Hace algún tiempo algunas personas comenzaron a expresar de manera pública lo que sienten y cómo las afectan las diferentes circunstancias de la vida, especialmente el dolor y la tristeza.
Se ha instalado, si se me permite una analogía, una nueva forma de voyeurismo de las emociones que encuentra miles de adeptos en las redes sociales. Se ha dado en llamar “Pornografia emocional”.
El concepto de voyeurismo se refiere a la necesidad recurrente y persistente de mirar a otras personas mientras están desnudas, realizan actos sexuales o se están vistiendo/desvistiendo en situaciones donde esperarían tener privacidad. Estas acciones provocan excitación sexual.
¿Cuál es el goce de quien mira llorar a otro en las redes sociales y cómo goza su partenaire, el llorador? En los videos públicos de emociones tristes el ojo del espectador puede estar en cualquier parte, opera de manera anónima, aunque interaccione con un like a distancia, ese dolor se encuentra mediado por la pantalla.
En Tik Tok se viralizó un video de una mamá que obliga a su hijo a llorar frente a cámara, después de la muerte de su mascota.
Dentro de un auto, un niño llora tristemente por la pérdida de su mascota. La madre comienza a exigirle hacer una pose del dolor frente a la pantalla. El niño intenta resistirse diciendo que está llorando de verdad, que le duele en serio. De todas formas, ella lo obliga a tocarse los ojos de determinada manera y hacer como que lo consuela para la cámara y luego deshacerse de él con un “ya está, ya esta” cuando consigue las imágenes buscadas. Es realmente aterrador.
Una de las experiencias más difíciles por las que habremos de transitar, es sin duda, la muerte de nuestros familiares, amigos, seres queridos y también de nuestras mascotas. Es una experiencia de fragmentación de la identidad, producida por la ruptura de un vínculo afectivo: afecta no sólo a nuestro cuerpo y a nuestras emociones, sino también a nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos. Por ello, y en todas las culturas, el duelo tiene un lugar de especial cuidado con los deudos.
Exponer un duelo en redes, especialmente cuando se atraviesa la infancia, puede ser devastador.
Esta exposición pública de emociones intensas y privadas, transformadas en un espectáculo para el consumo masivo puede tener un importante impacto en la salud mental de los niños y niñas, especialmente cuando se ven obligados a participar en estos videos por sus padres. Es decir, sin consentimiento.Y esto, aunque no guste y suene incómodo, es una forma de violencia infantil.
En el consultorio los niños y niñas se quejan mucho de tener que posar para la cámara, y sobre todo ver su imagen en las redes de sus padres. En general, estas circunstancias los avergüenza y en muchas ocasiones los humilla (Sharenting: cómo impacta en los niños el compartir fotos y videos de su crianza en las redes sociales), pero es costoso y hasta imposible para ellos poner un límite por la desigualdad de poder.
Me puse a explorar esta nueva moda de publicación de videos donde se exponen emociones intensas y dolorosas, como la tristeza, en las redes donde participan niños. En la mayoría de los casos se nota la incomodidad, por más edición que tenga el video. Una mirada, una cabeza que se ladea o dice no, un cuerpo que se estremece. En general, a los adultos que se los interpela por estas prácticas, les parece exagerado porque su conducta les resulta anodina. Pero no es así.
Un niño, en general, no necesita publicar su dolor, lo vive en la esfera de lo privado. Estas conductas pueden influir y asociar que su valor personal tiene relación con los likes que recibe en línea, lo que afecta su autoestima y autoconcepto. Estos niños y niñas forzados a compartir sus emociones en público podrían internalizar el mensaje de que sus emociones son un espectáculo, lo que dificulta el duelo y confunde realidad con ficción.
Al mismo tiempo, la exposición repetida a situaciones emocionalmente intensas, en especial cuando están diseñadas para el consumo público, puede llevar a niveles elevados de ansiedad y estrés y acarrear síntomas físicos y psicológicos, como depresión, irritabilidad o retraimiento social.
En la novela de la escritora francesa Delphine de Vigan “Los reyes de la casa” se desarrolla esta problemática de la exposición de los niños en las redes sociales para provecho de los padres.
Aunque la obra está enfocada en la explotación comercial de niños, niñas y adolescentes en canales como You Tube e Instagram, muestra con crudeza las consecuencias e hiperadaptaciones de los niños y niñas a esta forma de maltrato.
Mélanie Claux es la madre de Kimmy y Sammy y dirige junto a su esposo Happy Break, un exitoso canal de YouTube con historias en Instagram, que es la fuente financiera familiar. Toda ocasión privada puede ser retratada para generar contenido, exponiendo a los niños a largas y duras horas de trabajo y aislándolos del mundo infantil. La subtrama expone la tiranía del like, la peligrosidad de compartir todo en las redes sociales, el engaño de mostrar vidas ficticias con efectos devastadores.
El hecho de que las emociones de un niño se conviertan en un objeto de entretenimiento público puede tener efectos peligrosos. La falta de confianza hacia el mundo de los adultos es la primera, porque quien debería cuidarlos los exhibe, anteponiendo su propio deseo.
Los estudios demuestran que los niños que experimentan coerción emocional pueden ser más propensos a desarrollar trastornos de salud mental como depresión, trastorno de estrés postraumático (TEPT), o problemas de regulación emocional en la adolescencia y adultez.
Al ser expuestos a la “pornografía emocional,” los niños pueden desenbilizarse y no lograr registrar o confundir a las emociones propias y ajenas. Esto puede llevar a problemas en sus relaciones interpersonales y a una falta de empatía.
Dara Moutot, periodista francesa, ha capturado esta tendencia con su proyecto “Webcam Tears”, donde las lágrimas se convierten en una exposición cruda y colectiva de la tristeza, posicionándola como una nueva forma de pornografía online.
La propuesta, inspirada por el proyecto “365 días: un catálogo de lágrimas” de Laurel Nakadate, busca resucitar esas emociones.
¿Cómo reaccionamos cuando las lágrimas, la tristeza y la vulnerabilidad se presentan como un espectáculo frente a nosotros? Esta exposición de las emociones, que alguna vez fueron profundamente privadas, plantean nuevos interrogantes sobre la naturaleza de nuestra humanidad en la era digital.
El término oversharing viene del inglés over (sobre) y sharing (compartir). Hace referencia a compartir sin control todo lo que tiene que ver con nuestra vida en Internet y redes sociales. Desde lo que hacemos al levantarnos, un paseo, la comida, una salida, una pérdida, una ruptura y un duelo. Todo es plausible de publicación y tercerizado por la estética instagrameada y tiktokera. Se hace una sobreexposición de la información personal de todo tipo en Internet, algo especialmente peligroso para los niños y niñas, pero que cada vez es más frecuente.
Creo que esto banaliza los procesos, las experiencias más importantes de nuestra vida y deja a los niños y niñas desamparados ante la pornografica visita de las miradas que los miran, llorar y ríen, lloran o se enojan.
No me imagino que se someta a un niño a llorar frente a toda la familia, o frente a desconocidos para que pueda demostrar cómo sufre. Hay algo en esta tercerización de las redes que engaña, que parece que nadie ve, pero todos estamos mirando. O será que ante tanta obscenidad hace que se scrolleee como autómatas sin reparar en lo que verdaderamente pasa y en realidad nuestros ojos, como cuencas vacías estén capturados por las luces y los brillos de la pantalla.
Me preocupa la infancia, que se encuentren nuevas formas de violentarlos y que, indolentes, los adultos no actuemos a tiempo o miremos para otro lado.
* Sonia Almada es licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.