Comer es un acto biológico y natural. Comemos para nutrir el cuerpo. Pero también en torno a la comida gira muchas veces la vida social de las personas. Un cumpleaños, una cena, un almuerzo de trabajo, un desayuno empresarial. La comida atraviesa todas las esferas de la vida, todos los días. Y eso para algunas personas se vuelve un problema.
Es que en pos de alcanzar ideales físicos impuestos, hay quienes caen en dietas restrictivas que indefectiblemente terminan en estilos de alimentación poco saludables. Hoy se habla de “tener una mala relación con la comida” para hacer referencia a una serie de comportamientos y actitudes poco saludables hacia la alimentación.
“Tener una mala relación con la comida implica una conexión psicológica negativa con la alimentación, con patrones de comportamiento y pensamientos distorsionados sobre la comida”, comenzó a explicar consultada por Infobae la médica especialista en Medicina Interna y Nutrición Marianela Aguirre Ackermann (MN 151.867), integrante del Grupo de Obesidad de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN), profesora adjunta de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional del Nordeste y directora de Fundación CIEN.
En su mirada, “en una mala relación con la comida, la alimentación y el cuerpo ocupan una cantidad desproporcionada del espacio mental y emocional”. Y esto se traduce en, por ejemplo, sentir culpa o miedo al comer, pensar en la comida y las calorías constantemente, tener “listas” mentales de alimentos permitidos y prohibidos, usar la comida para canalizar emociones o estrés, comer en respuesta a sentimientos en lugar de señales físicas de hambre, tener patrones de alimentación desordenados con comportamientos alimentarios extremos como dietas muy restrictivas, atracones, o ayunos.
Para el doctor en Psicología y docente Flavio Calvo (MN 66.869), “hay personas que pueden estar más predispuestas de acuerdo al entorno familiar, la cultura y las experiencias personales a desarrollar una relación conflictiva con la comida. Por ejemplo, si creciste en un entorno donde se hace un énfasis excesivo en la apariencia física o donde hay una falta de educación nutricional adecuada, pueden ser más vulnerables a estos problemas”, destacó.
Además, esto se manifiesta “en familias dónde no hubo una correcta expresión emocional, y se aprendió a ‘tapar’ emociones con comida”, agregó Calvo, y señaló: “Desde que tuvimos nuestra primera alimentación con leche materna, se vincularon comida y emociones, y ese vínculo, muchas veces, puede continuar presente de manera negativa, si no hubo una buena educación emocional, por lo que se busca en la comida la resolución de cuestiones emocionales”.
“También influyen características personales como el perfeccionismo, la baja autoestima, condiciones psicológicas como la ansiedad y la depresión, experiencias personales traumáticas, como el abuso o el acoso, pueden llevar a usar la comida como una forma de lidiar con el dolor emocional”, sumó Aguirre Ackermann.
- ¿Qué rol juegan las dietas restrictivas y los cánones de belleza actuales con la relación que las personas tienen con la comida?
- Aguirre Ackermann: Las dietas restrictivas pueden generar sentimientos de privación y ansiedad. Está demostrado que privarnos de placer aumenta el cortisol, genera estrés y produce mayor deseo de lo que evitamos comer. La restricción puede llevar al descontrol y atracones cuando la persona finalmente “cede” a sus deseos alimentarios, lo cual perpetúa el ciclo de restricción y descontrol. No hay atracón sin restricción previa.
Las dietas restrictivas generan una constante preocupación por evitar comer lo calórico, el control extremo de las calorías, y contribuyen a una relación obsesiva y poco saludable con la comida.
Las dietas de moda a menudo son vistas como “soluciones rápidas” para alcanzar esos ideales corporales, alimentando una relación disfuncional con la comida. Estas influencias pueden perpetuar la privación, la ansiedad, la insatisfacción corporal y aumentan el riesgo de trastornos alimentarios.
- Calvo: Los cánones de belleza actuales, que suelen promover cuerpos extremadamente delgados o musculosos como ideales estéticos, tienen un impacto significativo en la relación que las personas tienen con la comida. Estos estándares, suelen ser irreales y poco saludables, pueden generar demasiada presión para alcanzar cierto tipo de cuerpo, lo que lleva a muchas personas a conductas alimentarias extremas y desordenadas. Las redes sociales, muchas veces, amplifican estos mensajes, ya que llevan a la comparación que deja en muchas personas una sensación de insuficiencia. La búsqueda de este ideal puede llevar a la adopción de dietas restrictivas, a la sobrevaloración de la delgadez y a la estigmatización de cuerpos que no se ajustan a estos estándares, lo cual contribuye a una relación problemática con la comida.
Por otro lado, el mensaje de los medios es muchas veces un doble mensaje confuso, ya que por un lado se valoran los cuerpos perfectos, delgados, musculosos, y por otro demuestran golosinas, chocolates, comidas, bebidas como fuente de felicidad. Este doble mensaje muchas veces se convierte en algo limitante.
Alimentación consciente: por qué recomiendan comer con sentido
Con todo lo dicho, podría inferirse que tener una relación saludable con la comida implica comer conscientes, escuchando las señales de hambre y saciedad del cuerpo, disfrutar de una variedad de alimentos sin culpa, y no usar la comida para manejar emociones.
Pero eso, para Aguirre Ackermann, “no significa comer sólo lo que es sano”. “Porque en esta corriente de ‘comer saludable’ hay personas que tienen miedo a comer alimentos ricos porque temen no poder parar -analizó la nutricionista-. Y tener una relación saludable con la comida incluye comer rico. Entonces lo ideal es utilizar los sentidos de manera consciente”.
“Comer consciente se trata de priorizar nuestros propios registros corporales o necesidades biológicas”, sostuvo Aguirre Ackermann, quien definió que lo que se conoce como alimentación consciente “es un enfoque que promueve escuchar y respetar las señales internas de hambre y saciedad, comiendo cuando se tiene hambre y parando de comer cuando se está satisfecho”.
Algo similar a lo que propone la respiración consciente, que implica estar presente y plenamente involucrado en las actividades que se realizan, en la experiencia de comer, se traduce en “apreciar los sabores, texturas y sensaciones de los alimentos, estar atentos a la hora de comer para disfrutar y lograr el autocontrol, y así comer la porción que se necesita, ni más, ni menos”, señaló la nutricionista.
Los beneficios de tener una sana relación con los alimentos se reflejan -según Aguirre Ackermann- “en un mejor control del peso corporal, la reducción del riesgo de otras enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, enfermedades cardíacas, hipertensión y ciertos tipos de cáncer”.
Además, “al lograr una mejor percepción del cuerpo y una mayor autoestima esto se traduce en una actitud más positiva hacia uno mismo y una mayor confianza en las propias decisiones alimentarias”.
También “tiene beneficios en la salud mental, ya que puede bajar significativamente el estrés y la ansiedad relacionados con la alimentación, lo que puede influir positivamente en el estado de ánimo”.
Cuáles son las mejores estrategias para sanar la relación con la comida
La buena noticia, en este punto, es que es posible dejar de tener un vínculo nocivo con la alimentación.
Para Calvo, “es importante reconocer que esto es un proceso, y que lo que llevó años aprender, lleva tiempo de reaprender”. “Este proceso implica pensarse a sí mismo, identificar y desafiar las creencias negativas y los patrones de pensamiento disfuncionales relacionados con la alimentación y el cuerpo y autoliderarse en ese cambio”, sostuvo el especialista.
Y recomendó: “A lo largo de este proceso, es fundamental crear un entorno de apoyo y comprensión, tanto a nivel personal como del sistema social que nos acompaña, para ayudar a lograr cambios sostenibles en el tiempo y positivos en la manera de relacionarse con la comida”.
Desde lo nutricional, Aguirre Ackermann consideró que “lo primero es el cambio de enfoque desde la restricción y el control excesivo hacia mejores elecciones, de combinaciones y porciones, teniendo en cuenta lo que nutre y al mismo tiempo hace sentir bien”. “Dejar de lado las dietas restrictivas y aprender la ‘escucha interna’ para desarrollar la habilidad de reconocer las señales de hambre y saciedad del cuerpo -sugirió-. También ayuda desmitificar creencias erróneas sobre nutrición, comprender que comer saludable no es ‘comer perfecto’ y enfocarnos en la aceptación y el respeto hacia nuestro cuerpo, buscando un cuerpo cómodo y sano, que nos permita vivir más y mejor”.
Y tras aconsejar que “también ayuda adoptar prácticas de autocuidado que incluyan dormir lo suficiente, manejar el estrés y mantener conexiones sociales saludables e incorporar actividades físicas que se disfruten y que promuevan una relación positiva con el cuerpo”, enumeró cinco estrategias para poner en práctica.
- Sentarse a la mesa solo a comer, sin televisión ni otros estímulos externos. Dedicar ese tiempo a paladear y saborear, a identificar los distintos alimentos, a disfrutar de las sensaciones que nos provocan.
- Utilizar todos los sentidos a la hora de comer: el olfato, la vista, incluso el oído.
- Bajar la velocidad al comer. El cuerpo demora 20 minutos en mandar la señal de saciedad al cerebro, por eso si se baja la velocidad al comer se podrá comer la cantidad correcta. Algunas formas simples de lograrlo son masticar cada bocado 25 veces (o más), dejar el tenedor entre bocado y bocado, hablar durante la comida y tomar sorbos de agua durante la comida
- Saborear a fondo. ¿Cómo hacerlo? Mirar el alimento, colores y texturas visuales. Olerlo y disfrutar los aromas. Elegir el tamaño del bocado. Disfrutar, concentrarse en los sabores y texturas. Masticar hasta que el bocado esté completamente suave y blando. Tragar y sentir el sabor que aparece después.
- Atender a las señales del cuerpo. Comer cuando se tenga hambre (no porque es “la hora de comer”) y parar cuando se esté satisfecho.