No hay dudas: la leche materna es el mejor alimento para los recién nacidos. Los beneficios de amamantar a los bebés se reparten entre la madre y el pequeño, pues los profesionales de la salud defienden que ese acto donde se establece un vínculo único entre madre e hijo también puede protegerla a ella de ciertas enfermedades. En el caso de los bebés, también existe un consenso, pues esta leche contiene todos los nutrientes necesarios para su desarrollo y crecimiento.
La composición de la leche materna es única porque se adapta a las necesidades cambiantes del bebé, proporcionando no solo nutrición, sino también protección inmunológica contra diversas patologías. Nazareth Olivera Belart (@comadronaenlalola en sus redes sociales) es matrona asistencial en paritorio desde 2017 y en su último libro, ‘Ser bebé. Guía de cuidados del bebé con evidencia y mucha emoción’ (Grijalbo, 2024), explica por qué la composición de leche materna es beneficiosa para la salud del bebé.
La lactosa es el azúcar predominante en la leche materna, presente en aproximadamente 6 gramos por cada 100 mililitros. Se trata de una fuente importante de energía para el bebé que contribuye al desarrollo cerebral, ya que al descomponerse libera glucosa y galactosa, fundamentales para el sistema nervioso en crecimiento. Además, la lactosa mejora la absorción de calcio, esencial para la formación de huesos y dientes fuertes. También fomenta el equilibrio de bacterias saludables en el intestino y favorece una microbiota sana.
Otro componente clave son los oligosacáridos, unos carbohidratos complejos que desempeñan un papel clave en la protección del bebé contra infecciones. Aunque no son digeribles, actúan como prebióticos, fomentando el crecimiento de bacterias beneficiosas como los Lactobacillus y las bifidobacterias en el intestino. Además, bloquean la adhesión de patógenos en las paredes intestinales, reduciendo así el riesgo de infecciones gastrointestinales. Esta acción protectora es exclusiva de la leche materna y no puede ser replicada completamente por fórmulas artificiales.
La leche materna también contiene entre 0,8 y 1 gramos de proteínas por cada 100 mililitros, una cantidad adecuada para satisfacer las necesidades del bebé sin sobrecargar su sistema renal. Estas proteínas, como la caseína y las proteínas séricas, tienen funciones esenciales. La lactoferrina, por ejemplo, posee propiedades antimicrobianas y mejora la absorción de hierro, mientras que los anticuerpos IgA protegen contra infecciones al recubrir las mucosas del tracto gastrointestinal y respiratorio. Además, las proteínas de la leche materna son altamente digestibles, asegurando una absorción eficiente de los aminoácidos esenciales para el crecimiento.
El hierro, aunque está presente en cantidades limitadas, tiene una biodisponibilidad excepcional en la leche materna, lo que significa que el bebé lo absorbe de manera eficiente, reduciendo significativamente el riesgo de anemia durante los primeros meses de vida. La lactoferrina también juega un papel crucial al transportar el hierro al intestino del bebé y maximizando su utilización.
Las grasas de la leche materna representan aproximadamente el 50% de las calorías que el bebé necesita. Estas grasas varían según los alimentos consumidos por la madre e incluyen ácidos grasos esenciales como el omega-3 (DHA) y el omega-6, fundamentales para el desarrollo del cerebro, la retina y el sistema nervioso del bebé. Además, proporcionan una fuente concentrada de energía para el rápido crecimiento del lactante.