Cada 6 meses, el INDEC informa el costo de la Canasta Básica de Alimentos (CBA) y en base a ello, se definen también los parámetros de indigencia y pobreza que tiene el país.
Según los números de la estadística oficial, para no caer en la indigencia, un varón adulto debe contar con $4.886 al mes (o $163 al día) para comprar los alimentos de la llamada canasta básica alimentaria, y $124 diarios para una mujer.
Desconfiados de que los alimentos que la canasta básica contenía fueran los recomendables para tener una vida saludable, investigadores del Conicet se sometieron en carne propia a un experimento científico para comprobar si era saludable alimentarse con el listado de alimentos difundido por el Gobierno. Desde hace 30 años que la CBA está en vigencia y nunca nadie había efectuado un trabajo de este tipo.
En un experimento inédito, al que bautizaron “Proyecto Czekalinski”, los investigadores en principio se comprometieron a solamente consumir dichos alimentos publicados mes a mes, por un período de 6 meses, realizándose controles regulares de salud para no poner en riesgo sus vidas. El resultado fue que debieron abandonar el proyecto a los 3 meses por los problemas físicos que les generó esta dieta y los graves riesgos a la salud que ya comenzaban a evidenciar y que ponían en peligro su vida de continuarla.
Según describen los científicos, la CBA es el principal patrón de medición de pobreza en Argentina, y está compuesta por 58 alimentos que proveen 2.700 calorías diarias a un varón adulto de 30 a 59 años. Y hacen la salvedad de que, si sos mujer, te corresponde el 76% de esa cantidad.
El precio mensual de esa canasta es la base sobre la que se calculan la Línea de Pobreza y la Línea de Indigencia que publica el INDEC cada seis meses.
“Esta es la Canasta que determina quién es pobre y quién no en la Argentina. Lo que vamos a hacer es poner a prueba la calidad nutricional de la canasta, y sus efectos en la salud física y mental de quienes la consuman”, argumentaron.
Claudia Albrecht, licenciada en Nutrición, fue una de las voluntarias que no resistieron el desafío: bajó casi 3 kilos desde que comenzó a alimentarse con la canasta básica. “Las sensaciones fueron muchas y fueron mutando… tristeza, frustraciones, bronca, aburrimiento, dolor… pero ninguna partía desde el hambre. Comer pan todo el tiempo es aburrido, comer todo blanco es aburrido”, dijo la científica a La Voz del Interior.
Pero más allá de la mala nutrición que estaba recibiendo, a Claudia le angustiaba la rutina a la que están obligados los que más necesidades pasan: “Pensar todo el tiempo qué podés comer mañana es triste. Sentirte limitado, no poder elegir te enoja. Verte en desigualdad frente al que sí puede elegir, también te enoja. Pensar que eso es el día a día de 17.630.387 personas, duele”, agregó.
Florencia Demarchi fue otra de las voluntarias que pasaron tres meses comiendo la Canasta Básica Alimentaria. Al principio del experimento, pesaba 60 kilos, y tres meses después llegó a 55, en “el límite del bajo peso”, según los médicos que la evaluaron. Incluso en una densitometría pudo demostrarse la pérdida de masa ósea.
Florencia debió dejar el muestreo para cuidar su propia salud y recuperar el peso perdido. “Yo no lo percibía, pero la gente me veía la cara, los brazos… se notaban los huesos… ya no podía perder más peso sin que se comprometiera mucho mi salud… hubo que dejar”, dice Florencia, que como nutricionista sabe preparar, racionar y planificar su alimentación en base a lo elementos de los que disponía. “Imaginá los que no cuentan con esos recursos”, explicó.
El malestar no era sólo físico, según manifestó: “Estar pensando todo el tiempo en eso me quitaba tiempo y energía. Generaba malestar, así como no tener poder de decisión sobre qué comer, cuándo y cómo… sentís que te quitan ese derecho, aun siendo voluntaria. Eso me hizo generar empatía con las personas a las que les pasa eso".
“Yo bajé casi casi 6 kilos. Las otras dos chicas bajaron 5 y 3 kilos. En los análisis, nos dieron altos los colesteroles, los triglicéridos y el azúcar en sangre. El magnesio y la vitamina B12, en cambio, nos bajó. Y tuvimos síntomas de deshidratación: nos sentimos embotados”, contó a Clarín Martín Maldonado (45), investigador del Conicet experto en Pobreza e Inclusión Social que coordinó el proyecto.
“Tenés menos de una fruta al día. Casi no hay legumbres. Los casi dos kilos de pollo del mes no son de pechuga ni de pata-muslo, sino alitas y rancho, que casi no tienen carne. No hay asado ni vacío, sino hueso con carne, que es pura grasa. La leche es aguada. Todo así”, agregó.
Martín comenzó a sufrir acidez, junto con altos niveles de trigliceridemia, que pasó de 152 a 210, por lo que evalúa abandonar el experimento porque pone en riesgo su propia salud.
Los especialistas en nutrición que monitorean este proyecto explicaron por qué Florencia y Claudia debieron dejarlo: “Primero, bajas defensas: esto provoca enfermedades frecuentes debido a que el sistema inmunológico está debilitado”, precisó Carina Grivarello, nutricionista y conductora del ciclo televisivo que releva la situación de los voluntarios del proyecto.
“También anemia, debido a la falta de hierro, ácido fólico y vitamina B12. Esto a su vez también afecta el sistema inmunológico. Otro problema puede ser la osteoporosis: la falta de calcio va debilitando la estructura del hueso. También puede aparecer sarcopenia: pérdida de masa muscular y de la fuerza, y alteraciones en el ciclo menstrual, como le pasó a Florencia”, agregó.
Matías Scavuzzo, coordinador del grupo de nutrición del equipo Czekalinski, reflexionó sobre las conclusiones de este problema: “Llegaban bien a fin de mes en relación a las cantidades. Contaban con recursos materiales, tiempo y conocimiento. No pasaron hambre pero perdieron libertad de elección y soberanía alimentaria: la posibilidad de elegir qué y cuándo comer. Esto es algo que ocurre en la Argentina, en donde el derecho a la alimentación está plasmado como un privilegio”.
“Concretamente queremos que la Canasta Básica Alimentaria sea abolida y reemplazada por la alimentación sugerida en las Guías Alimentarias para la Población Argentina (GAPA) de la Secretaría de Salud de la Nación”, aseguraron los investigadores del proyecto.
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