En este contexto de pandemia, las alteraciones para dormir afectaron no solo a los adultos, sino también a los niños. Estos cuadros pueden empeorar cuando existe algún problema de base. El sueño es un proceso fisiológico, cuyo ciclo está conformado por dos etapas principales: el sueño no REM, sin movimientos oculares rápidos, constituye la mayor parte y ocurre durante la primera etapa de la noche. El sueño REM, con movimientos oculares rápidos, es el que predomina durante la madrugada.
El ciclo de sueño, además, esta influido por la edad. El porcentaje de sueño REM es de aproximadamente:
- 50% en lactantes menores de tres meses.
- 30% en niños de hasta dos años.
- 20% en los adolescentes, con una proporción muy similar a la de los adultos.
El sueño no REM constituye la fase del sueño más extensa, abarca aproximadamente el 75% del sueño normal y es el que predomina en la primera mitad de la noche (es la etapa del descenso metabólico).
El sueño REM predomina en la segunda mitad de la noche. Es el momento de mayor actividad cerebral, de la consolidación de la memoria de corto plazo a largo plazo; es la etapa en la que soñamos y es fácil de despertar, cuando realmente logramos el descanso corporal.
Es fundamental que se cumplan estas funciones para lograr un sueño reparador. La irrupción de la pandemia afectó la conciliación del sueño en muchas personas, fruto del estrés, la incertidumbre y los cambios de hábitos.
Por ejemplo, la aparición de ronquidos en los niños es la manifestación de trastornos respiratorios que se relacionan con el sueño. Se suele producir una insuficiencia respiratoria por aumento del tamaño de las adenoides (las llamadas “carnes crecidas”) o de las amígdalas. Esto, a su vez, puede dar lugar al síndrome de apnea/hipopnea obstructiva del sueño (SAHOS) o por hipertrofia de los cornetes o desviación del tabique (por haber recibido algún golpe por caídas o por prácticas deportivas, entre otros). En el SAHOS, el sueño se interrumpe y se producen “microdespertares”, que impiden el buen descanso.
Para el diagnóstico de esas alteraciones es necesario realizar una anamnesis (interrogatorio clínico) minuciosa y una evaluación otorrinolaringológica. Todas estas afecciones repercuten de manera negativa en la calidad de vida, con modificaciones en la dinámica familiar, y perjudican el desarrollo integral. Esto último se manifiesta con cambios en la conducta, en el aprendizaje y en el aspecto emocional.
¿A qué señales debemos prestar atención?
- Bostezos repetidos
- Evaluar grado de alerta
- Presencia de párpados caídos
- Irritabilidad e hiperactividad
- Cambios de posición durante el descanso
- Somnolencia diurna
- Respiración bucal y babeo
- Alteraciones del crecimiento, tanto en peso como en estatura
- Enuresis (incontinencia urinaria)
- Sueño inquieto, con posturas raras y bizarras
Insomnio
Se trata de la alteración en la conciliación o el mantenimiento del sueño, con o sin despertar prematuro. Es uno de los trastornos más frecuentes durante la infancia, y se lo considera un síntoma, no una patología propiamente dicha.
Por ejemplo, en los lactantes y los niños en edad prescolar o escolar, el insomnio suele deberse a que duermen con ropa incómoda, a la presencia de cólicos y al aumento de tamaño de adenoides y amígdalas que algunas veces les impide respirar correctamente por la nariz.
En los adolescentes, las causas del insomnio pueden ser la práctica de ejercicios intensos, el uso y abuso de pantallas, y la ansiedad ante determinadas situaciones. Todo esto puede causar trastornos del estado de ánimo.
Es necesario tener en cuenta que la higiene del sueño y el mantenimiento de hábitos saludables son fundamentales a toda edad. Tener rutinas consistentes otorga seguridad a la hora de dormir, sobre todo para disminuir la latencia del inicio del sueño y favorecer el mantenimiento.
Cómo mejorar el sueño en niños y adolescentes:
- Establecer rutinas (bañar a los más pequeños antes de dormir, leerles cuentos)
- Procurar que los horarios sean regulares (acostarse y levantarse a la misma hora)
- Asegurarse de que la habitación tenga la humedad y temperatura adecuadas
- Evitar dormir en otros lugares que no son los habituales (tales como el sillón, el cochecito, etc.)
- Evitar las siestas muy prolongadas
- Favorecer la actividad física, siempre evitando que sea a última hora del día
- Asegurarse de que transcurra por lo menos media hora a una hora entre la cena y el momento de irse a dormir
- Evitar los alimentos muy azucarados, las bebidas cola y el alcohol, sobre todo en los adolescentes
En el caso de los niños, se recomienda intentar que se duerman solos, sin la presencia de los padres. De todas maneras, en ciertas ocasiones se debe ser cauteloso con la rigidez de algunas medidas, pues algunas veces puede requerir contención emocional por la transición de algunas situaciones particulares que no se perciben.
Terrores nocturnos
Se trata de despertares bruscos, en general muy dramáticos e intensos, que suelen estar acompañados por una sensación de miedo. Puede afectar al 3% de los niños entre los 4 y 12 años, pero su mayor incidencia es después de los 7 años.
En el caso de tener amígdalas y adenoides aumentadas de tamaño, el niño puede tener alguna apnea que lo despierta muy asustado, con gritos y llanto, con sensación de miedo y sed de aire, les cuesta volver a conciliar el sueño.
En otros casos, no responde a una causa en particular, y su despertar puede ser confuso y estar desorientado, pero no tienen dificultad para continuar durmiendo.
Pesadillas
Se trata de sueños perturbadores, en general largos y muy reales, acompañados de una sensación de terror que despierta al paciente. Luego, persiste la ansiedad y la dificultad para conciliar el sueño, hay quienes incluso no quieren volver a dormirse. Se pueden desencadenar por algún trauma vivido, una experiencia en particular, con cierta perturbación que resulte relevante.
Se recomienda evitar el uso de teléfonos celulares, tabletas y pantallas en general antes de irse a dormir, instalar luces bajas y dejar la puerta entreabierta.
Sonambulismo
Se trata de un despertar confusional, el paciente puede sentarse al borde de la cama o abandonar la cama y caminar. Las conductas pueden ser variadas, desde acciones muy simples a actividades más complejas; puede parecer que el paciente está despierto y reactivo, calmado y sin miedo. El cuadro finaliza de manera espontánea, retomando el sueño normal. En algunas oportunidades, si se los despierta durante el episodio pueden mostrarse confusos durante unos minutos. El fenómeno suele comenzar en la infancia y continúa en la edad adulta.
Puede tener un componente genético: la incidencia aumenta cuando existe el antecedente en ambos padres; cuando solo uno lo padece la incidencia baja.
El diagnóstico se basa en la anamnesis (interrogatorio clínico) dirigida a los padres o cuidadores. Se debe evaluar el caso, tranquilizar a los padres o parejas, educar con respecto al cuadro, dejar clara la importancia de la higiene del sueño e impartir medidas de seguridad como:
- Considerar el uso de cerraduras en las puertas y las ventanas y el uso de alarmas
- Retirar todo elemento que pudiese resultar peligroso (p. ej., elementos punzocortantes como tijeras, cuchillos, etc.).
- Se recomienda no despertar al paciente y no interactuar con él, pues se podría prolongar el evento.
La necesidad de tratamiento médico queda a consideración del especialista. Es importante es volver a destacar que es fundamental la higiene del sueño y los hábitos saludables, para lograr una funcionalidad individual y del entorno familiar, a la hora de descansar y lograr un sueño reparador.
Dra. Stella Maris Cuevas MN: 81701. Médica otorrinolaringóloga - Experta en olfato – Alergista. Expresidenta de la Asociación de Otorrinolaringología de la Ciudad de Buenos Aires (AOCBA)
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