España es la líder mundial en cuanto a superficie, producción y comercio exterior del llamado ‘oro líquido’: nuestro aceite de oliva. Este producto no solo tiene un impacto significativo en la economía nacional, sino que también ha conformado aspectos culturales en los pueblos que se dedican a este tratamiento de la aceituna. El aceite de oliva supone mucho más que un alimento, es un pilar de nuestra dieta mediterránea que cuenta además con múltiples efectos para la salud.
La Fundación Española del Corazón (FEC) aboga por el consumo del aceite dentro de la ingesta diaria recomendada, que comprende entre tres y seis raciones. Consumir aceite de oliva virgen extra puede aumentar los niveles de colesterol de lipoproteínas de alta densidad (HDL), lo que conocemos como “colesterol bueno”. El HDL ayuda a eliminar el colesterol de las arterias y lo transporta al hígado para su excreción, por lo que actúa como un garante de la salud cardiovascular.
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Por su parte, el colesterol de lipoproteínas de baja densidad (LDL), conocido como “colesterol malo”, puede acumularse en las paredes de las arterias, formando placas que restringen el flujo sanguíneo y aumentan el riesgo de ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares. El aceite de oliva ayuda a reducir los niveles de LDL. Los polifenoles y los ácidos grasos monoinsaturados presentes en el aceite de oliva tienen propiedades antioxidantes y antiinflamatorias que contribuyen a reducir la oxidación del colesterol LDL, disminuyendo así el riesgo de aterosclerosis.
El aceite de oliva puede ayudar a controlar la hipertensión, un factor de riesgo significativo para enfermedades cardiovasculares tal y como explica la FEC. Recientes investigaciones sugieren que los antioxidantes presentes en este producto, como los polifenoles, tienen un efecto relajante en los vasos sanguíneos, lo que mejora el flujo sanguíneo y reduce la presión arterial. Además, las grasas monoinsaturadas ayudan a mantener la elasticidad de las arterias, lo que es crucial para la regulación de la presión arterial.
Las personas que sufren de diabetes tipo 2 también pueden beneficiarse de un consumo regular y moderado del aceite de oliva, pues las grasas saludables que se encuentran en este pueden desempeñar un papel en la prevención. Dichas grasas mejoran la sensibilidad a la insulina y la regulación de la glucosa en sangre. Además, los antioxidantes del aceite de oliva ayudan a combatir la inflamación, un factor contribuyente en la resistencia a la insulina.
Por otra parte, el aceite de oliva virgen extra es beneficioso para la salud intestinal gracias a su efecto positivo en la flora intestinal y su capacidad para reducir la inflamación, ya que favorece el crecimiento de bacterias intestinales saludables esenciales para una digestión adecuada y la absorción de nutrientes. Además, los compuestos antiinflamatorios del aceite de oliva pueden ayudar a reducir la inflamación intestinal, algo de lo que se pueden aprovechar las personas con condiciones como el síndrome del intestino irritable (SII) y la enfermedad inflamatoria intestinal (EII).
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Otro de los beneficios del aceite de oliva es su efecto hidratante y antioxidante en el cuidado de la piel, como ha confirmado un estudio llevado a cabo por el Departamento de Biología Celular, Fisiología e Inmunología de la Universidad de Córdoba. Los antioxidantes, como la vitamina E, presentes en el aceite de oliva, protegen la piel contra el daño de los radicales libres y el envejecimiento prematuro. A su vez tiene propiedades antiinflamatorias que pueden ayudar a calmar la piel irritada y reducir el enrojecimiento.