Según datos del Instituto Nacional del Cáncer, en la Argentina se detectan cada año más de 130 mil nuevos casos de cáncer, lo que ubica al país entre los que tienen un nivel de incidencia medio-alto a nivel global.
Con el fin de reducir el impacto que tienen estas enfermedades en la población, la comunidad médica promueve campañas de concientización con el objetivo de resaltar la importancia de los controles médicos de rutina, además de evitar aquellas prácticas y hábitos que pueden llegar a desarrollarlos. Más allá de extremar los cuidados, existen algunos tumores que no se pueden prevenir. Uno de ellos es el linfoma, una enfermedad relativamente frecuente, con más de 4 mil casos nuevos cada año en el país, que se caracteriza por atacar a nuestro organismo a través de la sangre y de la médula ósea.
En el marco del Día Mundial del Linfoma, este 15 de septiembre, los expertos buscan difundir cuáles son sus síntomas y los controles recomendados. Y, pese a que estas patología no se puede evitar, con una detección temprana y el tratamiento adecuado es posible controlarla –y en algún caso hasta curarla-, permitiendo a los pacientes disfrutar de una buena calidad de vida.
Qué es el linfoma y cuáles son sus subtipos
El linfoma es un tipo cáncer que se origina en el linfocito, que es una célula que forma parte del sistema inmunológico, circula en la sangre y reside en el ganglio linfático, en el bazo y en la médula ósea.
Debido a esta multiplicidad de localizaciones, puede afectar cualquiera de estas zonas y también otros órganos. El síntoma más frecuente es la inflamación sin dolor de los ganglios linfáticos que pueden aparecer en cuello, axilas y la ingle, entre otras áreas. También se puede manifestar con fiebre, sudoración nocturna, cansancio, disminución de peso, prurito y erupciones cutáneas.
La medicina ha identificado 60 subtipos distintos de esta patología, que se divide en dos grandes grupos.
“El linfoma no Hodgkin puede ocurrir a cualquier edad, pero es más frecuente en adultos mayores. En cambio, el linfoma de Hodgkin tiene su pico mayor de incidencia en adultos jóvenes y luego un segundo pico en mayores de 60 años”, explicó la hematóloga Laura Korin (MN 128736), del staff del Servicio de Hematología y Trasplante Hematopoyético del Instituto Alexander Fleming (IAF).
Los linfomas no Hodgkin son los más comunes y se los suele dividir en linfomas B o T, según el linfocito que le dio origen. “A su vez, pueden clasificarse según el comportamiento clínico en indolentes y agresivos. Los más frecuentes son el linfoma difuso de células grandes B, que es de comportamiento agresivo y el linfoma folicular de comportamiento indolente. Los de tipo agresivo crecen rápidamente y dan síntomas en forma más precoz por lo que se pueden encontrar en estadíos más tempranos y son potencialmente curables con el tratamiento”, indicó.
Dentro de los linfomas, el subtipo más agresivo es el de Burkitt debido a su rápido crecimiento, pero aún así las chances curativas con el tratamiento son muy altas. En cambio, los linfomas indolentes son de crecimiento lento, suelen no dar muchos síntomas por lo que es común encontrarlos en estadíos más avanzados y si bien remiten con el tratamiento, en la mayoría de los casos la enfermedad se caracteriza por recaídas sucesivas.
¿Por qué motivo no se pueden prevenir estos tumores?
La doctora Korin explica que “en la mayoría de los casos no hay factores de riesgo asociados a la enfermedad que sean modificables. La causa de los linfomas generalmente es desconocida, pero entre los factores que pueden aumentar el riesgo se incluyen ciertas condiciones de salud (como la infección crónica viral que afecta el sistema inmunológico) y determinadas situaciones laborales como el trabajo con sustancias químicas, pesticidas o solventes”.
En ese sentido, la experta advirtió que la consulta precoz ante la aparición de síntomas puede ayudar a detectar la enfermedad en estadios más tempranos y así poder contar con más opciones terapéuticas.
“El abordaje diagnóstico requiere de una evaluación clínica por un especialista hematólogo para relevar síntomas sugestivos y detectar al examen físico el agrandamiento de ganglios, hígado y/o bazo y lesiones específicas en la piel, lo que orientará a la realización de una biopsia del ganglio agrandado o de la zona afectada”, aseguró Korin.
Y agregó: “Se solicitan análisis de sangre, estudios por imágenes, como tomografía computada y/o PET-TC para objetivar la extensión de la enfermedad ya que los linfomas pueden comprometer zonas del cuerpo no accesibles a la palpación. Estos estudios también pueden ayudarnos a elegir el mejor sitio para la biopsia”.
La hematóloga del IAF remarcó, además, la importancia de que un anátomo patólogo especializado en hematopatología evalúe la muestra de la biopsia para diagnosticar con certeza el subtipo de linfoma. Adicionalmente, se pueden tomar muestras para enviar a citometría de flujo que en algunos casos puede informar rápidamente en 24 o 48 horas si las células observadas en el material tienen marcadores compatibles con linfoma; y también extraer muestras para la realización estudios genéticos y moleculares.
El tratamiento contra el linfoma puede comprender quimioterapia, inmunoterapia, radioterapia, drogas blanco dirigidas o alguna combinación de estas opciones terapéuticas. En algunos subtipos se puede requerir un trasplante de células precursoras hematopoyéticas. “El avance de los tratamientos hoy permite detener la progresión, obtener respuestas profundas y duraderas, y hasta incluso curarlos en muchos de los casos”, destaca la doctora Korin.
El mayor conocimiento científico de los linfomas impulsó el desarrollo de terapias dirigidas que atacan los mecanismos que tiene la enfermedad para proliferar y sobrevivir. También hubo avances en inmunoterapia que mejoraron el pronóstico en las distintas etapas de la enfermedad.
“Es importante consultar ante la presencia de síntomas para poder realizar un diagnóstico temprano. El escenario terapéutico actual en los linfomas es muy alentador y los avances en los últimos años han permitido mejorar los resultados tanto en primera línea como en pacientes recaídos o que no responden al tratamiento inicial”, concluyó la experta.