El derecho de los niños a ser escuchados: cuáles son las consecuencias de desoír lo que sienten, piensan y desean

El hecho de atender su voz confirma al niño como sujeto familiar y social, y valida su pertenencia a la comunidad. Un chico no escuchado puede convertirse en un adulto inseguro y temeroso

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"A los niños y niñas les duele no ser escuchados, los defrauda e intentan por todos los medios hacer oír su voz", expresó la psicóloga Sonia Almada
"A los niños y niñas les duele no ser escuchados, los defrauda e intentan por todos los medios hacer oír su voz", expresó la psicóloga Sonia Almada

Constituye uno de los valores fundamentales de la Convención sobre los Derechos del Niño, pero no siempre se respeta. Reconocer constitucionalmente el derecho a ser escuchados implica garantizar la participación de niños, niñas y adolescentes en las decisiones que los afectan y representa una transformación al aceptarlos como sujetos activos de derecho y sujetos de deseo.

Es decir, no son simplemente receptores pasivos de la protección de las personas adultas, sino que se les reconoce el derecho, la capacidad, la titularidad y la agencia para influir en temas relevantes para sus vidas acordes a su dignidad.

No siempre se los atiende

En los diversos ámbitos de participación de bebés, niños, niñas y adolescentes la mirada y el trato, muchas veces, es adultocéntrico, esto significa que está basado en las necesidades, perspectivas y deseos de los adultos. Sea en el espacio escolar, comunitario, jurídico o dentro de casa la decisión que prevalece es la del mundo de los adultos y no siempre tienen razón, aunque así lo crean.

"Hay que brindarles  la posibilidad de participar en las decisiones familiares", dijo Almada
"Hay que brindarles la posibilidad de participar en las decisiones familiares", dijo Almada

Un ejemplo de ello es la visita al médico. Suele ocurrir que se da por sentado la descripción que hace la madre, padre o adulto acompañante acerca de los síntomas o la afección que padece el niño y no siempre se tiene en cuenta su relato acerca de lo que siente, lo que le pasó o, simplemente, dónde le duele (me refiero a adecuar las preguntas a la edad de desarrollo y su independencia progresiva). Otras veces, son los jueces y juezas las que no confían en aquello que el niño está develando o no lo pueden creer y así muchos niños y niñas no obtienen justicia. En ocasiones son las instituciones que albergan a las infancias donde se impone la impaciencia y no se logra escuchar aquello que tienen para comunicarnos.

Invisibilizados a lo largo de la historia

Lo cierto es que son siglos y siglos de pensar al sujeto infantil como alguien “menor” con menos calificaciones que un adulto, un sujeto en proceso en construcción y no un ser con deseos y decisiones, anhelos y sueños que está creciendo, como todos. Por siglos se ha pensado al niño como un apéndice adosado a los adultos, incapaz hasta de sentir las mismas emociones.

Lloyd de Mouse, en su trabajo La historia de la infancia, afirma que esa historia, la que él pudo reconstruir acerca de los niños y niñas, se trata de una pesadilla.

"Cada niño y cada niña tiene mucho para decir acerca de lo que siente, piensa y desea", expresó la psicóloga Sonia Almada (Getty)
"Cada niño y cada niña tiene mucho para decir acerca de lo que siente, piensa y desea", expresó la psicóloga Sonia Almada (Getty)

“La historia de la infancia es una pesadilla de la que hemos empezado a despertar hace muy poco. Cuanto más se retrocede en el pasado, más bajo es el nivel de la puericultura y más expuestos están los niños a la muerte violenta, el abandono, los golpes, el terror y los abusos sexuales”.

El autor investigó las relaciones que establecían los adultos con los niños y se encontró que estaban caracterizadas por la dominación y la violencia: abusos, malos tratos, vejaciones, torturas e infanticidios fueron prácticas naturalizadas.

Por otro lado, Philippe Ariès, autor de El niño en el Antiguo Régimen, llega a la conclusión de que la infancia directamente no existía y que es un concepto que empieza a construirse en la era moderna. Es Jean Rousseau, autor de El Emilio, quien abre el debate sobre la naturaleza de lo humano. Allí se proponen ideas revolucionarias y fundamentales para la época como que la educación debe centrarse más en el niño y menos en el adulto y que esta debe comenzar desde su nacimiento para impedir que adquiera malos hábitos. El niño parece un ser natural y perfecto a quien esculpir.

"Cuando los adultos estamos disponibles para aceptar su participación ofrecemos seguridad para contar cualquier vulneración a la que se vean expuestos o falta de respeto y de cuidado", afirmó Almada
"Cuando los adultos estamos disponibles para aceptar su participación ofrecemos seguridad para contar cualquier vulneración a la que se vean expuestos o falta de respeto y de cuidado", afirmó Almada

El niño, ya sea por su ausencia como por su presencia sacralizada, ha sido siempre un actor débil, desde la mirada adulta. No vota, no participa de la actividad social o política y su decisión no cuenta. Siempre confinado al hogar, a la vida institucional y bajo el cuidado de mujeres, los niños y niñas por siglos han sido invisibles.

En 1900 con Freud y el psicoanálisis, la infancia aparece resaltada en primer lugar como el cofre de tesoros de los adultos, donde hay que ir a buscar la verdad. El niño es de mamá y del complejo de Edipo y porta una sexualidad. Otra revolución muy resistida. Lacan, por su parte, actualiza el paso del niño del estado natural a la cultura y piensa al niño como un ser social.

“He visto muy bien niños muy pequeños, aunque más no fuese a los míos. El hecho de que un niño diga quizá, todavía no, antes de que sea capaz de construir verdaderamente una frase, prueba que hay algo en él, una criba que se atraviesa, a través de la cual el agua del lenguaje llega a dejar tras su paso, algunos detritos con los que jugará, con los que le será muy necesario arreglárselas”, (Lacan, 1975).

"Sea en el espacio escolar, comunitario, jurídico o dentro de casa la decisión que prevalece es la del mundo de los adultos y no siempre tienen razón, aunque así lo crean", dijo Almada (Getty)
"Sea en el espacio escolar, comunitario, jurídico o dentro de casa la decisión que prevalece es la del mundo de los adultos y no siempre tienen razón, aunque así lo crean", dijo Almada (Getty)

Un niño no es una tabula rasa

El niño necesita, por su propia indefensión, del otro para sobrevivir y para convertirse en un sujeto del lenguaje, un ser social. En su desarrollo se apropia de la historia que lo precede y de alguna manera se crea a sí mismo.

No es un tábula rasa donde imprimir nuestros deseos y necesidades sino que, con los significantes que se lo reciba, los acontecimientos que marcarán su vida, moldeará su forma de ser y estar en el mundo, con su impronta personalísima.

A los niños y niñas les duele no ser escuchados, los defrauda e intentan por todos los medios hacer oír su voz. A veces, esa voz parece un berrinche; otras, levanta fiebre o viene en forma de dolor de panza. Lo cierto es que cada niño y cada niña tiene mucho para decir acerca de lo que siente, piensa y desea.

Ofrecer formas de crianza amorosas y respetuosas es escuchar lo que tienen que decir, darle importancia a sus voces, intereses, opiniones e ideas. Brindarles la posibilidad de participar en las decisiones familiares, eligiendo su ropa, opinando sobre algún asunto familiar o social es muy importante para ellos. Aunque a los adultos pueden parecerle minucias son grandes logros para la infancia y afianzan su confianza en sí mismos.

"El niño necesita, por su propia indefensión, del otro para sobrevivir y para convertirse en un sujeto del lenguaje, un ser social. En su desarrollo se apropia de la historia que lo precede y de alguna manera se crea a sí mismo", explicó Almada
"El niño necesita, por su propia indefensión, del otro para sobrevivir y para convertirse en un sujeto del lenguaje, un ser social. En su desarrollo se apropia de la historia que lo precede y de alguna manera se crea a sí mismo", explicó Almada

Escuchar es confirmarlo como sujeto familiar y social, validando su pertenencia a la comunidad. Un niño no escuchado puede convertirse en un adulto vacilante, inseguro, temeroso de dar su opinión.

Escuchar a los niños y niñas es una propuesta desafiante para muchos adultos porque interpela el hueso mismo de aquello que fuimos y que nos constituye, porque la infancia es un feedback para siempre.

Cuando los adultos estamos disponibles para aceptar su participación ofrecemos, al mismo tiempo, seguridad para contar cualquier vulneración a la que se vean expuestos o falta de respeto y de cuidado. Con ello es más factible que se disminuyan las posibilidades de ser receptores de violencias y de conseguir herramientas para el autocuidado y el cuidado de los demás.

* Sonia Almada es licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.

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