“Cuando mi hijo menor tenía 4 años su papá y yo nos separamos. Él reflexionó mucho sobre esta nueva situación, pero nos enteramos un mes después, cuando en el jardín se levantó y dijo: ‘Mis papás se separaron´, y se volvió a sentar para continuar pintando. Cuando lo fui a buscar, la maestra me contó que su declamación desató todas las verdades ocultas debajo de los pintorcitos: ‘Mis papás también; los míos hace mucho; mi mamá se murió; mi papá se fue; etc.”.
Hasta que un niño se paró y dijo “Yo no tengo papá” y rompió la lógica binaria del debe y el haber; estuvo y se fue, para introducir un nuevo elemento, la no existencia.
Podría considerarse que las familias monoparentales son aquellas compuestas por un solo miembro de la pareja progenitora y en las que, de forma prolongada, se produce una pérdida del contacto afectivo y muchas veces también financiero, de los hijos no emancipados con uno de los progenitores.
Existen múltiples modelos de familias monoparentales, tanto en su composición como en su constitución, que pueden responder a diversos motivos derivados de circunstancias inesperadas y no deseadas, entre otras, las derivadas de una situación de violencia de género. También existen las familias monoparentales elegidas por los adultos, la decisión de asumir una maternidad o paternidad en solitario, al margen de cualquier convivencia estable. Esta gran variedad hace difícil la comparación intraestudios.
En Argentina una de cada 10 familias es monoparental. La monoparentalidad es una de las estructuras familiares que más ha crecido en las últimas décadas. Según un informe de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género y UNICEF, la crisis generada por la pandemia de COVID-19 reforzó las desigualdades económicas preexistentes y tuvo un impacto enorme especialmente en las mujeres. Esta situación se agudizó en los hogares monoparentales con bebés, niñas, niños y adolescentes, donde además pesó el incremento de las tareas domésticas y de cuidados.
La relación entre pobreza, monoparentalidad e infancia es un hecho constatado en numerosos estudios no solo en Argentina sino en Latinoamérica y lo cierto es que son las mujeres quienes mayoritariamente se hacen cargo solas de las crianzas de sus hijos en estas familias.
Las madres que crían solas pueden experimentar grandes desventajas económicas, un motivo de preocupación especialmente en América Latina y el Caribe, donde el 11% de los hogares son monoparentales —la tasa más alta de todas las regiones del mundo— y la mayoría de esos hogares están encabezados por madres.
Los hogares monoparentales perciben un único ingreso, que además debe ocuparse de las tareas domésticas y la crianza de los hijos. Esa doble responsabilidad significa menos oportunidades de terminar los estudios secundarios o la universidad y obtener las posibilidades para lograr salarios más altos, menos oportunidades de ahorro, de empleo formal a tiempo completo y de inversión en el futuro de los hijos, ya sea en cuanto a una mayor atención, una mejor educación o algún otro activo de desarrollo.
La experiencia de crecer en una familia monoparental puede variar según factores como la calidad de la relación, el apoyo social disponible, el contexto económico y otros factores individuales. En muchos casos, los niños que crecen en familias monomarentales desarrollan vínculos fuertes y cercanos con el progenitor a cargo, mayoritariamente la mamá. La relación puede ser especialmente estrecha debido a la cantidad de tiempo que pasan juntos.
También muchos niños en familias monomarentales pueden asumir responsabilidades adicionales desde una edad temprana, porque no se cuenta con otro adulto. La mayoría debe acostumbrarse a pasar mucho tiempo al cuidado de otras personas y en espacios de cuidado debido a la necesidad de la madre de trabajar el doble o triple para lograr el sustento. El apoyo social y la red de amigos y familiares pueden tener un impacto fundamental. Un fuerte sistema de apoyo puede proporcionar estabilidad emocional y recursos prácticos.
Algunos niños pueden enfrentar desafíos emocionales, ante la ausencia del otro progenitor al compararse con familias que tienen dos progenitores.
Cada familia monoparental es única, y las experiencias de los niños y niñas pueden variar. Factores como la estabilidad financiera, la salud emocional de las mamás y las familias extensas, en general los abuelos que son quienes deben estar a cargo por largas horas del cuidado de los niños, y la presencia de una red de apoyo pueden influir en la experiencia de crecimiento.
Es importante destacar que las familias monomarentales pueden proporcionar entornos amorosos y estables, y muchos niños y niñas crecen felices y saludables en estas circunstancias. La clave radica en la calidad de las relaciones familiares y en el apoyo disponible tanto dentro como fuera de la familia.
Repercusiones médicas y psicológicas
Existen numerosos estudios e investigaciones sobre la infancia en familias monoparentales. Estos abarcan una variedad de aspectos, como el bienestar emocional, el rendimiento académico, las relaciones sociales y el desarrollo general de los niños que crecen en hogares con un solo progenitor.
La investigación ha explorado cómo el entorno familiar, incluida la estructura monoparental, puede influir en el rendimiento académico de los niños. Factores como el apoyo educativo y las expectativas de los padres también son temas de interés. Otros se centran en las relaciones sociales de los niños en familias monoparentales, examinando la calidad de las amistades, las interacciones sociales y el desarrollo de habilidades sociales.
Un estudio de 2022, (”Prevention of mental health disorders in primary care: Children of single-parent families. Pregnancy in adolescence Francisco Buitrago Ramírez, Ramon Ciurana Misol, María del Carmen Fernández Alonso, Jorge L. Tizónd), distingue posibles repercusiones médicas, psicológicas y sociales en los hijos que se suelen asociar a la monoparentalidad sobrevenida, la inesperada. Los hallazgos en el área de salud mental fueron:
De 0-3 años de edad:
- Trastornos del comportamiento
- Insomnio
- Crisis de llanto y rabietas
- Regresión y estancamiento en hábitos adquiridos (incontinencia urinaria, chuparse los dedos, reclamo del biberón, hablar como un niño más pequeño)
- Estancamiento en el desarrollo de habilidades cognitivas
- Síntomas de expresión corporal (somato-funcionales)
- Maltrato o negligencia en el cuidado
De 3-5 años de edad:
- Crisis de miedo, ira, apego e inestabilidad emocional
- Insomnios, pesadillas, temores fóbicos aumentados
- Pérdida de control de esfínteres
- Fantasías de abandono y muerte de los progenitores
- Manifestaciones de autopunición y culpabilidad
- Inadaptación escolar
- Tristeza
- Maltrato o negligencia en el cuidado
A partir de los seis años de edad:
- Síntomas depresivos
- Sentimientos de abandono y carencia afectiva
- Sentimiento de culpa (de ser el responsable de la separación o divorcio)
- Fantasías reiteradas de reconciliación
- Pérdida del control de esfínteres
- Manifestaciones de agresividad e ira
- Dificultades en el rendimiento escolar y en sus relaciones sociales
- Comportamiento hipermaduro: ausencia de quejas, «inversión del rol»
- Responsabilidad y brillantez en el ámbito escolar
- Maltrato o negligencia en el cuidado
Período de la pubertad y adolescencia:
- Sentimientos de inseguridad
- Síntomas depresivos
- Quejas somáticas múltiples
- Trastornos del comportamiento
- Fracaso escolar, actitudes de pasividad, desinterés y desapego
- Tendencia al autosabotaje y al fracaso
- Trastorno de conducta y conductas delictivas
- Consumo de drogas
- Tendencias auto y heteroagresivas Huidas y abandono del hogar
- Problemas judiciales
- Embarazos no deseados
A largo plazo en la juventud y la adultez:
- Mayores sentimientos de inseguridad
- Inseguridad en las relaciones interpersonales
- Miedo al fracaso en las relaciones de pareja
- Intensa lucha interna por no repetir las situaciones familiares de su infancia
- Conductas impulsivas en las relaciones de pareja
- Mayor tendencia a repetir algunas situaciones como el divorcio
Es importante señalar que los resultados de estos estudios pueden variar y que la experiencia de cada niño o niña en una familia monoparental es única. La calidad de las relaciones familiares, el apoyo disponible y otros factores contextuales juegan un papel fundamental en el desarrollo de los niños en estas situaciones.
Una ruptura parental no tiene por qué dar lugar a una monoparentalidad. Si no hay antecedentes de violencia de género o violencia hacia los niños y niñas, es importante lograr acuerdos sobre la custodia compartida que ayuden al progenitor conviviente, pero sin contribuir a la desaparición de otro progenitor. Es fundamental asegurarles a los niños y niñas que ellos no son la causa de la separación o de la ausencia del otro progenitor.
En el caso de haber decidido construir una familia monoparental es importante explicarle a los niños, cuando aparecen las preguntas en comparación con otras familias, con las palabras adecuadas a su edad, singularidad y desarrollo esta decisión. Los niños ante la falta de información pueden imaginar respuestas que logran causar dolor e imaginar un abandono que no hubo, por ejemplo.
Las palabras hacen carne e historia en la mente humana y especialmente en los primeros años de la vida. La no existencia de un progenitor, como el niño de la anécdota es una cosa y otra es el abandono afectivo y de cuidados a propósito de las secuelas psíquicas que acarrea este último.
Si la situación se provocó por violencia de género o alguna forma de maltrato infantil, de igual manera es importante poner en palabras el dolor y lo imprescindible de que el progenitor violento siga alejado para no provocar más daño. A veces la presión social y los mandatos judiciales hacen que muchas mamás se vean forzadas a revinculaciones forzadas del niño o niña con el progenitor maltratador y esto va en detrimento de la salud mental infanto juvenil.
La consulta con profesionales dedicados al acompañamiento de niños y niñas puede ser una herramienta de gran ayuda para solicitar asesoramiento y hasta para lograr un conversación auténtica y empática sobre esta forma de ahijar y de criarse.
* Sonia Almada es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.