“Pocas cosas nos gustan más a las mujeres que un día en el que solo nos mimen y nos pongan lindas. Y las más pequeñas no son la excepción. ¿Acaso no te gustaría un día de spa, para relajar? ¿Qué tal si le organizas a tu niña un spa sólo para ella y sus amigas?”
Así se ofrece la publicidad de un espacio para fiestas infantiles entre cuya oferta se encuentra el “Día de princesas” y sigue: “A las niñas se les realiza un masaje relajante en los pies con cremas y aroma. Se les pintan las uñas de sus pies a su gusto y luego pasan al área de manicure donde relajan sus manos en agua y aromatizantes. ¡Un día de princesas!”
La idea de que las niñas desean ser princesas tiene raíces históricas y culturales profundas.
A lo largo de la historia y en diversas culturas, las princesas y las figuras reales han sido consideradas como símbolos de belleza, poder y prestigio. Son representados como figuras ideales con hermosos y pomposos vestidos de colores, castillos, palacios y una vida plena y llena de lujos. Los reyes y príncipes están ataviados con atributos del orden de lo fálico: espadas, sables que representan la valentía, la habilidad en la batalla y la autoridad militar. Las espadas, a menudo, se muestran como símbolos de poder y como herramientas que utilizan para proteger a sus seres queridos o para enfrentar desafíos y adversidades.
El deseo de las niñas de ser princesas es producto de la influencia cultural y social. Estos estereotipos se transmiten a través de la familia, los medios de comunicación y un poderoso marketing encaminado a vender productos de belleza, accesorios, ropa, disfraces y demás.
Los niños y las niñas internalizan las normas y los roles de género que se les enseñan y eso incluye la adopción de comportamientos y deseos asociados con los estereotipos de género dominantes. Estos últimos, como el deseo de ser princesas y príncipes, pueden influir en su autoimagen y autoconcepto afectando la forma en que perciben sus habilidades, aspiraciones y roles en la sociedad, y sintiéndose muchas veces insuficientes por no llegar a cumplir ese ideal imposible.
En la literatura infantil y los cuentos de hadas, como los escritos por Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm, las princesas han sido protagonistas de historias que han capturado a las niñas y niños durante generaciones.
Estas historias suelen presentar a las princesas como personajes que enfrentan desafíos y encuentran su felicidad a través del amor verdadero, que siempre es un varón. En ellas, las villanas son mujeres viejas y brujas, y las buenas mujeres son las lindas princesas o doncellas o las gordas matronas que velan por ellas desde niñas. Si una princesa logra salvarse es gracias a la valentía y amor del joven príncipe.
Los príncipes son guapos y valientes, aunque a veces están condenados a una apariencia abominable, como en “La Bella y la Bestia”, el cuento popularizado por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont en 1756. Lo cierto es que en la superficie o detrás de ellas siempre príncipes y princesas son portadores de una belleza convencional: blanca, pura, europea.
La publicidad y la industria del entretenimiento han desempeñado un papel importante en la promoción de la idea de que las niñas desean ser princesas. Las películas animadas de Disney, por ejemplo, han presentado princesas icónicas como Blancanieves, Cenicienta, Ariel y Bella, que han influido en la cultura popular y han generado una gran cantidad de productos relacionados de alto consumo desde la más temprana infancia.
Las canciones grabadas en los cerebros infantiles a fuerza de repetición despertarán en los adultos melancolía: la magia de la infancia hace tiempo la produce Disney. Es importante destacar que la idea de que las niñas desean ser princesas no es universal y puede variar según la cultura y el contexto socioeconómico.
En los últimos años, también ha habido un creciente movimiento desde los feminismos que buscan desafiar los estereotipos de género y promover la diversidad de roles y aspiraciones para las niñas. Este movimiento ha buscado fomentar la igualdad de género y promover una visión más amplia de las posibilidades y aspiraciones de las niñas.
Lo cierto es que la imagen de la princesa a menudo está asociada con una feminidad estereotipada, centrada en la belleza física, la pasividad y la dependencia de un príncipe, perpetuando así roles y expectativas de género restrictivas y limitantes. A una princesa, por ejemplo, no debería gustarle jugar al fútbol y, sin embargo, hoy miles de niñas se han lanzado al deporte que antes era solo para varones.
Concursos de belleza infantil
Ofrecer a las niñas espacios de explotación de la belleza hegemónica como valor preponderante, limita sus aspiraciones al sugerir que su valor radica en el tono de su piel, la forma de su cuerpo, el color de sus ojos o el largo de sus pestañas.
Pero las princesas de antaño no se han retirado sino que se han aggiornado a nuevas exigencias del mercado. Si antes eran dulces e inocentes jóvenes en apuros o que se despertaban de un sueño eterno con el beso tierno de un príncipe, hoy se les exige erotismo.
Asistimos a la exposición de niñas pequeñas y púberes cuyos cuerpos son cosificados por la erotización: la vestimenta, el peinado, el maquillaje y hasta la depilación son artilugios utilizados para saltear la inocencia y sexualizar la niñez en un modo adulto. La imitación ahora ya no es solo de princesas en peligro sino de modelos de belleza altamente eróticos que son incompatibles con el desarrollo psíquico de las niñas.
Niños y niñas se encuentran permanentemente expuestos a imágenes hipersexualizadas y se ofrece la idea de que tienen que verse sexys, si no, no hay belleza. Se proyectan miles y miles de imágenes por microsegundo de niñas con ropas ligeras, sugerentes, boquitas fruncidas y en poses insinuantes en Instagram, Tik Tok, Snapchat, sin que tengamos la posibilidad de elaborar este cambio tan rotundo.
En la Feria Internacional de San Sebastián (FISS) un conjunto de eventos que se celebra en San Cristóbal estado Táchira, Venezuela, durante la segunda semana de enero en honor al santo patrono de la ciudad, San Sebastián, se lleva adelante el conocido Mini Reinas de la FISS. En su cuenta de instagram se pueden ver las fotos de las concursantes. Este 2023 tuvo como coronadas a tres niñas: Gabriela, mini reina de la FISS; Sofia, Baby FISS y Fabiana, mini reina Infantil. Son las tres soberanas más pequeñas de este año.
Se las puede ver emperifolladas y casi incapaces de moverse con sus atuendos ostentosos y cubiertas de maquillaje, pestañas postizas, etc. Sus caritas de niñas se pierden detrás de esa fantasía de transformarlas en mayores ¿Para qué? ¿Para quién? me pregunto. Tensas como estacas, portan coronas incómodas y pesadas y agitan las manitos con el conocido gesto de las reinas de belleza.
En Estados Unidos estos concursos son furor y son sospechosamente observados como una forma de explotación comercial y denunciados por la hipersexualización de las niñas.
Se trata de concursos de belleza donde participan niñas de entre 2 y 18 años. En los backstage se las puede ver extenuadas por las largas jornadas que acarrea su participación, o sufriendo por la depilación de cejas. Luego aparecen en pantalla sonriendo y desfilando para el público. En estos concursos además prevalece la competencia exacerbada por ganar de parte de los padres, sin medir los costos emocionales de las niñas.
Qué es la hipersexualización
Es el concepto utilizado para denominar los comportamientos y actitudes sexuales a edades tempranas. Cuando los niños y niñas viven en un mundo altamente erotizado como el nuestro, donde muchas veces los padres alientan a imitar los comportamientos de modelos, vedettes y lo festejan, los niños y niñas, para complacerlos, lo hacen sin entender bien lo que están realizando.
El ofrecimiento de spa y cosmética infantil refuerza la idea de que hay una sola forma de ser: una adulta en miniatura. En lugar de disfrutar de juegos y juguetes, aquello que es natural en la infancia, se ofrece un “como si” de una tarde que puede ser ideal para una mujer adulta pero es una acomodación forzada para una niña.
Otro ejemplo, en Argentina, son las agencias de modas que reclutan niñas y niños para el modelaje ofreciendo seminarios de formación. En las fotos se los pueden ver escuchando a modelos famosas y luego desfilando. En las pasarelas del mundo también se pueden observar niños y niñas muy pequeños modelar ropa, una forma de trabajo infantil que se disfraza se disfrute cuando probablemente no lo sea así para el niño. No se trata de una excursión o de una caminata, sino de extensas jornadas de entrenamiento, preparación, pruebas de vestuario, maquillaje, etc, etc, etc.
La moda y las redes sociales atraen cada vez más a un público de menor edad desde donde se les exige vender sensualidad en un momento de la vida donde deberían jugar y aprender. Esta aceleración e interrupción en otros casos de su infancia, por el culto a la belleza y al erotismo, daña el aparato psíquico.
En la infancia convertirse en un objeto de deseo sexual es dañino.
La actriz Brooke Shields cuenta en el documental “Pretty Baby” cómo fue ofrecida como objeto sexual desde los 9 años y desde allí, sin pausa, expuesta a diferentes y crudos momentos de violencia sexual, incluida una violación. Por su parte, Natalie Portman develó lo que padeció, por haber sido sexualizada tan tempranamente por la industria del cine. “Ser sexualizada de niña me quitó mi propia sexualidad porque me dio miedo”, contó en el episodio del podcast Armchair Expert, de Dax Shepard en 2020.
Así, las niñas aprenden a considerarse objetos a ser observados y evaluados por su aspecto externo y por una norma hegemónica acerca de la belleza. La estimulación permanente para que se comporten de manera provocativa ofrecida desde los videos musicales, videojuegos y redes sociales, trae como consecuencia secuelas en el desarrollo. Los tres problemas más comunes son los trastornos de alimentación, baja autoestima y la depresión.
La noción idealizada de belleza, reforzada por los medios de comunicación, puede llevar también a la dismorfia corporal, (trastorno mental caracterizado por la preocupación obsesiva por lo que se considera un defecto percibido en las características físicas).
Al comportarse como personas mayores naturalizan conductas y recepción de mensajes en redes sociales de personas que se aprovechan de su vulnerabilidad e ingenuidad. Así quedan expuestas a diversas formas de violencia como mensajes lascivos o grooming.
Tenemos la oportunidad de desafiar y subvertir estos mandatos. Hay muchas nuevas y buenas adaptaciones de canciones y películas infantiles que buscan redefinir los estereotipos y presentar la diversidad más representativa de nuestra realidad actual.
La apuesta es trabajar y dialogar sobre los peligros de acomodarse a situaciones que no corresponden a la edad y elegir los consumos adecuados para lograr su bienestar y un desarrollo libre de violencias.
*Sonia Almada es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Participa como divulgadora de temáticas de infancias y juventudes en diferentes medios de comunicación. Fundó en 2003 la asociación civil Aralma desde donde impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de “La niña deshilachada”, sobre prevención de las violencia sexual en la infancia; “Me gusta como soy”, sobre prevención del acoso escolar de literatura LIJ y “La niña del campanario”, una obra de no-ficción.
Seguir leyendo: