Esta semana se llevan a cabo diversas acciones en todo el país y en el mundo con el objetivo de erradicar la violencia sexual contra la infancia. Hace apenas dos años, las Naciones Unidas establecieron el 18 de noviembre como el Día Mundial para la Prevención y Recuperación de la Explotación, el Abuso y la Violencia Sexual Infantil. Además, el 19 de noviembre se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Abuso Infantil, una iniciativa impulsada por la Fundación de la Cumbre Mundial de la Mujer (FCMM). Ambas fechas buscan visibilizar la urgencia de proteger a las infancias y promover su derecho a crecer libres de violencia.
La violencia sexual no es un evento singular, es una experiencia extrema que marca profundamente la vida de bebés, niños, niñas y adolescentes, pero también es un crimen colectivo, enraizado en un entramado social que lo permite y lo naturaliza. Tampoco ocurre de manera aislada. En los casos de violencia sexual que atendemos en nuestras consultas psicológicas, los pacientes suelen relatar haber estado rodeados de otros malos tratos concomitantes: físicos y psicológicos, desde golpes e insultos hasta humillaciones, amenazas y extorsiones.
La violencia contra la infancia debe entenderse como una matriz interrelacionada, donde diversas formas de maltrato se entrelazan y no pueden separarse en categorías aisladas o por ámbitos específicos. Por ello, preferimos abordarla desde el concepto de polivictimización, que refleja la complejidad y multiplicidad de estas experiencias de abuso y violencia.
Numerosos estudios han destacado no sólo la interconexión entre los diferentes tipos de victimización y la polivictimización, sino también el impacto acumulativo que estas experiencias pueden tener en el desarrollo infantil, muchas veces con consecuencias graves y duraderas. Las víctimas de estos delitos suelen recurrir a la disociación como una estrategia para sobrevivir a las experiencias traumáticas y a los malos tratos concomitantes. Es común que recuerden detalles aislados, como el ruido de una bofetada destinada a silenciarlos, pero no la agresión sexual.
Por esta razón, en la clínica psicoanalítica trabajamos en la reconstrucción de los hechos paso a paso, tal como lo recuerda el paciente, en un trabajo psíquico que nunca termina de cerrarse completamente. Las vivencias traumáticas adquieren nuevas significaciones a medida que son analizadas a lo largo de la vida del sujeto.
No es extraño que una persona que ha elaborado el impacto de la violencia sexual, años después descubre un nuevo ángulo del crimen que permanecía fuera de su conciencia. Estas nuevas oleadas significantes van aportando diferentes capas de verdad que le devuelven la dignidad arrebatada por el o los pederastas. Aquello que aparecía como un síntoma o síndrome, a la luz de cada develamiento se desarticula y se transforma en una nueva conquista.
Esta capacidad de supervivencia del psiquismo es de un valor inigualable. Sin ella, ningún niño o niña podría resistir una experiencia tan atroz como la violencia sexual.
Esto no significa que las víctimas no puedan recuperarse; todo lo contrario. Con un proceso adecuado de elaboración del trauma y de las implicancias del sujeto en él, las personas pueden no solo retomar su vuelo, sino también transformarse de víctimas en sobrevivientes o supervivientes. Aunque las cicatrices de estas experiencias los acompañan durante toda su vida, esa misma huella puede ser resignificada, permitiéndoles construir una existencia con nuevas fortalezas y sentido.
Las cifras de la violencia
Together for Girls, una asociación mundial que trabaja para poner fin a la violencia contra los niños, niñas y adolescentes, presentó los resultados de una investigación que revela la prevalencia mundial de la violencia sexual infantil.
En los últimos 12 meses, 82 millones de niñas y 69 millones de niños han sufrido algún tipo de violencia sexual, aproximadamente 3 niñas y 2 niños por segundo.
Los datos fueron recopilados por la asociación en colaboración con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Universidad Estatal de Georgia, la Universidad Agrícola de China, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos y la Universidad de Edimburgo.
El libro Break the Record presenta cifras adicionales pioneras en el mundo: las primeras estimaciones mundiales y regionales de UNICEF, que Together for Girls y sus socios de investigación utilizaron para revelar que 1 de cada 5 niñas y 1 de cada 7 niños experimentarán alguna forma de violencia sexual antes de cumplir 18 años.
El libro también incluye el índice Out of the Shadows (OOSI) , así como datos de Childlight: Global Child Safety Institute de la Universidad de Edimburgo, que revela que más de 300 millones de niños menores de 18 años se han visto afectados por la explotación y el abuso sexual infantil en línea en los últimos 12 meses.
Según el índice Into the Light de Childlight, 1 de cada 8 niños en todo el mundo ha sido objeto de acoso en línea, y 1 de cada 8 niños ha experimentado la toma, el intercambio y/o la exposición a imágenes y videos sexuales en los últimos 12 meses. El índice Into the Light consolida datos de encuestas, investigaciones y prácticas nacionales para estimar la prevalencia del abuso y la explotación sexual infantil en línea.
Las cifras son impactantes y representan sólo una fracción de esta realidad abrumadora. Desde nuestra experiencia territorial y profesional, sabemos que poder hablar y reflexionar sobre estas vivencias es un privilegio. En la mayoría de los casos, no hay quien escuche o, peor aún, quien valide la experiencia de maltrato y violencia sexual, creyendo en la palabra de la víctima. Este vacío de escucha y reconocimiento perpetúa el silencio y la revictimización, haciendo aún más difícil el camino hacia la recuperación
Además, las prácticas de violencia naturalizadas dificultan que, como víctimas y sobrevivientes, podamos primero reconocer ante nosotros mismos las experiencias sufridas y luego dar testimonio de ellas a los demás. Esta negación y el silencio impuesto sobre el sufrimiento de las infancias son obstáculos significativos en el proceso de sanación y visibilización.
Por ello, la perspectiva debe ser interseccional. Reconocer que muchos niños y niñas, en particular aquellos con discapacidad o trastornos mentales, así como miembros de pueblos originarios, afrodescendientes y otras comunidades racializadas, no solo carecen del privilegio de poder pensar o expresar estas experiencias, sino que, en la mayoría de los casos, tampoco reciben el apoyo necesario para sanar.
A su vez, enfrentan prácticas de maltrato y violencia sexual que están profundamente arraigadas, naturalizadas y silenciadas en muchos contextos sociales, como las convivencias tempranas forzadas. La violencia de género, como una manifestación del patriarcado, impacta de manera particular en la infancia, que es el primer eslabón de una cadena de inequidades, donde este sistema de dominación y opresión impone el silencio y la sumisión.
Por ello, no solo trabajamos en propuestas legislativas para la no prescripción de estos delitos, en la creación de comisiones de la verdad que puedan revelar la verdadera magnitud del problema, sino también en la revisión de la edad de consentimiento y en la necesidad de la capacitación obligatoria de profesionales, docentes, personal judicial y organismos de niñez. Además, impulsamos campañas de prevención y sensibilización en América Latina y el Caribe, con el objetivo de promover un cambio cultural que proteja y respete los derechos de la infancia, garantizando su seguridad y bienestar a nivel regional.
El impacto en el desarrollo cerebral infantil
Los trastornos y problemas psicológicos y sociales que presentan los niños y niñas debido a la violencia no están siendo atendidos adecuadamente en casi ningún país del mundo. A lo largo de la historia, la infancia ha sido devaluada, ignorada y no escuchada, lo que perpetúa su vulnerabilidad ante este tipo de abusos y aunque los avances han sido enormes, todavía el camino es complejo.
El impacto en el desarrollo cerebral infantil es especialmente preocupante, sobre todo cuando la exposición a la violencia es prolongada. Entre las consecuencias de la violencia se incluyen la depresión, los trastornos por estrés postraumático, los trastornos límite de la personalidad, la ansiedad, el abuso de sustancias, los trastornos del sueño y la alimentación, e incluso el suicidio y los intentos de suicidio.
Las repercusiones para la salud mental de los niños y niñas varían según el tipo de violencia experimentada y el entorno en el que se produce. Los estudios han destacado no sólo la interconexión entre los diferentes tipos de victimización y polivictimización, sino también la manera en que su impacto acumulativo puede perjudicar gravemente el desarrollo infantil, dejando secuelas que afectan su bienestar a lo largo de toda su vida.
La sociedad tiende a horrorizarse y “espectacularizar” los casos de violencia extrema hacia los niños, especialmente en los medios de comunicación, convirtiendo estos crímenes en circos mediáticos que funcionan como mecanismos de post verdad. Es decir, ocultan la verdadera magnitud de los horrores que padecen las infancias, un fenómeno que se presenta con mayor fuerza en los crímenes sexuales.
La violencia sexual contra los niños y niñas es persistente, generalizada y devastadora, pero sabemos que existen soluciones comprobadas para prevenirla. También que esta violencia ocurre en las sombras, y una de las principales razones de su proliferación es la falta de cuantificación global. Aunque algunos gobiernos y organizaciones miden a nivel nacional o regional, aún no hemos visto medidas rigurosas a escala global. Esta falta de medición hace que no existan soluciones globales efectivas.
Las diferentes formas de violencia sexual padecidas en la infancia y/adolescencia, tanto con contacto físico como sin él, tienen graves repercusiones emocionales, psicosociales y de salud, que se extienden hasta la edad adulta e implican también un grave gasto al Estado.
En cuanto a los costos para el Estado, la recuperación de las víctimas de violencia sexual implica gastos directos e indirectos relacionados con el tratamiento y las repercusiones en la vida adulta. Estos costos no solo se reflejan en la atención médica y psicológica, sino también en las consecuencias sociales y económicas, como la pérdida de productividad laboral o educativa.
Las víctimas suelen enfrentar trastornos graves, como ansiedad, depresión, abuso de sustancias y dificultades en las relaciones interpersonales, que afectan su capacidad para llevar una vida cotidiana plena. El impacto acumulado de estos trastornos puede traducirse en un mayor gasto público en salud mental, programas de rehabilitación y asistencia social, sin contar las repercusiones en la economía debido a la inestabilidad laboral o escolar de las personas afectadas.
Una de las soluciones, como estrategia preventiva, es la Educación Sexual Integral (ESI) clave para educar a la infancia y la población en la identificación de riesgos, así como en la promoción del autocuidado y el respeto mutuo.
En este contexto, los días de prevención y lucha, como el Día Mundial para la Prevención del Abuso Infantil, son vitales para visibilizar la magnitud de este problema y movilizar a la sociedad hacia un cambio real. Solo con un compromiso colectivo podremos frenar la violencia sexual contra la infancia y asegurar un futuro libre de violencia para las nuevas generaciones y de compasión y recuperación para las y los sobrevivientes.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.