En las aguas de los canales de Xochimilco, en Ciudad de México, habita una criatura que parece salida de un cuento fantástico: el ajolote. Con su sonrisa permanente, branquias plumosas y capacidad para regenerar extremidades, este anfibio ha cautivado tanto a científicos como al público en general. Pero más allá de su peculiar apariencia, los ajolotes poseen un rasgo que los hace únicos en el reino animal: detienen su envejecimiento epigenético a los cuatro años.
La fascinante vida de los ajolotes está marcada por la neotenia, una característica que les permite mantener su apariencia larvaria a lo largo de toda su vida adulta. A diferencia de la mayoría de los animales que envejecen de manera progresiva, estos anfibios muestran una resistencia sorprendente al deterioro físico, lo que ha impulsado investigaciones sobre sus potenciales aplicaciones en medicina regenerativa y antienvejecimiento.
El reloj epigenético de los ajolotes: cómo detienen el paso del tiempo
Un reciente estudio publicado en la plataforma bioRxiv reveló que los ajolotes poseen un mecanismo único que frena el envejecimiento. Este mecanismo, conocido como reloj epigenético, mide la edad biológica de un organismo en función de la metilación del ADN, un proceso que activa o desactiva genes según el entorno, el estrés y la dieta.
El genetista Steve Horvath, creador del primer algoritmo para medir el reloj epigenético en humanos, colaboró con la bióloga Maximina Yun, de la Universidad Tecnológica de Dresde, para diseñar un reloj epigenético específico para los ajolotes. El equipo estudió 180 ejemplares de esta especie desde las cuatro semanas hasta los 21 años de vida. Sorprendentemente, descubrieron que los marcadores epigenéticos que indican el envejecimiento solo cambian durante los primeros cuatro años. Después de ese periodo, los ajolotes parecen congelar su desarrollo, manteniendo una especie de “eterna juventud”.
Este hallazgo desafía lo que se sabía sobre los relojes epigenéticos en otras especies, donde los cambios suelen ser continuos y progresivos. Según en una entrevista con National Geographic, Horvath comentó que, “es fascinante que, según los cambios epigenéticos, los ajolotes parezcan dejar de envejecer a los cuatro años”.
Comparación entre el envejecimiento de los ajolotes y los humanos: similitudes y diferencias
Para entender mejor la relación entre el envejecimiento humano y el de los ajolotes, los investigadores desarrollaron un reloj epigenético dual, capaz de medir la metilación del ADN en ambas especies. Este avance permitió descubrir similitudes sorprendentes, como el hecho de que el proceso de envejecimiento epigenético en humanos y ajolotes sigue patrones comparables hasta cierto punto.
Sin embargo, la diferencia clave radica en que los ajolotes detienen el proceso de envejecimiento y muestran una capacidad regenerativa única. En experimentos, los científicos observaron que las extremidades regeneradas de los ajolotes eran biológicamente más jóvenes que el resto del cuerpo. Este fenómeno sugiere una forma de rejuvenecimiento epigenético, donde el nuevo tejido parece “resetearse” a una etapa más temprana del desarrollo.
Futuras aplicaciones médicas: terapias regenerativas y antienvejecimiento inspiradas en los ajolotes
Los descubrimientos sobre los ajolotes no solo revelan secretos fascinantes sobre la biología de estas salamandras, sino que también abren puertas a nuevas posibilidades en la medicina humana. Si los científicos logran comprender cómo los ajolotes detienen su desarrollo epigenético y regeneran tejidos, podrían replicar estos procesos en tratamientos médicos para humanos.
Por ejemplo, cuando somos embriones, los mamíferos tienen una capacidad limitada para regenerar tejidos tras una lesión, pero esta habilidad se pierde con la edad. Los ajolotes, por el contrario, pueden regenerar extremidades, órganos e incluso partes de su corazón y médula espinal durante toda su vida. Comprender cómo logran esto podría revolucionar tratamientos para heridas graves, amputaciones e incluso enfermedades degenerativas.
Además, los ajolotes tienen muy pocas células senescentes, conocidas como “células zombis”, que en los humanos dejan de dividirse pero permanecen en el cuerpo causando inflamación. Este factor podría ser clave para desarrollar terapias que reduzcan el riesgo de enfermedades relacionadas con el envejecimiento, como el cáncer y las afecciones cardiovasculares.