Los astronautas Butch Wilmore y Suni Williams. (NASA/Reuters)La imagen ha llamado la atención por dos motivos: por un lado, cuando Sunita Williams y Butch Wilmore regresaron por fin a la Tierra después de 289 días varados en la Estación Espacial Internacional —en principio iban para una semana, pero tras un fallo en su nave se determinó que no era segura para que volvieran en ella—, lo primero que se vio fue su alegría y su alivio. Pero detrás de esta felicidad había rostros demacrados, muy cambiados.
La imagen ha reavivado el debate sobre las consecuencias de pasar demasiado tiempo en el espacio, fuera del entorno habitual al que está adaptado el cuerpo humano. ¿De verdad se envejece a mayor velocidad que en la Tierra? La respuesta, para desgracia de los que buscan resoluciones sencillas y rápidas, tiene matices.
Y es que el fenómeno del envejecimiento acelerado es una realidad, pero es parcialmente reversible al regresar a nuestro planeta. Y además, llamarlo “envejecimiento” no es del todo correcto. Según publica National Geographic, un conjunto de 29 estudios difundidos en las revistas Cell, Cell Reports, iScience, Cell Systems y Patterns han analizado los efectos biológicos del vuelo espacial en 56 astronautas, más del 10% de todas las personas que han viajado al espacio. Todos ellos ofrecen el panorama más claro hasta el momento sobre las repercusiones de pasearse fuera de la Tierra. Y la conclusión es rotunda: “El espacio cambia drásticamente los genes, la función mitocondrial y los equilibrios químicos de las células y desencadena una cascada de efectos en la salud de los humanos y los animales que viajan al espacio”, señala National Geographic.
Estas alteraciones fisiológicas son similares a las manifestaciones típicas del envejecimiento. Así, Sunita Williams y Butch Wilmore mostraban cambios externos que daban la impresión de que hubieran envejecido cerca de diez años. Ambos astronautas experimentaron atrofia muscular y ósea, piel más fina, cabello canoso y dificultades al caminar. Estas transformaciones se deben principalmente a dos factores: la microgravedad y la elevada exposición a radiaciones cósmicas. Como resume en National Geographic Susan Bailey, radióloga de la Universidad Estatal de Colorado: “Todo el cuerpo se ve afectado, porque el espacio es un entorno muy diferente y extremo”.
Envejecimiento precoz y riesgo de enfermedad neurodegenerativa: los viajes espaciales pasan factura a los astronautas. Los astronautas pierden masa ósea a un ritmo de aproximadamente un 1% por mes si no se aplican medidas preventivas. Este proceso, denominado atrofia, también afecta a la musculatura, pese a las sesiones diarias de ejercicio físico y suplementación con vitamina D. El sistema cardiovascular, acostumbrado a funcionar bajo la gravedad terrestre, también se ve comprometido. En microgravedad, el corazón cambia de forma —de ovalado a más esférico— y su capacidad para bombear sangre se reduce, lo que puede producir arritmias y problemas circulatorios.
Por su parte, el sistema inmunológico sufre una degradación significativa, como lo demuestran los cambios en la respuesta del cuerpo a los virus y bacterias durante las misiones. Los niveles de estrés oxidativo aumentan, un fenómeno asociado al envejecimiento celular y a diversas patologías crónicas. Otro de los efectos más peculiares es el aumento de la estatura: sin la compresión de la gravedad, la columna vertebral se estira y los astronautas pueden ganar entre 2 y 5 centímetros.
Pero no todo es negativo. Los investigadores coinciden en que el espacio sirve como un laboratorio biológico de aceleración temporal. “El vuelo espacial es una experiencia inmersiva que no perdona a ningún viajero”, señala Susan Bailey. Esta aceleración permite a la ciencia observar procesos degenerativos sin esperar décadas, lo que multiplica el potencial para descubrir nuevos tratamientos contra enfermedades relacionadas con la edad. De momento, sin embargo, el sueño de casi todos los niños —convertirse en astronautas— tiene el problema de que también te transforma en un viejo prematuro.