderos a lo largo de su vida. Por ello, es esencial prestar atención a las medidas básicas para prevenir la anemia en mujeres gestantes y en niños durante sus primeros tres años de vida.

Debido a la anemia, el bebé puede nacer con un peso inferior al normal, lo que aumenta el riesgo de problemas de salud tanto a corto como a largo plazo. Esta condición puede reducir hasta en un 9% la capacidad de aprendizaje en comparación con quienes no la han experimentado. Además, afecta el desarrollo del lenguaje, la memoria y la capacidad de exploración del niño.