¿Qué se bebe en un banquete real? La larga tradición de los reyes de España de no apreciar el vino nacional

A lo largo de los siglos, los distintos monarcas españoles han tenido predilección por vinos extranjeros y no han sabido emplear los caldos locales como arma diplomática

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El rey de España, Felipe VI, preside el banquete en honor al presidente de Colombia, Gustavo Petro, a principios del pasado mayo. (Casa Real)
El rey de España, Felipe VI, preside el banquete en honor al presidente de Colombia, Gustavo Petro, a principios del pasado mayo. (Casa Real)

Hubo que esperar a la llegada al trono de Juan Carlos I para que la realeza española empezara a prestarle algo de atención al vino español. Hasta la entronización del ahora rey emérito, sus predecesores nunca concedieron a los caldos locales la relevancia que sí le daban a los extranjeros, principalmente a los vinos elaborados en Francia. Fue una vez afianzada la transición, cuando el hijo de Juan de Borbón comenzó promocionar el producto de las viñas locales mediante visitas a muchas bodegas, de manera tal que en varias de ellas aún conservan una o más botas reservadas para el consumo exclusivo -quizá en Abu Dabi- del monarca.

La iniciativa de Juan Carlos I dista mucho de los hecho, por ejemplo, por Carlos I, quien nunca dudó en hacer pública su preferencia por la bebida alcohólica de su otro reino: la cerveza, de la que presumió hasta su muerte, en 1556, por gota. Tampoco su hijo, Felipe II, en cuyos dominios no se ponía el sol, mostró aprecio por el vino producido en el territorio que años después se conocería como España. Felipe prefería los vinos alemanes, especialmente aquellos elaborados en Rheingau y la Mosela, regiones famosas hasta el día de hoy por su riesling. Es de suponer, por la época, que el bisnieto de los reyes católicos los prefería dulces.

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Además, según relata Pedro Ballesteros Torres, uno de los cuatro Master of Wine españoles -solo existen 418 personas en el mundo con este título-, en su libro Comprender el vino, Felipe II también fue el responsable de que la Corte adoptara el llamado ritual borgoñón, una forma pretenciosas y protocolaria de comer importada del reino de los nobles de aquella región francesa, que fue imitado por Austrias y Borbones hasta bien entrado el siglo XIX y que, como no podía ser de otro modo, supuso que los vinos de Borgoña fueran los protagonistas de los banquetes reales de por entonces. Claramente, los reyes españoles no tenían cariño por el vino hecho por sus súbditos.

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Vinos de Toledo, Canarias y la estima extranjera

El único Austria que demostró cierto aprecio por los caldos españoles fue el último monarca de la dinastía que ocupó el trono: Carlos II, quien disfrutaba de beber del vino de Esquivias, aquel que tantas veces alabó Miguel de Cervantes en sus obras. Sin embargo, seguramente el interés de Carlos II respondía más a que la bebida toledana era más barata que la francesa, algo de gran relevancia ante los años de vacas flacas que atravesó la Corte durante el reinado del último Austria.

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Por su parte, Carlos III no solo fue el mejor alcalde de Madrid, sino el primer rey de España que mostró auténtico entusiasmo por un vino nacional, en concreto el que por aquella época se realizaba en las Islas Canarias y que ya contaba con cierto éxito internacional. De todas formas, el vino canario de por entonces era muy dulce por lo que Carlos III solo tomaba una copita de postre, hábito que no adoptó su esposa, María Amalia de Sajonia que prefería el champán.

El rey de España, Felipe VI, preside el banquete en honor al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a fines del pasado abril. (Casa Real)
El rey de España, Felipe VI, preside el banquete en honor al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, a fines del pasado abril. (Casa Real)

Paradójicamente, la fama que logró el vino español en aquellos años fue gracias al placer que sentían algunos monarcas extranjeros -sobre todo franceses e ingleses- al beberlo. Así, Luis XIV disfrutaba de mojar bizcochos en fondillón, el tradicional vino dulce alicantino, hábito que acrecentó durante sus últimos años de vida, según relata el duque de Saint-Simon, cronista de la corte del Rey Sol. Por otro lado, cuenta la historia que su nieto, Luis XVI, pidió maridar su última cena, antes de ser decapitado, con un vino de Málaga.

Los británicos también hicieron su parte en la promoción del vino español por todo el mundo. El gusto anglosajón se centró en los vinos fortificados de Jerez, de los que se dice tuvieron conocimiento a raíz de uno de los saqueos que el corsario Francis Drake perpetró contra Cádiz. Tras aquel ataque, la Corona y el establishment británicos se convirtieron en su principal cliente, al punto de que los bodegueros gaditanos amoldaron sus productos -mayoritariamente secos hasta hoy- al paladar inglés añadiéndoles dulzor. Su fanatismo por el sherry ha perdurado hasta nuestros días: en Reino Unido se bebe más Jerez que en España.

Un banquete real actual

A pesar de que Juan Carlos I ha sido el monarca que más ha hecho por el vino español no consta, según escribe Ballesteros, que haya empleado alguna vez algunos de los exponentes emblemáticos de la vinicultura nacional como arma diplomática. Asimismo, el experto sostiene que la lista de vinos que se suelen servir en los grandes banquetes reales actuales es “poco estimulante” y peca de conservadora: un jerez, un blanco de Rueda o de Galicia, un rioja -que a veces puede reemplazarse por un ribera- y un cava catalán. “Nunca un vino excepcional, que en España hay muchos, sino vinos que los convidados pueden comprar en una tienda al día siguiente”, se lamenta.

Ballesteros no duda en afirmar que parte del merecido prestigio de los vinos franceses radica en la tradición del estado galo, en contraposición al español, de utilizarlos en sus afanes diplomáticos. Macron, por ejemplo, obsequió al presidente de China, Xi Jinping, una botella del legendario Romanée-Conti -añada de 1978- cuando el asiático visitó Francia. En 2018, cuando el líder chino llegó de gira oficial a Madrid, Felipe VI le regaló un balón de fútbol firmado por todos los jugadores de la selección española y una camiseta oficial serigrafiada con el nombre del mandatario y el dorsal número 8.

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