Lineales de supermercados con cientos de botellas a la venta, un boom de tiendas especializadas y cada semana un nuevo winebar que amplía la oferta gastronómica de las ciudades españolas. Con este panorama nadie creería que aquí se bebe poco vino, pero España engaña. Este es el país con la mayor extensión de viñedos de todo el mundo, con 963.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la vid en 2021, y el tercer productor de vino -3.550 millones de litros- por detrás de Italia -5.020 millones- y Francia -3.760 millones-. Sin embargo, en el ranking de mayores consumidores, cae a la séptima posición, mientras que sus vecinos se mantienen en el podio.
“El consumo en España es ridículo en relación a otras partes de Europa”, asegura Adolfo Fernández, responsable de compras de Bodeboca, una de las tiendas online especializada en la venta de vino más importantes a nivel nacional. “Si tomamos como referencia los países de tradición productora, que al final son los del arco mediterráneo: Francia, Italia, Portugal y Grecia, su consumo per cápita es muy superior al de España. Tú vas a Francia y ves a la gente joven haciendo un picnic a la orilla del río o sentados en una mesa en un bistró y lo que están bebiendo, en su mayoría, es vino. Esto en España se perdió”, afirma.
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Los datos le dan la razón. De acuerdo al informe anual de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), en 2021, en Francia -segundo consumidor mundial tras Estados Unidos- se bebieron 2.490 millones de litros de vino, mientras que en Italia -en tercera posición- se tomaron 2.420 millones. El ranking sigue, en este orden, con Alemania, Reino Unido, Rusia y, finalmente, España, con un consumo de 1.030 millones de litros, es decir, menos de la mitad que lo bebido en territorio galo o ítalo. Un caso particular es Portugal que, con 530 millones de litros y 10,3 millones de habitantes, es el país con el mayor consumo per cápita del mundo: 51 litros por persona, mientras que en España es de poco menos de 22 litros.
Estos números, no obstante, tienen un sesgo. La OIV considera todo el vino bebido dentro de las fronteras de un país, es decir, incluye también a los 54 millones de viajeros internacionales que, en 2021, visitaron Francia, los 32 que llegaron a España y los 26 que optaron por Italia, según datos de la Organización Mundial del Turismo. Otro podio compartido entre los tres países, que son los que más turistas reciben en Europa.
Ante esto, el crítico de vinos Santiago Rivas aventura que, si no fuera por el turismo, España registraría cifras de consumo per cápita cercanas a las de los países de tradición islámica, religión que prohíbe el consumo de alcohol, y sus cálculos, si bien no certeros, no son del todo descabellados. Según el Ministerio de Agricultura, que en su Informe del Consumo Alimentario registra lo que toma y come únicamente la población residente del país, cada español bebió 8,37 litros de vino en 2021, último año con datos. Lejos, sí, del algo más de un litro que ingiere, según la OMS, cada uno de los 37 millones de marroquíes -principales consumidores del mundo árabe-, pero más lejos aún de los 21,85 litros de cerveza per cápita en España.
En búsqueda de una explicación
Encontrar las razones de este consumo tan bajo en uno de los mayores productores de vino del mundo no es sencillo y posibilidades, según los expertos, hay varias: una mala estrategia publicitaria, el poder adquisitivo de los jóvenes, la creencia de que el vino es solo para entendidos e incluso las altas temperaturas. “Este es un país con calor -explica Fernández- y, a lo mejor, una cerveza con cinco grados de alcohol y fría es más digerible que un tinto de Rioja que, difícilmente, baja de 14 grados. ¿Es esa la única razón? No lo creo. También hace muchísimo calor en Sicilia o Portugal y allí beben más vino”.
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Por su parte, Rivas achaca la situación a que la industria vitivinícola española no ha divulgado exitosamente la bebida y ha consolidado la idea de que para beber vino hay que saber al respecto, lo que ha hecho que el español opte por otras bebidas alcohólicas cuyo consumo percibe como menos exigente y relajado. “Un español sabe de todo: ataja pandemias, hace convocatorias de la selección de fútbol, arregla lo de Cataluña, te resuelve lo de Ucrania, pero en el vino siempre se va a disculpar por no saber. Un español reconociéndote que no sabe de algo ha tenido que pasar por una destrucción del ego brutal, han tenido que ser décadas de rodillo divulgativo”, detalla el crítico.
Otra explicación podría radicar en el precio más elevado que tiene el vino respecto a sus competidores. Para Fernández, los españoles tienen muchos reparos a la hora de, por ejemplo, pagar 20 euros por una botella en un restaurante cuando pueden conseguirla por la mitad en el supermercado. “Los restauradores meten muchas veces un margen gordo que genera cierto rechazo, pero cuando pides un gin-tonic o cualquier combinado y te soplan 12 o 14 euros nadie dice nada. En cambio, si por una copa de vino te piden cuatro o cinco euros todo el mundo se queja, cuando tendría que ser al contrario por todo lo que hay detrás de una botella de vino, mientras que se destilan 20.000 litros de ginebra con tan solo darle a un botón”. De acuerdo al Ministerio de Agricultura, en 2021, cada español gastó 25,69 euros en vino.
Tampoco se tiene certeza de cuándo se produjo esta desafección del consumidor -aunque algunos señalan a la década de los ‘80- ya que, si bien el consumo nunca fue elevado, el vino siempre estaba presente en la mesa de los españoles. Fernández, oriundo de Sevilla, ilustra este fenómeno con su álbum familiar en el que en las fotografías en blanco y negro de importantes eventos familiares -bodas, bautizos, comuniones- se observan botellas de fino Tío Pepe o manzanilla La Guita, pero cuando las fotos se vuelven a color ese lugar lo pasa a ocupar la botella de un litro de Cruzcampo. “Yo tengo un amigo que lo vincula al mundial de Italia ‘90 -comenta Rivas- que fue el primero que vino patrocinado en televisión por las cerveceras y fue como el cambio de tendencia. No lo sé, era muy pequeño. Yo estaba para mostos”.
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