Desde el inicio de los tiempos, el ser humano debió enfrentar peligros y necesidades básicas de todo tipo. Para ello, nuestros diferentes sistemas orgánicos se fueron desarrollando para cumplir la función de salvaguardarnos de esas amenazas. Así, el peligro físico concreto o la falta de alimento generaron cambios en todo el organismo desde hormonales hasta neurobiológicos.
En ese proceso evolutivo en el cual, si se sigue el paradigma darwiniano, la función exitosa era la que sobrevivía, los diferentes sistemas orgánicos fueron jerarquizando funciones para preservar la vida. Un ejemplo de esto puede ser la respuesta al estrés que, si bien hoy es asociada comúnmente a algo negativo, es la respuesta orgánica general, nerviosa, hormonal (por citar algunos ejemplos), que se puede exteriorizar bajo la famosa triple respuesta de: ataque, huída o parálisis.
Un ser vivo que tiene la capacidad de reaccionar con suficiente tiempo va a estar imbuido en una emoción, quizás el miedo, pero eso evita otro pensamiento o duda más que el de huir: sus músculos estriados se contraen muy fácilmente, permitiendo la actividad motora de escapar y esto es sostenido por el incremento de la frecuencia cardíaca y la presión arterial para alimentar de sangre y, por ende, oxígeno a esa musculatura activa.
El ser logra así escapar del peligro. En ese contexto, el miedo es un programa de supervivencia. El inconveniente surge cuando ese sistema ajustado al mantenimiento de las estructuras básicas a la vida, y por lo tanto evolutivamente inferiores, en particular en el terreno del desarrollo neurobiológico, toman el control (override) de otros sistemas más evolucionados y, en consecuencia, más discriminativos.
El ejemplo más corriente es el del estrés tal cual lo conocemos actualmente, en el cual el sujeto está en ese estado de alerta defensiva y en parálisis, huida o ataque. En esa situación se puede presentar una sintomatología muy habitual con signos psicosomáticos, como pueden ser cefaleas, mareos, hipertensión, palpitaciones, entre otros. Ese sistema, o modo de supervivencia, ha ido cobrando desde hace un tiempo mayor difusión y así se habla de modo supervivencia.
Modo de supervivencia: beneficios y problemas
Ante el peligro, el organismo busca priorizar las llamadas funciones más básicas y órganos nobles: el corazón y el cerebro. La respuesta rápida necesaria frente a las amenazas durante tiempos de peligro percibido o estrés extremo eran cruciales para la supervivencia. Aunque ese modo de supervivencia puede ser beneficioso en ráfagas cortas, que cesen de manera clara y no solamente disminuyan, este comportamiento nos ayudan a confrontar peligros inmediatos. Sin embargo, la exposición prolongada puede llevar a problemas significativos.
¿Cuáles son los beneficios del Modo de supervivencia?
- Estar más alerta y focalizado en ese peligro. En este estado, el cerebro prioriza las amenazas inmediatas, mejorando capacidades cognitivas como la atención, el descarte de información no prioritaria y la toma de decisiones rápida. Saber que tengo que correrme ante un vehículo que avanza en nuestra dirección me puede salvar la vida y es una decisión prerracional. Decisiones y respuestas rápidas, son vitales.
- Aumento del rendimiento físico. La liberación de neurotransmisores, y demás sustancias y hormonas, pueden proveer de capacidades que, en algunos casos, son consideradas leyendas urbanas (como, por ejemplo, que una madre levantó un auto para salvar a su hijo), pero efectivamente existen incontables relatos de capacidades superiores a las existentes de forma previa, en condiciones extremas. A veces, este fenómeno ha sido conocido como “fuerza histérica”, quizás no la denominación más feliz. Sin embargo, los casos de personas que han recorrido larga distancias sin alimentos o agua no son infrecuentes.
- Manejo del estrés a corto plazo. En algunos casos, el entrar en ese modo de supervivencia permite manejar el estrés a corto plazo activando recursos psicofísicos, a veces desconocidos por la persona y que llevan a preguntarse cómo pudo hacer eso, cuando al pensar a posteriori lo consideraba imposible. Así, atravesar una zona peligrosa o una situación de peligro, sin entrar en parálisis o conservando cierto grado de calma, es un modelo en el cual las respuestas negativas del estrés son superadas por ese modo de supervivencia.
Sin embargo, los problemas de estar en ese modo, que es tanto cognitivo como comportamental y fisiológico, de manera prolongada, son mayores que las ventajas. En general, están asociados a un estado de estrés persistente y las consecuencias son:
- Estrés crónico y ansiedad. El privilegiar las funciones básicas implica la persistencia de un peligro real o imaginario pero que, en su persistencia, deja de ser de utilidad, siendo esencial esa variable cronológica. Los síntomas son los del estrés crónico, que llevan en algunos casos a reales y persistentes cuadros de ansiedad.
- Deterioro cognitivo. Entre las sustancias que liberamos con mayor intensidad en estas situaciones y de la misma manera en un estado de preservación básico como el modo de supervivencia, está la llamada hormona del estrés, el cortisol, que en su faceta negativa puede deteriorar las funciones cognitivas, como la memoria, la atención y la toma de decisiones.
Esa disminución de capacidades cognitivas, nos priva o disminuye las herramientas que tenemos para enfrentar temas a resolver. Por ende, al ser menos eficaces, se ingresa n un círculo vicioso en el que, a menores capacidades, el problema puede ya no solo ser imaginario sino ser real, o inclusive uno real pero manejable, transformarse en uno de muy difícil solución.
Hay que recordar de todas maneras que el inconveniente con el cortisol también está ligado a los tiempos de liberación del mismo y en muchos casos es lo que permite afrontar en plazos cortos diversos inconvenientes (La verdad sobre el cortisol: más que la hormona del estrés es la clave del bienestar psicofísico).
- Agotamiento emocional: el estado de alerta y búsqueda de soluciones permanentes, la sensación de estar en peligro y privilegiar sistemas básicos lleva a un desgaste importante de los sistemas fisiológicos y así a un agotamiento emocional y, en definitiva, en algunos casos al famoso burnout, también conocido como síndrome del quemado (Síndrome de burnout: cómo desactivarlo y evitar el desgaste emocional en el ámbito laboral)
En ese estado emocional, es frecuente observar dificultad para experimentar placer o alegría en las actividades diarias y en particular a un alejamiento del medio social y así mantener relaciones saludables. Eso lleva en algunos casos a un estado que se conoce como alexitimia, en el cual, sin llegar a ser cuadros de traumas psíquicos, el estado de estrés prolongado (el modo de supervivencia), priva al individuo de tomar contacto con sus emociones como modo defensivo, y en particular expresar las mismas. Eso genera un profundo desgaste emocional en quienes lo padecen, pero también en su grupo social.
- Aislamiento social. En relación con lo anterior, es característico el retirarse de las interacciones sociales, por el desgano de participar en ellas, ya que hay que enfocarse únicamente en las preocupaciones inmediatas. Siempre hay “problemas más urgentes que resolver”, y esto lleva progresivamente a perder la vital interacción social. El tema de la soledad y el aislamiento, es hoy considerado una de las epidemias, en particular, de poblaciones urbanas y, en especial, en ciertas franjas etarias. La soledad está íntimamente relacionada con la depresión y diversos problemas de salud mental. (Por qué en un mundo hiperconectado la soledad sigue siendo una epidemia)
- Problemas de salud. El estado de persistencia en un estado de emergencia, ya sea debido al estrés crónico o a la necesidad de privilegiar solo cuestiones básicas, conduce a diversas patologías, como enfermedades psicosomáticas, incluyendo las cardiovasculares y las del sistema inmunológico, así como cuadros derivados, como la fatiga crónica, entre otros. Además, al priorizar siempre lo considerado urgente, se desestiman temas vistos como menores, pero que pueden ser indicativos de problemas mayores, como las patologías bucodentales o dermatológicas. Estas se suelen percibir, erróneamente, como asuntos de menor importancia, postergándolos para un futuro que nunca llega, ya que lo prioritario sigue siendo la supervivencia.
- Reducción de la creatividad y la planificación. Al estar la vida enfocada en su faceta exterior y en el contacto con el mundo, pero también limitada en el contacto con uno mismo, no queda espacio para pensamientos que vayan más allá de lo inmediato o de la contingencia; “siempre hay un problema por resolver”. De esta manera, la creatividad, el placer, y también la planificación y los proyectos, no cuentan con los recursos, la energía ni el tiempo necesarios para disfrutar de la vida, planificar a mediano y largo plazo, o lograr el crecimiento personal.
En síntesis
Si bien, al igual que la respuesta al estrés, es útil cuando se limita a un espacio y tiempo específicos, la famosa fórmula de tiempo, modo y lugar, fuera de ese marco, puede generar diversos inconvenientes y llevar a un estilo de vida muy restringido. La idea de sobrevivir implica la anulación de la capacidad de disfrutar de aspectos placenteros de la vida, así como de evolucionar, planificar, entre otros
Las técnicas para afrontar el estrés, por un lado, y un trabajo específico para evaluar si se está utilizando un mecanismo de emergencia de manera excesiva, así como para aprender a usar diversos sistemas y no solo la variable de supervivencia, mediante la planificación, el trabajo sobre el tiempo libre y el aprendizaje de técnicas de resolución de problemas, pueden ser de gran utilidad. Aunque vivimos en una época en la que las noticias y la contingencia parecen, por momentos, insalvables, es precisamente por esa razón que se debe prestar particular atención a salir de esta trampa de la inmediatez, ya que sobrevivir no es vivir.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista