Las calorías de los alimentos que se ingieren no son similares para el organismo humano. Un nuevo estudio realizado en Estados Unidos demostró que el cuerpo reacciona de manera diferente según el tipo de alimentos que consume. Comprobaron que no es lo mismo consumir alimentos integrales ricos en fibra que la comida chatarra de los procesados y los ultraprocesados.
El trabajo, que fue publicado en la revista Nature Communications, postuló los mecanismos que hacen que el organismo reaccione distinto según el tipo de comidas que se ingieren. Los microbios del intestinos prefieren a la comida saludable.
Los científicos Steven Smith, Karen Corbin y colegas del Instituto de Investigación Traslacional AdventHealth, en Florida, y del Centro de Biodiseño de la Salud a través de Microbiomas de la Universidad del Estado de Arizona, encontraron que los alimentos procesados baratos se absorben más rápidamente en el tracto gastrointestinal superior en comparación con los alimentos saludables, como frutas y verduras.
Esa diferencia en velocidad significa más calorías para el organismo y menos para el microbioma intestinal, situado cerca del final del tubo digestivo.
En cambio, cuando una persona come alimentos ricos en fibra no se absorben tan fácilmente. Eso implica que hagan un viaje completo por el tracto digestivo hasta el intestino grueso, donde esperan los miles de millones de bacterias que forman el microbioma intestinal.
Al seguir una dieta rica en fibra, una persona no sólo se alimenta sino también ayuda a sus microbios intestinales y eso reduce eficazmente la ingesta de calorías. Los microbios intestinales se disputan las calorías con el organismo, de acuerdo con Karen Corbin, quien fue la autora principal del estudio.
“En una dieta occidental que no alimenta mucho a los microbios, casi toda la energía va a nosotros y muy poca a los microbios”, explicó Corbin. “No damos a los microbios ninguna oportunidad de utilizar las calorías que comimos porque las utilizamos todas. Tiramos de la cuerda hasta un extremo”, señaló en diálogo con el diario The Washington Post.
Antes de hacer la investigación, el equipo de científicos quiso averiguar cómo el microbioma intestinal podía estar implicado en la regulación del peso y la salud metabólica. Para eso, diseñaron un ensayo clínico pequeño pero riguroso.
Reclutaron a 17 hombres y mujeres sanos y compararon lo que ocurría cuando se les suministraba una dieta rica en fibra en comparación con una dieta de alimentos altamente procesados. Los investigadores dieron a a los participantes todas las comidas y les hicieron seguir cada dieta durante 22 días.
Durante la mitad del tiempo que los participantes siguieron cada dieta, los investigadores rastrearon cada caloría que ingerían y controlaban sus niveles de actividad física. También pasaron seis días durante cada fase de la dieta en una diminuta habitación hermética llamada “cámara metabólica”.
Esa experimentación permitió a los científicos determinar exactamente cuántas calorías quemaban los participantes. Los investigadores recogieron las deposiciones y utilizaron técnicas especiales para analizar aspectos como la cantidad de energía y bacterias presentes en las heces.
Identificaron que los dos tipos de alimentación eran polos opuestos. Por un lado, la dieta occidental contenía muchos alimentos altamente procesados, como pochoclos, pan blanco, queso americano, carne picada, bocados de queso (que también se conocen como suflitos o chizitos), galletitas de vainilla, embutidos y otras carnes procesadas, bocadillos azucarados y jugos de fruta.
Por otro lado, se ingirió la “dieta potenciadora del microbioma”. Se diseñó para que la microbiota intestinal recibiera la mayor cantidad posible de alimentos nutritivos. Cuando se ingiere fibra, los microbios intestinales se alimentan de ella y la descomponen mediante un proceso llamado “fermentación”. Esto produce una gran cantidad de subproductos saludables, como los ácidos grasos de cadena corta, que son buenos para nuestra salud metabólica.
La dieta potenciadora del microbioma contenía muchos alimentos con un tipo especial de fibra llamada almidón resistente. Esa fibra se encuentra en alimentos como la avena, las alubias o porotos, las lentejas, los garbanzos, el arroz integral, la quinoa y otros cereales integrales. La dieta también incluyó muchos frutos secos, frutas y verduras.
Los científicos evitaron que los participantes consumieran alimentos procesados triturados o refinados para evitar que se absorbieran con demasiada rapidez. De esta manera, buscaron maximizar la cantidad de comida que llegaría a los microbios del intestino grueso
Por eso, les dieron frutos secos enteros, por ejemplo, en lugar de mantequilla de frutos secos, y trozos de filete en lugar de carne picada. Las comidas se diseñaron para reducir al mínimo los alimentos muy procesados. Las dos dietas aportaron a cada participante la misma cantidad de calorías y cantidades similares de proteínas, grasas y carbohidratos.
Ambas dietas tenían las mismas calorías, pero una bajaba al colon y alimentaba a los microbios. En cambio, la de comida chatarra no llegaba. “La dieta potenciadora del microbioma fue realmente diseñada para hacer feliz al microbiota intestinal”, sostuvo Smith.
Los científicos descubrieron que los participantes absorbían significativamente menos calorías con la dieta rica en fibra en comparación con la dieta procesada. En promedio, perdían 217 calorías al día con la dieta rica en fibra, unas 116 calorías más de las que perdían con la dieta de alimentos procesados.
Algunos participantes perdieron casi 400 calorías al día con la dieta rica en fibra. Estas calorías perdidas se manifestaron en las heces de varias maneras. Por ejemplo, los participantes tenían más alimentos sin digerir en las heces. Pero también tenían mucha más “biomasa” bacteriana y ácidos grasos de cadena corta en las heces, señal de que sus microbios intestinales estaban ocupados multiplicándose y fermentando.
Con la dieta rica en fibra, tenían mayores niveles circulantes de ácidos grasos de cadena corta y mayores niveles de hormonas como la GLP-1, que promueve la saciedad. Los participantes perdieron algo más de peso y grasa corporal con la dieta rica en fibra. Sin embargo, a pesar de absorber menos calorías diarias, no mostraron ningún signo de aumento del hambre.
Muchos estudios sugieren que el microbioma intestinal influye en el peso y la composición corporal de cada persona. Se ha descubierto que las personas con obesidad, por ejemplo, tienen menos diversidad bacteriana en sus intestinos y otras diferencias en sus microbiomas en comparación con las personas delgadas.
“Si bien se trata de un estudio pequeño, el estudio que se publicó en Nature Communications es interesante por su diseño controlado”, dijo a Infobae el doctor en química Gabriel Vinderola, investigador principal del Conicet y la Universidad Nacional del Litoral en Santa Fe y miembro de la Asociación Científica Internacional para Probióticos y Prebióticos.
El diseño consistió en que un grupo de los participantes empezó por la dieta que potencia la microbiota y luego pasaron a la dieta “Occidental”. El otro grupo fue al revés, ambos por 22 días seguidos, separados por dos semanas de descanso. “Los investigadores controlaron lo que comían, las deposiciones, la orina y el gasto energético total, y para eso alojaron a los participantes en habitaciones que podían medir el gasto calórico del cuerpo. Por eso, el estudio es muy relevante”.
Además de registrar lo que comían y que les tomaran muestras de sangre, los participantes estaban en una cámara que permitía registrar la energía por la actividad metabólica. Es decir, registraron el calor que emanaban, agregó. “Entre los resultados, se demostró que la comida rica en fibras llega a la microbiota y se elimina más energía en las heces. Esto genera un mejor balance energético y se evita que haya más sobrepeso y obesidad a mediano plazo”, afirmó el científico.
“También el estudio, si bien ambas dietas tenían las mismas calorías totales, se corroboró que cuando se consumió una dieta rica en fibras, parte de lo ingerido se absorbió como ácidos grasos de cadena corta. Esos ácidos son antiinflamatorios, anticancerígenos y beneficiosos para que las células del intestino se renueven”, señaló Vinderola.
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