La explotación sexual comercial en la infancia y/o adolescencia (ESIA) entre las que se incluyen las llamadas vulgarmente prostitución y pornografía infantil, contempla tanto el abuso sexual y la distribución de materiales de explotación como la trata y tráfico de niños con fines de explotarlos sexualmente.
Las palabras para designar estos delitos son importantes porque afectan la forma en que conceptualizamos los problemas, los pensamos y respondemos a temáticas urgentes como la violencia sexual. El uso inconsistente del lenguaje y los términos pueden dar lugar a leyes y respuestas políticas también inconsistentes sobre el tema.
A pesar de la existencia de definiciones legales para una serie de delitos sexuales contra niños algunos ya no reflejan la realidad de la problemática. Por ello, en la sociedad todavía existe una confusión considerable en torno al uso de diferente terminología relacionada con la explotación y la violencia sexual contra los niños, niñas y adolescentes.
Por iniciativa de ECPAT Internacional, (NdelR: por sus siglas en inglés End Child Prostitution Child Pornography and Trafficking of Children for Sexual Purposes), una red internacional que lucha contra la ESIA, coordinada por ECPAT Luxemburgo se ha desarrollado en 2016 las directrices terminológicas para la protección de los niños contra la explotación y la violencia sexual.
Una niña, un niño o un adolescente pueden ser obligados a una situación de explotación sexual a través de la fuerza física, la disuasión o las amenazas. Puede ser persuadido a participar en este tipo de actividades sexuales como resultado de factores más complejos y con matices, ya sean humanos, situacionales o sociopolíticos. Está siempre relacionada a la desigualdad de poder entre la víctima y el agresor.
Cualquier niña, niño o adolescente pueden ser explotados sexualmente y los medios pueden ser presenciales o digitales. Muchas veces estos se encuentran en una situación que los hace especialmente vulnerables a este tipo de explotación (por ejemplo, la pobreza, el hecho de ser víctima de abuso/negligencia, violencia de género, migraciones forzadas, niños y niñas que deben viajar no acompañados, en situación de calle o privados de cuidados parentales, entre otros factores).
Lo que distingue el concepto de explotación sexual de niñas, niños y adolescentes de otras formas de violencia sexual es la idea subyacente de intercambio presente en la explotación. Si bien estos dos fenómenos deben ser distinguidos, también es importante reconocer que existe una superposición considerable entre ambos y que, semánticamente, la distinción probablemente se encuentre siempre en revisitación, es decir, volver a considerar una idea, una obra o un autor, a veces con un nuevo enfoque.
La película recién estrenada en Argentina “Sound of Freedom” (Sonido de libertad), del director Alejandro Monteverde retrata algo de esta realidad. Se trata de un drama basado en una historia real sobre el secuestro y explotación sexual de dos hermanitos hondureños, Miguel y Rocío, que son traficados a distintos lugares del mundo con fines de explotación sexual comercial.
Si bien la película pone el foco en la valentía del Tim Ballard, un exagente del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos que rescató a cientos de niños y niñas y hoy es un activista contra la trata de personas, que además logró que se aprobara una ley de cooperación internacional para estos casos, la contundencia está en la visibilización de esta tragedia que viven millones de niños y niñas en el mundo.
En el cine vi a muchas personas levantarse de sus asientos y retirarse de la sala. También a la salida muchos acongojados y llorando. Esto demuestra lo intolerable y poco visibilizada que está la temática. A pesar de que se conocen no solo los lugares donde se explotan a niños y niñas (en todos los países del mundo) sino las páginas y aplicaciones, grupos de Telegram y Whatsapp donde se halla el material de explotación sexual de menores de edad, es como si la problemática fuera foránea.
En estos últimos días Eduardo Verástegui, actor y productor de la película “Sound of Freedom”, fue cuestionado por los medios acerca de las relaciones que sostiene con inversionistas de la cinta, que aparentemente fueron acusados de secuestros, y también de haberse fotografiado con personas acusadas de violencia sexual. Él desmintió estas acusaciones. Lo cierto y más allá de la posición ideológica del cineasta que es extremista, y sus alianzas que, de confirmarse serían una tétrica y manipuladora estafa al público que sostiene el film en cartel hace meses, el negocio de la explotación de niños, niñas y adolescentes es millonario y crece día a día. Es el tercero después del tráfico de armas y estupefacientes. Por ello los cubre un manto de silencio, corrupción y complicidades.
Un viejo problema
Esta forma de coerción y violencia constituye una de las formas contemporáneas de la esclavitud, donde los niños son utilizados como mercancías sexuales, no es nueva.
La ESIA ha existido en todas las épocas. Sin embargo, la tecnología y la globalización han hecho que la explotación sexual para fines comerciales, sea inmediata y esté muy extendida. Los viajes y el turismo forman parte integrante de la vida de todos los días en muchos países. Los estudios muestran que el principal flujo de turistas que participan en la ESIA, proviene de los países económicamente desarrollados de Europa Occidental, Norteamérica, Asia y Oceanía. También se trata de un problema regional.
Por ejemplo, los turistas provenientes de Japón viajan a Indonesia o Tailandia, y los canadienses y norteamericanos viajan a países de Latinoamérica. En todas las regiones hay individuos que participan en la ESIA en el turismo mientras viajan a países cercanos o incluso dentro de sus propios territorios.
La explotación sexual de los niños se produce siempre que existe una oportunidad.
Estimaciones recientes de organizaciones internacionales, entre ellas el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y o no gubernamentales como ECPAT, sitúan el número de niños que sufren esta forma de explotación en el mundo por encima de los dos millones. Pero dada la naturaleza clandestina de la ESIA hace difícil obtener estadísticas fiables sobre sus dimensiones, tanto en cuanto al número de niños afectados como al número de personas que viajan con ese objetivo.
En la actualidad, otro de los fenómenos más preocupantes es la captación de menores de edad a través de internet por parte de personas adultas para su implicación en actividades sexuales dentro o fuera de la red, con la finalidad de satisfacer necesidades sexuales y de poder, propias o ajenas, y/u obtener otros beneficios como dinero o estatus social en redes de explotadores sexuales que intercambiar o venden las imágenes.
Las consecuencias en los niños
Las secuelas de la violencia sexual incluyen problemas físicos, de desarrollo, de índole social, emocionales y psicológicos. Algunos estudios han informado que los niños padecen una serie de enfermedades: tuberculosis, problemas respiratorios, dolores de cabeza, agotamiento, fibromialgia, enfermedades de transmisión sexual, heridas causadas por la violencia infligidas por quienes controlan y organizan las transacciones sexuales, o por los abusadores inmediatos.
Suelen estar desnutridos y debilitados, consecuencia inevitable de una vida de privaciones, pobreza y descuido. Se les ha negado la posibilidad de ir a la escuela o deben renunciar a ella con lo cual tienen un nivel escolar bajo, con consecuencias negativas para su futuro y para el acceso a fuentes alternativas de ingresos, lo que los destina a una vida de pobreza estructural.
Las consecuencias psicológicas y emocionales constatadas son la disminución de la autoestima, la falta de confianza en sí mismos, el odio contra sí mismos, sentirse indignos, no amados ni merecedores de amor, y degradados.
La mayoría de las veces pierden la confianza en el mundo de los adultos. Sin embargo, dada la inmensa necesidad de cariño, afecto y apoyo que necesitan por haber estado privados de los mismos se ven envueltos en otras relaciones que resultan abusivas y propicias a la explotación.
Muchas veces se sienten impotentes y sin esperanza, aceptan su destino como inevitable, con resignación y apatía, por ello son frecuentes las depresiones y también el autoflagelo.
Algunos recurren a los estupefacientes y el alcohol para poder soportar el dolor y de alguna manera escapar de una realidad cruel.
La región tiene una deuda histórica con relación a la temática de la violencia y la explotación sexual en la infancia. Se trata de una problemática compleja que requiere de un plan sistemático e integral en todas las naciones que respete la especificidad de cada región y ofrezca colaboración internacional.
Necesitamos proporcionar respuestas integrales para las víctimas; ampliar el conocimiento con investigación; concientizar sobre la violencia sexual y sus secuelas; recursos y mecanismos que promuevan la participación de los niños, niñas y adolescentes como agentes activos de su protección y de la protección de otros niños y niñas; asistencia especializada que recupere de las secuelas y promueva la integración y reformas legislativas, como la imprescriptibilidad del delito para lograr el acceso a la justicia para todos y la condena a los criminales; el cambio de denominación del delito porque, como explicaba al principio, las palabras importan y la creación de una comisión de la verdad que puede ofrecer estadísticas y trazabilidad sobre este crimen, son el camino para solucionar un grave problema de salud pública.
* Sonia Almada: es Lic. en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.