La exposición durante la infancia a la violencia intrafamiliar puede provocar trastornos sociales, emocionales, cognitivos y otras conductas que causan enfermedades, lesiones y problemas sociales.
Se entiende como violencia intrafamiliar todo acto u omisión realizado en el ambiente familiar por uno de sus miembros que produce daño físico, psicológico o sexual en otro de sus integrantes. Trasciende culturas y afecta a una importante población a nivel mundial. La violencia puede ser de tipo física, psicológica, por negligencia o abandono, sexual o económica.
Las familias que practican castigos violentos, como zamarreos, cachetadas, chancletazos, palizas o gritan, insultan y humillan a sus hijos, están produciendo un círculo vicioso porque que al realizar estas formas de disciplinamiento como mecanismo de corrección, obligan a niños y niñas a repetir las conductas no deseadas, lo cual aumenta sus probabilidades de volver a recibir castigos por lo que los adultos consideran malos comportamientos.
Esto sostiene un estudio realizado por las universidades de Columbia y Princeton que encontró que aproximadamente el 28% de las madres que relató haber castigado a sus hijos durante el primer año de vida con golpes aumentó esta práctica hasta el 57% a los 3 años, 53% a los 5 años y 49% a los 9 años.
Si bien el estudio sugiere que los niños y niñas se comportaron mal y debieron seguir siendo castigados, lo cierto es que no es el comportamiento lo que provoca el castigo, sino su naturalización y la impunidad. Es decir la aceptación social de que a los niños y niñas se los puede maltratar de diferentes maneras. Algunos malos tratos, al no involucrar golpes, no se consideran como tales y eso es un error importante porque todos tienen secuelas psíquicas inmediatas y a largo plazo.
En Argentina, un estudio de 450 estudiantes universitarios reveló que la mitad había sido víctima de castigos físicos en su infancia. En Chile, de 1.525 niños y adolescentes tres cuartos recibieron violencia por parte de sus padres. En Uruguay, un estudio de 1.100 familias reveló que la mayoría de los adultos entrevistados aplicaba alguna forma de violencia psicológica o física hacia un niño en su hogar (datos citados en Memoria. Inst. Investigando. Ciencia. Salud vol.13 no.3 Asunción Dic. 2015).
Dentro de los ámbitos intrafamiliares se practican diferentes formas de violencia. Los grupos más vulnerables son los niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad. Sin embargo, esta es una realidad invisibilizada en la que no se trabaja para prevenirla a nivel regional.
Anualmente, 80.000 niños y niñas mueren en América Latina a consecuencia de la violencia. El maltrato contra niños, en cualquiera de sus formas, no solo produce daños a la salud física y mental, sino que desequilibra los ámbitos de aprendizaje y produce pérdidas en lo referente a la igualdad entre géneros.
La conducta social de los niños y niñas se desarrolla mediante un proceso de socialización a lo largo de la vida, por el cual el sujeto infantil va adquiriendo las habilidades, los roles, las expectativas y los valores del grupo cultural o social al que pertenece. Cuando ese proceso está atravesado por la violencia, el desarrollo se deteriora.
Cuando los padres recurren a prácticas violentas, como resultado, los niños tienden a ser asustadizos, coléricos y violentos. Al ser controlados por la amenaza y la fuerza fracasan en la internalización de las normas éticas.
Muchas veces los niños maltratados tienen una mayor propensión a cometer actos agresivos contra sí mismos y/o contra otros niños, ceder a las tentaciones de cruzar la línea de la ley, no lograr acatar las reglas y normas y estar menos dispuestos a sentir remordimiento de sus actos.
Los niños y niñas criados en hogares donde se los maltrata, generalmente muestran desórdenes postraumáticos y emocionales. Es común que experimenten sentimientos de deficiencia en el amor propio, que muchas veces se disfraza de arrogancia.
Por desórdenes traumáticos se entienden los que afectan a la regulación de los afectos e impulsos, la memoria y atención, la autopercepción, las relaciones interpersonales, somatizaciones, y sistema de significados.
Pueden padecer de depresión y ansiedad, por lo que suelen utilizar el alcohol u otras drogas para mitigar su estrés psicológico y el dolor de sentirse no amados o no deseados.
Los efectos que produce el maltrato infantil no culminan al pasar la niñez. El círculo de la violencia incide en la forma en que aquel niño, hoy adulto intenta relacionarse. Los patrones de vinculación aprendidos son la matriz que se utilizará para relacionarse con el otro y esa forma suele ser agresiva o defensiva.
Algunos niños sienten temor de contar lo que les pasa porque piensan que nadie les creerá. La mayoría de las veces no pueden darse cuenta del maltrato al que son expuestos porque es lo único que conocen y lo naturalizan. Muchas veces al ir a la casa de un amigo o de un familiar y poder observar otra forma de trato hacia los niños les abre los ojos y el dolor aparece y en general se agudizan los síntomas ante la revelación.
Un niño víctima de malos tratos se pregunta siempre por qué lo lastiman y no obtiene una respuesta que lo satisfaga. Hace unos años se popularizó una frase, en relación a la violencia de género: “Si te duele no es amor”. Porque el amor no debería ser fuente de dolor y tristeza.
Los niños y niñas maltratados sienten lo mismo, que no es amor lo que sienten por ellos, sino bronca, venganza, ira o, simplemente, son objeto de descarga o no son suficientes para el adulto agresor. Igual que en la violencia de género, donde la mujer atrapada en el laberinto de la violencia cree que haciendo tal o cual cosa o comportándose de determinada manera podrá calmar la ira del agresor, a los niños les pasa igual.
El que maltrata lo hace porque puede, porque existe una tangible desigualdad de poder y porque repite un mecanismo aprendido, que no lo excusa, porque decide vulnerar a quien se encuentra en situación de desigualdad.
La ausencia de un patrón familiar libre de violencia, aumenta las dificultades para establecer relaciones no violentas al llegar a la adultez. Muchas veces se repite lo único que se conoce y el círculo vuelve a comenzar.
La alta incidencia de violencia intrafamiliar contra niños y adolescentes constituye uno de los principales problemas de salud pública, porque involucra secuelas para toda la vida, de los países latinoamericanos.
Hasta que no se reconozca y se trabaje en la prevención de la violencia y en las crianzas libres de violencia nuestras sociedades no podrán otorgarle a los niños y niñas la tranquilidad que merecen para crecer libres y sin miedo.
Unicef ha elaborado una guía que puede ayudar a mejorar la comunicación con los hijos. En la misma aborda desde las maneras de hablar hasta qué hacer con el enojo. Puede ser útil para fortalecer el vínculo a través de las palabras y las acciones y para terminar con el círculo de las violencias.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.