El ritmo cotidiano aumenta tan progresivamente, que a veces no somos conscientes de la velocidad que tomamos. Por eso, frenar debe ser un proceso gradual. En una carrera hacia atrás, el objetivo es bajar la adrenalina. Y el que gana, es el que logra disfrutar del trayecto. Las técnicas son muchas y hay propuestas para transitar este cambio poco a poco.
Así, el downshifting, por ejemplo, es uno de los movimientos recientes que se hizo conocido en los Estados Unidos y Europa con la premisa de que trabajar menos, ganar menos y gastar menos nos hará más felices y vitales.
Las ansias de consumo nos meten de lleno en una vida colmada de esfuerzos e insatisfacciones. Si logramos identificar cuáles son las cosas que podemos "recortar", abriremos una brecha de tiempo libre, una bocanada de aire fresco que reinventará nuestra rutina.
Preparados
En la medida en que vamos creciendo, la vida acelera su ritmo: obligaciones, aspiraciones, compromisos… por eso, el primer paso para salir de esta carrera extrema es observar las necesidades propias: averiguar muy dentro nuestro qué es lo que nos hace bien, lo que nos despierta sensaciones liberadoras.
No hace falta parar, basta con disminuir la marcha
Descubrir lo poco o mucho que podemos cambiar, decidir a qué cosas quisiéramos destinar más tiempo, abrir nuevos espacios para el descanso y recargarnos de energías. Que el dinero no compra la felicidad ni la paz es algo que ya sabemos, pero el downshifting llegó para recordarnos que priorizar el trabajo no es saludable, que vivir saliendo de compras no es disfrutar la vida y que apagar de vez en cuando las pantallas nos permite volver a humanizarnos.
Una vez que reconocemos todo esto, estamos preparados para volver a ser dueños de nuestra vida. Habremos dado, entonces, el primer paso para sentirnos más sanos física, mental y emocionalmente.
Listos
Reducir la velocidad se siente en el cuerpo y se percibe con todos los sentidos: el ruido disminuye, aparecen los paisajes, podemos mirar por la ventana, oler la brisa y reconocer nuevos colores. No hace falta parar, basta con disminuir la marcha, para sentir que somos parte del entorno otra vez, que podemos y nos sentimos apoyando los pies en el suelo nuevamente.
Llegados a este nivel, sigamos descendiendo: ahora es posible descubrir, por ejemplo, el propio biorritmo. ¿Qué es esto? Nuestro ritmo interior, mesetas y caídas de la actividad física y mental. Las hormonas se mueven, el humor cambia, las necesidades también. Si logramos responder al pedido silencioso de nuestro cuerpo, la armonía (¡que habíamos perdido hace tanto!), precipita y se va ganando un valioso espacio. Respiremos hondo y sigamos desacelerando.
Simplificar, de eso se trata, reconocer cuántas de nuestras actividades realmente merecen el tiempo que les dedicamos. Si nos hace bien comer con amigos ¿por qué nos cuesta tanto encontrar el momento para hacerlo? Si tenemos un hermoso jardín en casa, ¿por qué pasó tanto tiempo desde la última vez que nos sentamos a disfrutarlo? En la vida hay grandes aceleradores que se disfrazan de necesidad: la excesiva cantidad de información, que la mente es incapaz de absorber y nos convierte en consumidores adictos de medios audiovisuales; la moda, que con su innovación nos impone una lógica basada en el consumo; la tecnología y las telecomunicaciones, que con la idea de optimizar tiempos, en realidad duplican nuestro ritmo normal de trabajo y de vida social; las propias ambiciones, que en pos de la superación personal, nos hacen olvidar qué es lo verdaderamente importante.
Cuando dejamos de ser malabaristas de nuestra propia vida, logramos que lo innecesario caiga por su propio peso, y podemos dedicarnos a sostener y cuidar lo que realmente tiene valor.
Simplificar, de eso se trata, reconocer cuántas de nuestras actividades realmente merecen el tiempo que les dedicamos
¡Pausa!
Una vez que la adrenalina desaparece y encontramos la velocidad adecuada, nos sentimos cómodos en este viaje y entonces podemos incorporar algunas variantes saludables como estas:
• Rencontrar lo espiritual o lo natural. La fe y la espiritualidad para algunos, la naturaleza para otros; lo importante es comprender y experimentar un costado no material ni terrenal, reconocer que no somos solo materia individual, sino que estamos en conexión e interacción con el entorno. Esto es, de alguna manera, cuidar nuestra esencia.
• Elegir el modo lento. Disfrutar de la comida y erradicar el fastfood, privilegiar los vínculos y evitar el frío touch and go; todo esto no es más que una nueva forma de tomarnos la vida, ya que en cada ámbito cotidiano podemos hacer modificaciones para que los momentos se conviertan en situaciones ideales para disfrutar.
• Cambio de hábitos. Hacer de a una cosa a la vez (¡tan fácil de decir, tan difícil de lograr!), tratar de que cada actividad dure por lo menos un instante más; si solemos comer en 10 minutos, que sean 15. Si antes hojeábamos el diario del domingo, que ahora se convierta en una lectura más serena. Si pasamos corriendo por cada góndola del supermercado, que ahora sean unos minutos más los que dediquemos a elegir los alimentos. Predispongámonos a hacer que cada instante sea más intenso.
• Limpieza de la jornada. La agenda suele tener más actividades que casilleros posibles. El teléfono tiene más contactos que los que podemos memorizar. Decidámonos a priorizar y limitar, evitemos las jornadas maratónicas de trabajo, prioricemos una vida social que podamos disfrutar. Ya es tiempo de recordar que también nosotros podemos elegir. Arribamos a la meta de la serenidad por fin, pero aquí no tenemos un cartel de llegada. Más bien estamos ante el comienzo de un nuevo camino, aquel que debemos construir paso a paso, kilómetro a kilómetro, siendo plena y libremente conscientes de la marcha y el destino que queremos disfrutar.
SEGUÍ LEYENDO
Paso a paso cómo tener un viaje espiritual para superar las emociones negativas