¿Vivimos bajo la creencia de que la felicidad debe ser perfecta y completa? ¿Cuál es el papel del deseo en nuestra búsqueda de la felicidad? ¿La constante exigencia de disfrute en nuestra sociedad nos aleja de una felicidad auténtica y equilibrada?
En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, el psicoanalista y escritor Gabriel Rolón define la felicidad como la capacidad de aceptar y convivir con nuestras carencias, subraya la importancia de no idealizar el amor ni justificar vínculos dañinos y analiza el papel del deseo en un contexto de demanda constante de disfrute y euforia. El episodio completo podés encontrarlo en Spotify y YouTube.
Gabriel es un reconocido psicoanalista, escritor y pensador de la cultura. Se graduó en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y ha escrito diez libros, entre los que se destacan Historias de diván, Los padecientes, El Duelo, La felicidad más allá de la ilusión y La voz ausente, entre otros. Sus obras han superado récords de ventas y se convirtió en el escritor más vendido de Sudamérica.
— ¿Cuál es la ilusión de la felicidad?
— La ilusión es creer que la felicidad nos va a colmar, que nos va a completar, que seremos felices cuando nada nos falte, cuando hayamos resuelto todo, cuando hayamos cumplido todos nuestros sueños y todo nos salga bien. El ser humano tiene la tendencia a idealizar las cosas y la felicidad no escapa a eso. Uno idealiza el amor, hablás con alguien y te dice: “Pero no encuentro la persona que justo…”, algunos textualmente te dicen: “Que me complete” y yo siempre digo: “Tengo malas noticias: no la vas a encontrar”. Cuando uno idealiza mucho el amor hay cosas que elige no ver para no desilusionarse y se engaña o hay desilusiones que se lleva por delante porque no aparece esa perfección y con la felicidad pasa algo parecido. Yo creo que para poder ser feliz hay que correrse de esa ilusión, de creer que sólo podemos llamar “felicidad” a un estado de plenitud, de completud, donde nada falta, donde todo está bien, porque si querés eso, concluye con la primera ausencia. La primera vez que se muere alguien que vos querés en la vida ya está, jamás volverás a tener todo lo que querés. Entonces me gustó mucho trabajar en el libro esa idea de una felicidad a pesar de la falta y, por ende, más allá de la ilusión. Somos buscadores de la posibilidad de encontrar ese objeto que calmaría nuestro deseo para siempre y ese objeto, por suerte, no existe porque sino dejaríamos de desear y la vida dejaría de tener un sentido.
— ¿A veces ser felices puede llevarnos inconscientemente al autoboicot?
— Muchas veces nos agarramos de fantasmas del pasado nada más que para boicotear nuestro presente, entonces hay personas que no se sienten con el derecho a ser felices. “Los que fracasan cuando triunfan”, decía Freud. Entonces cuando algo les está yendo bien lo tienen que arruinar y a veces ese acto fallido que te lleva a arruinar algo es pegarle un llamado a ese ex con quien por algo te separaste. Como el deseo es deseo de lo que no se tiene, es muy probable que aunque te sientas muy bien digas: “Sí, pero me encontré pensando que con aquella persona tenía…” y sí, porque hoy no lo tenés, el deseo es lo que no se tiene, con el de ahora no deseás esa calma porque esa calma la tenés, la deseabas en el otro vínculo cuando te peleabas todo el día. Ahora que lo tenés ha salido de la lista del supermercado ¿qué traigo? “Esto hay, esto hay, esto hay” y anotás lo que no hay. El deseo hace algo parecido. Pero hay que tener mucho cuidado de no arruinar algo que se está construyendo con esfuerzo, con entrega, con sinceridad y con nobleza sólo para ir en busca de una ilusión fallida, porque uno va al encuentro, en la mayoría de los casos, de algo que ya sabe lo que va a encontrar.
— En el libro mencionás la diferencia entre historia y pasado, que influye en cómo recordamos y reinterpretamos nuestra felicidad, tendiendo a idealizar el pasado como más feliz de lo que realmente fue.
— Sí, es bastante común. Cuando vos le decís a alguien: “Decime un momento de felicidad”, vas a ver que en el 80% de los casos se van al pasado, a la niñez, se van a ir a esa etapa también idealizada. Porque cuando éramos chicos no éramos tan felices, la pasábamos bastante mal, llorábamos, no nos compraban todo lo que queríamos, o nos faltaban algunas cosas, la vida siempre es difícil. Solemos creer que lo más difícil es lo que nos pasa aquí y ahora porque el presente es tan potente que te lleva por delante, pero ejercemos una trampa, creo yo. A veces, cuando la vida se pone muy difícil y en este intento desaforado de encontrar una plenitud inexistente, como no vamos a poder encontrarla en el tiempo que estamos en el presente, sea cual fuere ese momento de nuestra vida, la empezamos a buscar atrás e idealizamos el pasado, decimos: “Qué feliz que era cuando…” Entonces embellecés un montón de anécdotas, de vivencias, porque todos tenemos la necesidad de sentir que nuestra vida ha valido de algo, que tuvo algún sentido que pasáramos por la vida. Entonces a mí me gustó iluminar esa parte de la forma en la que uno intenta alcanzar la felicidad, que es idealizando un pasado que estoy seguro que no fue tan perfecto.
— ¿La felicidad es más una construcción de nuestra memoria que una experiencia que se vive en el momento?
— Mi amigo Alejandro Dolina tenía una canción hablando del amor y decía que “el amor tal vez es un será, a veces es un fue, pero no pasa nunca por el ‘es’”, como diciendo que el amor es algo que llegará o ya tuve, pero nunca está cuando yo estoy. Y esto es lo mismo, ¿la felicidad no está nunca con nosotros? ¿siempre se quedó atrás o está adelante? Y yo creo que cuando construimos la idea de la felicidad nos pasa eso, porque tenemos que resignificar lo que nos ha ocurrido para poder darle a eso que ocurrió el estatuto, poder decir: “En este momento sí, la verdad que sí fui feliz” y la expectativa es “seré feliz si ocurre esto, si llego a tener un hijo, si llego a encontrar una pareja, si se cumplen mis sueños”. Aparece siempre en un territorio en falta porque buscamos esa felicidad completa, por eso en el libro hago este neologismo que es la faltacidad y que es eso: es la felicidad en falta.
— En el libro reflexionás también sobre la era en la que vivimos, el poco tiempo que hay para pensar, la velocidad a la que va todo y te referís también al disfrute casi como un mandato.
— Esta época nos ha quitado el derecho a intentar la felicidad, digo intentar porque es lo que podemos hacer, intentar ser felices y a lo mejor por algún momento pasan un halo y decís: “Bueno, sí, lo alcancé y veo cómo me pongo a luchar de nuevo”, pero era un anhelo y un derecho que alguien tenía y hoy hay una sociedad del disfrute, un empuje al disfrute: “Vos tenés que disfrutar, la vida es para disfrutarla, dejate de embromar”. Casi que te quitan el derecho a estar triste, a sentirte mal, a estar pensativo, a estar calmo, porque el disfrute también se une un poco con una cosa desmesurada y tenés que estar todo el tiempo bailando, saltando, vas a una reunión y estás tranqui, estás tomándote una copa de vino y te dicen: “¿Qué te pasa? No estás disfrutando”. Así como ustedes no, estoy pasándola bien a mi manera. El disfrute tiene algo de eufórico hoy, es como un llamado a la euforia, casi como esconder, velar de alguna manera la tragedia que nos recorre a todos los seres humanos que, con suerte, tenemos la opción de ser un poco felices y en un mundo que es bastante trágico e injusto y la cultura no quiere eso. Pero hay que correrse de este mandato del disfrute permanente porque te vas a perder un montón de tus ilusiones. Porque a veces lo que vos querés requiere mucho sacrificio y no disfrute. ¿Tenés la ilusión de algo? implica un largo camino de sacrificio, de estudio, de esfuerzo. Y entonces te vas a perder eso, muchas emociones que están más ligadas a la tristeza o a la añoranza y que todo ser humano tiene cuando ya ha perdido algo que ama, te vas a perder la calma que necesitás para pensar, por lo menos hasta que uno desarrolla, si tiene suerte, la capacidad de disfrutar pensando, es una maravilla para aquel que lo ha logrado y la gente piensa que estás mal.
— Hablamos de la felicidad, de la exigencia de disfrutar y hay un tema que también nos atraviesa profundamente como humanos: la angustia. En tu caso, ¿cómo la enfrentás? ¿Qué herramientas o recursos utilizás para aliviarla?
— El enemigo de la angustia es el deseo. Una persona se angustia cuando se encuentra sin deseo y una persona cuando desea y está movilizada por un buen deseo está lejos de la angustia. Cuando me siento muy angustiado en primer lugar me pregunto por qué, porque a veces hay ratitos de angustia que hay que permitirse. Por ejemplo, se murió un ser querido, te acaba de dejar la persona que amas, tenés derecho a un poco de angustia. Tampoco hay que huir de la angustia como de la peste, lo que pasa que no hay que permitir que se eternice. Pero yo le doy batalla apostando a las cosas que sé que movilizan mi deseo. Hago aquellas cosas que sé que al principio me van a costar, porque cuando uno está así tan mal, no tiene ganas de dejar de estar mal ¿viste? esa pulsión de muerte te tiene ahí y vos sabes que estás mal pero casi hay un disfrute malsano en ese malestar que cuesta salir. A veces contás con alguien que te ayuda, te pega dos o tres sacudones: “Dale, dale, vamos”, pero para bien, no porque no te respeta la tristeza. Entonces, yo le doy batalla apelando a: “hoy en este momento, en el que me siento así de angustiado, ¿cuál de todo este abanico de cosas me va a sacar de esto?” A veces es simple, le escribo a Cintia, mi mujer y le digo: “¿Querés que te cocine algo esta noche? ¿A qué hora llegás?”. A veces le digo a mi hija: “¿Está la nena? ¿Vas a estar en tu casa? Paso a ver a la nena”. A veces le digo en algunos momentos que fueron de una soledad muy angustiosa, le he dicho a Martín, mi amigo y productor: “Llename de funciones, llename de charlas, no me dejes espacios porque estoy sintomático”, porque yo sé que ir, pensar, hablar con la gente, me gusta, lo deseo. Yo sé que eso le va a quitar el peso a mi angustia, cada uno sabe qué cositas le alimentan el territorio del placer y del deseo.