“A mí no me va a pasar”. Durante 40 años de carrera, Conrado Estol recibió infinitas veces esta frase de parte de sus pacientes, muchas de ellas, en momentos donde, incluso, se encontraba en la extraña situación de tener que convencer a más de uno que tenía la presión alta. “No doctor, es el guardapolvo blanco”, “no doctor, es la presión del consultorio”, “no doctor, almorcé jamón crudo”, “no doctor, subí por la escalera a verlo...”
Estol, prestigioso neurólogo, especialista en Accidentes Cerebro Vasculares (ACV), con larga trayectoria y formación en el campo de la neurociencia, al conocer bien la capacidad de negación del ser humano, le pareció al menos oportuno tener como título para su nuevo libro el postulado de consultorio “A mí no me va a pasar”, una llamada de atención de un tema que es la principal causa de muerte en el mundo, pero que paradójicamente, puede ser tratable y corregible.
Defensor de la rigurosidad científica, Estol supo ser uno de los médicos más consultados durante la pandemia de coronavirus, una cuestión que lo llevó -y lo lleva- a estudiar de forma responsable y constante la nueva bibliografía que se escribe sobre este hecho tan significativo para la salud mundial. Tajante con sus definiciones, plantea en su libro que es prioritario enfocarse en la salud y no en las enfermedades y que las patologías vasculares son parte -nada más y nada menos- que de otra pandemia que es necesaria atender.
“Esto es así”, suelta firme Estol a Infobae, al comienzo de una entrevista realizada en el estudio de la redacción, cuando se le pregunta si es cierto que el 80 por ciento de las muertes vasculares ocurren con gente que tiene poco riesgo. “Acá hay que entender la estadística: la persona que tenga edad avanzada, que tenga exceso de peso, que fuma dos paquetes por día, que tenga diabetes, que tenga hipertensión y que el papá se le murió joven, obvio que tiene un riesgo muy alto de tener de un infarto”, esgrime dando comienzo a la charla y pidiendo como condición que se lo tutee.
“Cuando vos tomás toda la población, -sigue el médico-, y ves que el infarto del corazón o del cerebro, el ACV, es algo tan común, no puede ser que todos tienen sobrepeso, tienen 80 años, fuman dos paquetes por día. No. La mayoría de las personas en las que ocurre esto o tiene un tema de sobrepeso, o tiene un poco de hipertensión, o tiene colesterol en las arterias, o no hacen ejercicios, son sedentarios. Tiene baja carga de riesgo. Entonces la mayor parte de los infartos sí, cuando vos tomás la población general, ocurren en personas con bajo riesgo que son los que piensan: ´No, si yo juego al tenis dos veces por semana y solo tengo esto y solo fumo uno o dos cigarrillos por día. A mí no me va a pasar´”.
-Ya que lo mencionás, haciendo ejercicio, durmiendo entre siete y ocho horas, teniendo una alimentación saludable, ¿cuánto podemos realmente entonces bajar ese riesgo congénito?
-Esa pregunta es espectacular, ¿por qué? Porque si vos ves que esa persona hace ejercicio, que come bien, supongamos además que no toma alcohol, que no fuma, entonces eso suena a que tenés el chaleco a prueba de infarto y de muerte. Y yo te digo: hay un problema: esa persona que además a los 50, 60 ,70 años se va a ver físicamente impecable, y vayamos al extremo, que lleva adelante una dieta fundamentalmente basada en plantas, la piel se le va a ver bien, por supuesto que va tener un bajo contenido de grasa en el cuerpo, se va a ver en todo bien, pero por ahí es hipertenso. Probablemente sea hipertenso. Si vos hacés la estadística, la chance de una persona de 50 años de llegar a ser hipertenso alguna vez en su vida ¿cuánto es?, casi 100 por 100. Casi todos los adultos llegan a ser hipertensos, puede ser a los 30 años, a los 50, a los 70 o a los 90. Entonces vos podés respetar esa parte del estilo de vida que acabás de decir que es fundamental, pero si tenés hipertensión o tenías mucho colesterol por la genética, pegada en tus arterias, o tenés diabetes, no bien controlada, vas a tener igual un infarto. Pero igual hay una respuesta pendiente: si uno hace todos los deberes en lo que a estilos de vida respecta, está haciendo mucho por no tener o posponer un evento vascular.
- En el libro hablás de la relación con el paciente, últimamente se menciona a un “nuevo” paciente, tal vez más empoderado, que le lleva información al consultorio y hasta cuestiona al médico. Comentás que el médico de alguna forma tiene que amigarse con esta idea y aprovecharlo. ¿Cómo es eso?
-Es el cambio de paradigma. Tenemos que dotar a que el paciente tenga la mayor información sobre potenciales problemas. Además la tecnología está acompañando y se diagnostica desde un cáncer temprano hasta el monitoreo que se hace del azúcar en tiempo real, o se hace lo mismo con el sueño, con la frecuencia cardíaca, o las arritmias. Entonces los médicos tenemos que aceptarlo. Hay carreras que han desaparecido, la del médico no va a desaparecer pero hay que aceptar que se ha democratizado la cuestión. Esa noción, con todo respeto lo digo, que en Argentina tenemos y tomamos de la herencia europea, dónde está el señor profesor con su guardapolvo almidonado, ahí arriba, que escucha poco, que da recetas sin hablar demasiado, y despide al paciente que se va del consultorio sin tener idea de lo que le pasa... Aún con una enfermedad muy grave diagnosticada y mortal, mientras más sabe el paciente, mejor la va a llevar. Hay que ir hacia ese camino. El rol del médico es clave en la evidencia. La medicina basada en la eminencia, en lo que no queremos: ya no queremos más “en mi opinión usted debería”... No me interesa la opinión a menos que esa opinión esté basada en evidencia. Eso era lógico hasta el año 80, el hecho de basarse en la experiencia. Pero hoy no, hoy tenemos acceso al conocimiento, a la evidencia y todo se hace con estudios aleatorizados para saber qué es mejor. Los médicos tienen que conocer la evidencia para orientar al paciente y que juntos tomen la decisión.
-De todas formas, en otra parte de libro decís: “Ojo con la estadística”
-En torno a las estadísticas puede haber grandes mentiras. Hay que tener cuidado sobre todo en cómo debe ser presentada. Si vos decís que una operación tiene un 80 por ciento de probabilidad de salir bien, se van a operar todos. Si en cambio mencionás que en el 20 por ciento de los casos la gente se muere, la gente no se opera. Es complicado, por eso, el paciente tiene que saber.
Algo similar pasó cuando aparecieron las vacunas para combatir el COVID-19
-Exacto. Se hicieron estudios clínicos con las vacunas, donde a muchas de personas le dieron algo que parecía la vacuna pero era placebo. La persona no lo sabía y el médico que lo daba tampoco. Y a otra mitad, igual. Sin saber quién es quién, veías quién se infectaba más. Ahí tenés la evidencia de si esa vacuna era efectiva o no. Por ejemplo ahí los alemanes creadores de la vacuna Curevac, se decepcionaron, ya que demostró tener baja eficacia. Pero esa es la forma de tener los datos. La estadística es crítica, el médico la tiene que saber manejar.
-¿Qué sucede con las mujeres y el riesgo vascular?, ¿tienen o no más posibilidades?
-Hay un tema de machismo, se decía que las mujeres no se mueren de infarto, que no les pasa. Y se vio que era un tema de machismo. No se hablaba, no se publicaba, no se investigaba. Tanto cambió la noción, que una de las revistas más importantes del mundo de la cardiología, Circulation, de Estados Unidos, publicó un número concreto demostrando no sólo que la enfermedad ocurre en las mujeres, sino que ocurría más agresivamente que en los hombres. La diabetes les hace más daño, el fumar, el impacto del estrés. Una de cada dos mujeres se hace hipertensa a los 55 años. Los factores de riesgo son similares y la enfermedad es más complicada porque se presenta distinto. El infarto del corazón, por ahí les hacen un cateterismo y no tienen tapadas las arterias, pero es porque ellas tienen enfermedades de los vasos más chiquititos, que no se ven con ese cateterismo. Tienen que evaluarse tanto como los hombres.
-En el libro hablás de la importancia del sueño. ¿Cómo se relaciona con el tema de la enfermedad vascular?
-La relación viene por dos lados. Los canadienses son muy buenos para hacer estudios epidemiológicos y observacionales. Evalúan 100 o 200 mil personas en 20, 30 países. Una de las cosas que investigan es qué pasa con las preguntas. Y lo que vieron, resumidamente, es que menos de 6 horas por día de sueño, aumenta el riesgo cardiovascular o hay más riesgo de tener un infarto. Más de 9 horas, aumenta el riesgo cardiovascular también. La persona está quieta más tiempo y tiene menos actividad que es lo que da salud para las arterias. Hay que dormir 7, 8 horas por día.
-Vivimos en una sociedad moderna, donde trabajamos hasta tarde. Tenemos la costumbre, por lo menos en Argentina, de cenar tarde. Muchas veces, nos quedamos con las pantallas también hasta altas horas de la noche. Son estas cuestiones que, claramente, no contribuyen para el buen descanso. ¿Cómo hace uno para lograr esa buena rutina y dormir 7 u 8 horas con estas costumbres y contexto?
-En Argentina tenemos un rock and roll especial. La respuesta es fácil: ¿vos crees que hay gente que no come un día entero porque está muy ocupada? Dejame ir al extremo: ¿vos pensas que hay mucha gente que no duerme porque está muy ocupada con su trabajo? O sea, yo he sido médico en Nueva York y trabajé 120 horas por semana en mis primeros años, pero dormía y comía. Entonces, digo, uno tiene que hacer el trabajo que sea, tener la presión que tenga pero con intensidad sana de trabajo, estar apasionado con lo que hace. Pero tiene que entender que no comer no es opcional, que no dormir 7 horas no es opcional, que no hacer ejercicio no es opcional. Entonces hay algunas cosas que si vos tenes interés de cumplir 90 o 100 años con un físico y una función cognitiva más o menos buena, tenés que llevar adelante estos hábitos Muchos pacientes me dicen: no doctor, quién quiere cumplir 100 años. Y yo les digo a todos, los que tienen 99. Es dramático como ha aumentado la expectativa de vida. Lo que queremos los médicos que hacemos prevención es que aumente la expectativa de salud. El problema es que se desfasó todo: aumentó la expectativa de vida sin que aumente la expectativa de salud.
-¿Cuánto ejercicio diario tenemos que hacer por día?
-Con 15 minutos, 5 veces por semana, bien organizados, estamos bien. Quiere decir, los 7 minutos conocidos que desarrolló un laboratorio farmacéutico, son muy buenos. A ese ejercicio aeróbico yo le agregaría elongación. Y quizás algo de anaeróbico. No hay que hacer cinta una hora y media. 5 minutos de cinta intensa que aunque sea para que aumente la frecuencia cardiaca, es muy bueno. Y después seguir pensando en el movimiento y caminar en la calle. Hay que tener más de 4 mil pasos por día, es fundamental. O sea estar activo físicamente. Y si pueden, cuando hacen ejercicios, pensar cosas. Yo lo hago a las 6 de la mañana que no es un horario muy amigable, trato de estar pensando algo, esforzando mi mente.
-¿En que piensa Estol a las 6 AM cuando hace ejercicio?
- (Risas) En el resto del día, en las entrevistas, en cómo sigue el tema del COVID-19, en los pacientes internados. Esto viene de las cavernas, uno tenía que tratar de acordarse a dónde había encontrado presas la última vez, o cómo volver a su caverna y preocuparse de que no lo coman en el camino. Había un esfuerzo cognitivo importante. Se sabe hoy en día que haciendo un esfuerzo cognitivo, haciendo el ejercicio, tiene más efecto.
-¿Qué porcentaje hay de gente que muere por ACV?
-18 millones son afectadas en todo el mundo. Si uno hiciera los deberes, y controlara todo los factores de riesgo, disminuirías el 80 por ciento el infarto en el mundo. No te digo 5, 10 ni 15, el 80. El ACV está entre la segunda y cuarta causa de muerte en el planeta.
-¿Es ésta otra pandemia realmente como mencionás en tu libro?
-Hay tres. La de COVID-19, nueva y largamente anunciada. Era obvio que iba a suceder cuando uno mira retrospectivamente. Sabíamos que iba a haber una más seria que la del SARS original. Esa es una. La vascular, no hay dudas, es la otra: de 60 millones de personas que se mueren en el mundo por año por todas las causas, 20 millones mueren por enfermedades de las arterias. Y la otra, es la del cambio climático. A la gente le hablás de eso y piensa en un oso polar que no tiene más hielo alrededor. ¿El cambio climático sabes qué es? Es que en Buenos Aires se muera gente de un infarto en el cerebro y el corazón por la pulsión del aire. 7 millones en el mundo mueren por un infarto en el cerebro y el corazón por la pulsión del aire.
-¿Que nos enseñó la pandemia de COVID-19?
-Que son muy poderosas las redes sociales para lo bueno y lo malo. Que son poderosos los medios en países como los nuestros. Ellos han sido más valiosos que otros liderazgos. Los medios han ayudado mucho difundiendo información real, y destacando por ejemplo que había que testear y que había que usar los barbijos. El primer comentario sobre el uso de barbijos en Argentina se hizo en dos programas de TV. Y la humildad. Yo como médico he aprendido tanto en tan poco tiempo, he visto cosas que fueron y vinieron. Aprender y desaprender es clave para cualquier científico.
-¿El paciente tomó más conciencia de la salud y la prevención con la pandemia?
-No sé si fue después de la pandemia, creo que han coincidido. Ese es el movimiento te diría, hay una inercia donde la gente comenzó a cuidarse más y a hacer más ejercicio. Hace 20 años, ¿dónde veías tantas dietéticas o gente hablando de frutos secos? Seguro que la pandemia ha estimulado a que la gente termine de ver el impacto que hay en la salud cuando no se cuida. Hay una equivalencia muy dramática en las dos pandemias. Vos estás en un lugar ventilado, siendo pocos, con un barbijo y la posibilidad de tener COVID-19 es muy bajo. Si vos tenés tu presión controlada, hacés ejercicio, comés sano, no fumás, tu riesgo de tener un infarto es bajo. Este envión de consciencia, que ya venía de antes, creo que se ha acelerado con la pandemia de COVID-19.
-¿Hacia dónde vamos en 2022 con la pandemia de coronavirus?
-Dejame extrapolar lo razonable, es decir, pensando en que no aparezca una variante que sea resistente a las vacunas, y por supuesto dentro de la evidencia, vamos a la endemia, a que esto sea una gripe. El 80 por ciento de la población estará con dos dosis. En 2022 en la mayor parte del mundo estará con dos dosis, lo que va hacer muy difícil para que el virus se reproduzca. Y el antiviral, claro. Hay uno que demostró bajar un 50 por ciento la mortalidad. Van haber drogas para tratar la enfermedad, para quien la tenga y el testeo. La gente va escuchar que el testeo es fundamental y va a poder acceder porque solo con el testeo, con el antígeno el rápido, podremos saber cómo estamos y así controlar la pandemia. Posiblemente vayamos hacia una vacuna una vez por año, como la gripe. Las vacunas irán cambiando, porque el virus cambia. Y tendremos aprendizaje para pandemias futuras. Pero acordarte que el cambio climático tiene relación con estas pandemias. Hemos aprendido que pueden ocurrir o que van a ocurrir. Seguramente vamos a estar mucho mas preparados tecnológicamente, con la preparación de las vacunas de forma más rápida, como estuvo Oriente en 2020, donde el golpe que originó fue fuerte pero algo menor, porque estaban infinitamente más preparados.
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