Hoy en día es posible monitorizar a través de nuestros móviles, relojes, pulseras o anillos inteligentes múltiples parámetros relacionados con la salud: número de pasos diarios, tipo e intensidad de entrenamiento, calorías, frecuencia cardiaca, horas de sueño, etc. Sin embargo, no debemos descuidar la observación de indicadores “analógicos” que no dependen de la cobertura, la conexión wifi o la batería. Y uno de estos parámetros es el aspecto de las heces.
Tal vez no suene muy glamuroso, pero monitorizar nuestras deposiciones es rápido y fácil y puede aportar información sobre la salud más allá del aparato digestivo, dada la conexión del intestino y su microbiota con el resto de aparatos y sistemas corporales.
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Para animarle a que incluya esta rutina en sus hábitos de autocuidado, vamos a revisar cuáles son las características principales que debe tener una deposición normal. Hablaremos sobre todo de color y consistencia, pero es importante prestar también atención al olor y al propio acto de la defecación. Mientras que una evacuación intestinal saludable no requiere demasiado esfuerzo y es indolora, un aroma fuerte y desagradable resulta normal debido a la degradación de las sustancias de desecho por parte de la microbiota intestinal.
Color: más allá del marrón
De forma general y en un contexto de buena salud, las heces son marrones, entre color caramelo y cacao, cromatismo otorgado por nuestros glóbulos rojos y su proceso de senescencia. El ciclo de vida de los hematíes es de unos 120 días, y cuando lo completan y son descompuestos por el bazo, producen bilirrubina. De su conjugación en el hígado derivan unos pigmentos llamados urobilinógenos, que se almacenan en la vesícula biliar como parte de la bilis y llegan al segmento del intestino delgado llamado duodeno, dando color a las heces.
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Sin embargo, el consumo de algunos alimentos y fármacos, así como ciertos procesos patológicos, pueden variar su “paleta” cromática. Hagamos una guía tipo Pantone que nos ayude a interpretar el color de nuestras deposiciones:
- Verde: Espinacas, brécol y otros alimentos ricos en clorofila pueden provocar una coloración verdosa. Pero también la Salmonella, una bacteria de la que seguro ha oído hablar y que puede producir cuadros de gastroenteritis. ¿Entonces? Si se encuentra bien y ha comido espinacas, no debe preocuparse. De no ser así, y si además sufre diarrea, náuseas, vómitos o fiebre, sospeche y busque atención sanitaria.
- Naranja: Alimentos ricos en betacarotenos como la zanahoria o la calabaza pueden teñir las heces de este color. También lo hacen la rifampicina –un fármaco muy utilizado para el tratamiento de infecciones micobacterianas como la tuberculosis– y algunos antiácidos.
- Amarillo: Sugiere la presencia de una cantidad excesiva de grasa en los excrementos, lo que puede deberse a problemas de absorción intestinal (como en la enfermedad celíaca y el SIBO) o a un déficit de enzimas pancreáticas o de bilis. Si hay exceso de grasa, las deposiciones también brillarán y flotarán.
- Blanco: Las deposiciones blanquecinas, pálidas o grisáceas avisan de alteración hepática o de la vesícula biliar.
- Rojo: Puede explicarse por pequeños restos de alimentos sin digerir, como la piel del tomate o el pimiento rojo, pero también por la presencia de sangre en heces. Pequeñas hebras rojas en la superficie suelen ser indicio de hemorroides o fisuras. Si la sangre está mezclada con las deposiciones, debemos pensar en procesos inflamatorios intestinales o en la presencia de pólipos o tumores.
- Negro: Aunque parezca extraño, también puede deberse a la presencia de sangre. En este caso, corresponde a restos de un sangrado en los tramos altos del tubo digestivo: al ser “digerida” en su tránsito, la sangre adquiere un color oscuro cercano al negro. Estas heces, que clínicamente llamamos “melenas”, suelen desprender un olor muy fuerte y quedarse muy adheridas al WC. Otras causas de heces negras pueden ser el consumo de fármacos como el hierro o de alimentos como la tinta de calamar, la remolacha o los arándanos
Consistencia: la Escala de Bristol
La consistencia es un dato clave en la evaluación de la salud intestinal, y depende fundamentalmente del contenido de agua. Cuando el tránsito intestinal es rápido, la absorción de agua se ve limitada, dando lugar a heces líquidas o semilíquidas. Y si dicho tránsito es lento, la absorción se produce en todos los tramos del intestino y las heces se deshidratan, volviéndose más duras.
Para medir la consistencia disponemos de una escala ordinal, la Bristol Stool Form Scale (BSFS), que clasifica las heces en base a su consistencia y forma, desde las más duras (tipo 1), hasta las más blandas (tipo 7).
La descripción del aspecto de cada modalidad a simple vista es la siguiente:
- Tipo 1: Fragmentos duros y separados, tipo nueces, difíciles de evacuar.
- Tipo 2: Forma de salchicha, compuesta de fragmentos visibles.
- Tipo 3: Forma de salchicha o morcilla, con grietas en su superficie.
- Tipo 4: Forma de salchicha o serpiente, suave y lisa.
- Tipo 5: Trozos de masa pastosa, de bordes bien definidos y fáciles de evacuar.
- Tipo 6: Fragmentos blandos y esponjosos, con bordes irregulares y consistencia blanda o pastosa.
- Tipo 7: Heces acuosas, sin fragmentos sólidos, totalmente líquidas.
Los tipos 1 y 2 son heces anormalmente duras y suelen apuntar a estreñimiento, mientras que las modalidades 6 y 7 se consideran deposiciones demasiado líquidas, compatibles con diarrea. Esto posiciona a los tipos 3, 4 y 5 como la normalidad. El ideal se adscribe al tipo 4.
* Información elaborada por Esther Martínez Miguel, directora del Grado en Enfermería. Facultad de Ciencias de la Vida y de la Naturaleza, Universidad Nebrija; y Silvia Gómez Senent, médica de Aparato Digestivo. Directora del Máster en Microbiota Humana. Profesora en el Grado de Enfermería, Universidad Nebrija