Existe una razón científica detrás de este fenómeno, comúnmente conocido como “hangry”, una combinación de las palabras “hungry” (hambriento) y “angry” (enojado). Este mal humor relacionado con el hambre no es solo una cuestión de percepción, sino que tiene una base biológica fundamentada. Las fluctuaciones en los niveles de glucosa en la sangre y la respuesta hormonal que esto desencadena pueden influir drásticamente en el estado de ánimo y comportamiento.
Este tipo de azúcar es la principal fuente de energía para las células, que componen todos los órganos. Por ejemplo, el cerebro depende casi exclusivamente de su aporte. Sin ella, los 100.000 millones de células nerviosas que lo componen no serían capaces de realizar su trabajo de manera óptima. Si el cerebro no recibe suficiente glucosa, se percibe con sensaciones de debilidad, irritabilidad, mareos y con dificultad para concentrarse. En casos extremos, la falta de azúcar puede llevar a una persona a entrar en un estado de coma.
El rol del cortisol y la grelina
Ante esta situación, se produce una cascada de reacciones fisiológicas. A nivel molecular, se liberan distintas hormonas. Una de ellas es la grelina, producida y liberada a la circulación desde las células del estómago. Este compuesto natural estimula el apetito, garantizando que el organismo reciba energía a través de la ingesta de comida. Sin embargo, al desconocer las circunstancias de por qué no se está comiendo, la grelina estimula de manera indirecta, en paralelo, la producción de la hormona asociada con el estrés, el cortisol, generado por las glándulas suprarrenales.
Para aumentar los niveles de azúcar, el cortisol promueve un proceso conocido como gluconeogénesis. Este se basa en la producción de glucosa a partir de la descomposición de ácidos grasos y proteínas almacenados en el hígado. Así se logra un rápido aporte de energía a todo el cuerpo.
El profesor Viren Swami, citado por la BBC, lleva el punto aún más lejos. Swami, profesor de Psicología Social en la Universidad Anglia Ruskin (ARU), afirma: “Descubrimos que el hambre estaba relacionada con los niveles de ira, irritabilidad y placer”. El estudio se destacó por realizarse en un entorno real, lo cual le brinda mayor validez y aplicación práctica a sus resultados.
El cortisol, el titiritero de las emociones
La presencia de cortisol en la sangre durante estados de hambre afecta el funcionamiento del cerebro, actuando como una especie de titiritero. Altera los niveles de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, relacionados con emociones positivas y la percepción del estrés. La consecuencia de estos efectos combinados hace que las personas se sientan irritadas o enojadas más de lo normal cuando tienen hambre.
Los humanos no son los únicos a los que les sucede esto. En un estudio de comportamiento en peces cebra, los investigadores descubrieron que estos animales también se ponen agresivos cuando tienen hambre. En otro estudio académico llevado a cabo por la Universidad Anglia Ruskin en Reino Unido y la Universidad de Ciencias de la Salud Karl Landsteiner en Austria, y publicado en la revista PLOS ONE, se comprobó que la sensación de estar hambriento se asocia con sentimientos de ira e irritabilidad y con índices más bajos de placer.
Los investigadores reclutaron a 64 personas adultas de Europa Central, quienes tomaron nota de sus niveles de hambre y de varias medidas de bienestar emocional durante 21 días. Los resultados mostraron que el hambre se asocia con sentimientos más fuertes de ira e irritabilidad, así como con índices más bajos de placer. Los efectos fueron sustanciales, incluso después de considerar factores demográficos como la edad y el sexo, el índice de masa corporal, el comportamiento dietético y rasgos de personalidad individuales.
Un comportamiento moldeado por la evolución
Como se ha visto, el estado de ánimo es el resultado de muchas interacciones bioquímicas. Hay una hormona protagonista de esta danza de la que todavía no se ha hablado: la adrenalina. Al igual que el cortisol, es producida por las glándulas suprarrenales y está asociada a situaciones de estrés. Se conoce por su papel en la respuesta de lucha o huida del cuerpo, una reacción fisiológica ante una amenaza.
Durante los estados de hambre, tanto la adrenalina como el cortisol afectan conjuntamente al ánimo, haciendo que las personas estén más enojadas o irritadas. Se cree que existe una explicación evolutiva: para poder sobrevivir a la escasez de alimentos y, por ende, competir con los rivales por esos recursos, ser agresivo resultaría ventajoso cuando los humanos eran cazadores recolectores. Hoy en día, aunque ya no se compite por la comida de la misma manera, conocer cómo reacciona el cuerpo al hambre puede ayudar a manejar las emociones.