Desde una mirada filosófica, desde el mismo momento del nacimiento estamos en un proceso de envejecimiento y muerte.
Sin embargo, solemos pensar en el envejecimiento solo a partir de cierto momento en la tercera etapa de la vida y, de alguna manera, en un proceso que evoluciona de manera relativamente estable, a la excepción de patologías graves. Sin embargo, un reciente estudio postula que envejeceríamos en etapas muy precisas y de manera no estable, sino por brotes o fracturas en ese devenir lineal esperable.
La historia de Edipo puede ayudar a comprender este hallazgo. Cuando mencionamos al complejo de Edipo, nos referimos a veces sin saberlo a una narración mitológica griega en la cual este personaje, luego rey de la ciudad de Tebas, padece una serie de avatares existenciales como desposar a su madre o matar a su padre.
A las afueras de la ciudad de Tebas había un monstruo, la Esfinge, de cabeza humana y un cuerpo de león con alas, que impedía el pasaje y cualquiera que quisiera atravesarlo debía responder a un acertijo, y solo en caso de resolverlo podría pasar.
El enigma que la Esfinge le propuso a Edipo fue el siguiente: ¿qué ser camina primero de cuatro patas por la mañana, después sobre dos patas al mediodía y finalmente con tres patas al atardecer? El relato presentado en Edipo Rey de Sófocles mostraría que Edipo lo pudo resolver dando la respuesta correcta, se trata del hombre, el ser humano.
El relato muestra de manera clara que la vida no evoluciona de manera lineal y que está marcada por etapas en las cuales hasta la movilidad es diferente. El bebé gatea, el adulto camina, y el anciano usa un bastón para desplazarse.
En medicina, el estudio de las etapas vitales, los aspectos evolutivos, en particular los neuroevolutivos, son aquellos que sirven para entender los diferentes procesos vitales y así, por ejemplo, el adagio “un niño no es un adulto pequeño”, sirve para entender que a cada etapa vital hay que entenderla en su particular contexto y extrapolaciones de otra etapa llevan a errores. Uno de los aspectos centrales a esto son los procesos que llevan al envejecimiento, como y porqué lo hacemos, y en particular cómo y a qué edades se dan estos procesos.
De manera general se asume que los distintos sistemas orgánicos van entrando en diferentes procesos de falla progresiva lineal y en paralelo con la edad cronológica, y así los cuidados deben ser progresivamente mayores según la edad.
Sin embargo, un trabajo reciente publicado en la prestigiosa revista Nature sobre la dinámica no lineal del envejecimiento humano, plantea que en lugar de ser un proceso continuo y uniforme, hay momentos en los cuales los procesos de envejecimiento se dan con mayor intensidad. En particular plantea dos edades concretas en las cual esto se daría: entre los 40/44 años y los 60/65.
Este planteo, en caso de confirmarse, permitirá entender algunos procesos que la sabiduría popular tiene incorporados y es que hay edades particularmente sensibles o algo que es una consulta habitual en cuanto a terapias para prevenir y abordar el envejecimiento y es que la persona relata que se encontraba bien y en un periodo relativamente corto y que sorprende y preocupa se acumularon una serie de procesos abiotróficos. Estos pueden ir de un incremento de arrugas o manchas en la piel hasta alteraciones rápidas del sistema nervioso como mareos o pérdida de la capacidad de concentración y memoria.
El estudio citado fue realizado por un equipo de la Universidad de Stanford, Estados Unidos, que tomó una población de 108 personas sobre las cuales se estudiaron una serie de biomarcadores (omics). En el mismo se rastrearon miles de moléculas diferentes en personas de entre 25 y 75 años. Estos voluntarios proporcionaron muestras de sangre, heces, piel, saliva y muestras nasales por periodos espaciados por pocos meses durante varios años.
Los investigadores evaluaron más de 135.000 moléculas diferentes, incluyendo ARN, proteínas y metabolitos, también hicieron lo mismo con la flora microbiana (bacterias, virus y hongos) en el intestino, un aspecto que se le está dando cada vez mayor importancia en los procesos de envejecimiento normal y patológico del sistema nervioso y el impacto del mismo en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.
En este sentido, varios estudios relacionan, por ejemplo, factores antes poco tenidos en cuenta como la higiene y salud bucodental con las alteraciones del sistema nervioso.
El uso de la palabra, o sufijo en algunos casos, “omions, omico u oma”, se puede comprender en el ejemplo del frecuente uso de la palabra microbioma o microbiota al referirse a la flora intestinal. Este estudio tomó una diversidad de marcadores, equivalentes a la importancia de este último.
Esta modalidad del estudio en el cual los marcadores son tomados en muchos casos a nivel molecular, muestra que los cambios ocurren evidentemente a este nivel antes de años más tarde hacerse evidentes mediante manifestaciones clínicas visibles.
El hallazgo distintivo de este estudio es que los cambios ocurrirían en dos momentos o edades cronológicas particulares, entre los 40/44 años en una primera fase y luego vuelven a los 60/65 años. Esta evolución no lineal afecta aspectos biológicos clave como la respuesta inmune, los procesos inflamatorios diversos, considerados en la base de una serie de enfermedades, la alteración de vías hormonales o la metabolización de diferentes xantinas (como la cafeína o mateína), el alcohol o los carbohidratos.
Los hallazgos de este estudio presentan un especial interés en lo que hace al impacto en el sistema nervioso y de allí a la salud mental ya que, en cada una de esas etapas, ocurren cambios diferentes que manifiestan fragilidades a alguna función específica.
Qué ocurre en cada etapa
En la considerada la primera etapa de fractura, a los 40 años (alrededor de los 44 más específicamente), cambiaría de manera radical el metabolismo del alcohol, la cafeína y las grasas.
A su vez, se incrementa el riesgo de enfermedades cardiovasculares y comienzan los procesos de pérdida de masa muscular en particular musculatura estriada, considerada fundamental en la prevención del envejecimiento.
Es importante lo referente al alcohol ya que es una etapa en la que puede persistir la sensación de inmunidad a las enfermedades en función de la juventud y así se puede continuar o incrementar el consumo de alcohol en función de fenómenos de estrés o el aumento de presiones laborales o de la vida social.
Esto se ve agravado ya que fuera de cuadros de alcoholismo todavía el impacto del mismo no es notable de manera inmediata como sí lo es en la tercera edad, y así ser banalizado. Si bien el estado de alteración de conciencia o de funciones como las relativas a la coordinación motora o el equilibrio se hacen evidentes a mayores niveles o a edades más tardías de la vida, el proceso de desregulación en el metabolismo del alcohol ya comienza.
Esto se repite con otras sustancias como el uso más reciente de las llamadas bebidas energizantes que tienen dosis muy altas de guaranina y azúcares y en ambos casos el metabolismo ya comienza a estar alterado, con consecuencias clínicas que no se suelen asociar a ese consumo.
En la segunda etapa que el estudio encontró como demarcatorio de esta aceleración en los procesos que llevan al envejecimiento, es decir la cercana a los 60/65 años, se notan más las consecuencias de la alteración en la metabolización de alcohol, carbohidratos y cafeína que ya se manifestaron en la primera etapa, y generan una serie de alteraciones que a veces en su simpleza desconciertan tanto al médico como al paciente.
Así, trastornos de sueño, un mal de la época cada vez más frecuente, o cuadros de ansiedad, o la somatización de la misma, pueden ser diagnosticados como un cuadro clínico específico, por ejemplo, trastorno de ansiedad generalizado y, en realidad, el consumo de cafeína (en nuestro medio frecuentemente mateína del mate), dé origen a palpitaciones, o mareos, o una serie importante de síntomas.
En realidad, se trata de ajustar en parte el consumo de esas sustancias consideradas hasta ese momento como normal y hasta positivas y desprovistas de síntomas negativos. En cuanto al consumo de alcohol la misma dosis que era considerada social puede en esta etapa manifestarse bajo forma de sintomatología neurológica difusa y que lleva a la confusión diagnóstica.
Por otro lado, aparecen síntomas hasta ese momento poco frecuentes como alteraciones renales o de medio interno o la aparición de edemas relacionados a este sistema que maneja el medio interno. Por último, quizás la más preocupante, que es la aparición de cuadros hasta ese momento no detectados como alteraciones neurodegenerativas que pueden empezar con afecciones cognitivas mínimas hasta problemas más importantes.
En conclusión, la posibilidad de imaginar a los procesos de envejecimiento como un fenómeno constante, pero de evolución no lineal, permite trazar estrategias dependientes de la edad y especialmente estar al tanto de sintomatología de probable aparición y que se evalúan y traten en ese contexto.
Por otro lado, por parte del paciente es tomar a tiempo medidas de prevención que siendo siempre las mismas, es decir las ligadas a la alimentación, higiene de sueño, el consumo de estimulantes, o tóxicos, la hidratación, los ejercicios, tiempo al aire libre etc., permiten entender que ciertas modificaciones deben ser realizadas tomando en cuenta estas variables.
Un ejemplo de esto puede ser el no combatir un problema de insomnio con sedantes, que también varía su metabolismo con la edad, sino posiblemente controlar el uso de alcohol o cafeína y saber que a cierta edad si bien no debe generar una preocupación exagerada, las posibilidades de alteraciones neurodegenerativas son más probables y eso implica la necesidad de una serie de modificaciones en hábitos que hasta ese momento considerábamos normales.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista.