Es la voz de la conciencia, aquella que nos habla y alerta cuando hemos realizado un acto que no encaja con nuestras creencias o modelos con los que fuimos educados. Es un sentimiento que aprendemos en la niñez y nos acompaña durante toda la vida. Sin embargo, no siempre somos verdaderamente culpables. A veces la culpa es “imaginaria” y nos torturamos en vano. Otras, por el contrario, existe de verdad, pero no nos hacemos cargo. Finalmente, también podemos ignorar la culpa y emprender el camino de la irresponsabilidad, en el que todo vale. Entonces, se pueden distinguir dos tipos de culpa:
- La culpa saludable: puede ayudarnos a ver cuándo hemos hecho daño a alguien, hacer las paces y mantener relaciones saludables.
- La culpa malsana: cuando es excesiva o esté fuera de nuestro control.
La doctora Graciela Moreschi, psiquiatra y escritora, miembro de Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) y supervisora del equipo de interconsulta del Servicio de Salud Mental del Hospital Rivadavia, explicó a Infobae: “La culpa es un sentimiento que, si no existiera, uno definiría a alguien como psicópata. La culpa sobreviene cuando uno comete una falta, algo que considera que está mal. La buena culpa o la culpa positiva es este reconocimiento y el cambio de conducta. La culpa se vive como una carga cuando la persona se siente mal, a veces por hechos que ni siquiera hizo, o se sigue culpando a pesar de que la situación pasó, aquí no basta el cambio de actitud sino que funciona en torno al mal humor o el enojo”.
La principal diferencia entre la culpa saludable y la no saludable es la fuente y la intensidad de este sentimiento. La culpa sana es una respuesta natural y apropiada a la mala conducta, mientras que la malsana es un sentido de responsabilidad excesivo y fuera de lugar o la falta de perdón que sigue a la culpa sana.
Moreschi agregó: “Cuando yo hablo de una culpa que no tiene que ver con lo que uno hizo, sino con la mirada o con la actitud del otro, esto es una culpa no sana. Otra situación sería seguir acarreando ese dolor, no poder disculparse, no admitir el error. Cuando uno se equivoca, siente esa sensación de culpa, se arrepiente y mejora, toma otra actitud, entonces este sentimiento es saludable porque es el que nos está avisando que algo está mal, está ligada al arrepentimiento. Yo me arrepiento de lo que hice y hago otra cosa, no lo llevo como una carga sobre mí para no quererme, para lastimarme, para sentirme poco merecedor, esto es lo que pasa con las personas que se sienten poco merecedoras”, señaló la psiquiatra.
Los dos tipos
Según el diccionario de la Real Academia Española “la culpa es una falta más o menos grave cometida a sabiendas y voluntariamente”. Pero la definición habla de la culpa jurídica; la culpa psicológica no necesita ser grave y, a veces, ni siquiera real.
Muchas veces sentimos culpa sin haber cometido delito o falta alguna, basta con que el sentimiento o la acción estén en contradicción con lo que consideramos correcto interiormente. La culpa se produce cuando entramos en contradicción con nuestro sistema de valores.
La licenciada Gabriela Martínez Castro (MN 18627), directora del Centro de Estudios Especializado en Trastornos de Ansiedad (CEETA), dijo a Infobae: “La culpa puede ser ambas cosas, positiva y negativa, también saludable o malsana o patológica. En el caso de la positiva, es aquella que nos van imprimiendo de a poco, cuando somos chicos, las personas que nos crían. ¿Por qué? Porque el hecho de tener una culpa positiva hace que los humanos crezcamos con límites en nuestras acciones, con el pensamiento acerca de las consecuencias que tiene actuar sin culpa o con ella”.
La especialista aclaró que estos límites se necesitan para poder crecer sanamente. “Por ejemplo, no lastimar a otras personas, no cometer actos antisociales, acatar la ley, porque sabemos que eso está mal, que nos va a traer consecuencias y dentro nuestro está esta culpa que nos protege de terminar siendo antisociales o hacer cosas que van a dañar”, explicó la psicóloga.
En cambio, la culpa patológica “tiene que ver con aquel montante de angustia que no es normal y que no nos permite seguir haciendo una vida normal. Por ejemplo, si alguien tiene mucha culpa acerca de algo, probablemente no pueda trabajar tranquilo, porque está inmerso en esos pensamientos, quizá no pueda seguir socializando, baja su concentración. Y, por supuesto, que esto tiene mucho que ver con la necesidad de cuidar al otro, de complacer a los demás. Porque teniendo una culpa negativa hace que necesitemos complacer a los demás en más de un sentido, dejando de lado nuestra propia vida. Le pasa mucho a la gente que trata de ayudar mucho a los demás y considera que las necesidades de la otra persona están por encima de las propias y esto va en deterioro de su calidad de vida”, explicó Castro.
La doctora Moreschi agregó: “Hay una tercera veta que es interesante destacar y es que las personas culposas no saludablemente, son muy manipulables. Alguien que es manipulador y quiere manejarlas con sus conductas, las hacen sentir culpables para poder lograr lo que quieren. Entonces, esto también es una de las consecuencias de esa culpabilidad no saludable”.
Para salir de una culpa no saludable la doctora Moreschi consideró que hay que empezar a revisar nuestros sentimientos y que en general se necesita ayuda, porque más que culpa lo que la persona siente es el miedo al no afecto del otro y esto produce sometimiento al deseo del otro. “Cuando uno no se perdona o tiene esa exigencia de “no puede ser que me haya equivocado”, hay que trabajarlo porque esto mina la autoestima, hace que la persona quede sometida siempre a otros. Entonces, en primer lugar, reflexionar sobre qué me pasa ¿puedo reconocer que estuve mal, arrepentirme, corregir y seguir? Si esto no lo puedo hacer y si vuelvo una y otra vez sobre el mismo hecho, al mismo arrepentimiento, es probable que necesite ayuda”, concluyó ,a psiquiatra.
¿Puede producir síntomas de depresión y ansiedad?
“Por supuesto que sí, la culpa no saludable termina desbordando nuestra propia vida, y esto tiene como consecuencia síntomas de mucha angustia que si se mantienen en el tiempo terminan generando mucho estrés y depresión”, respondió Castro.
También podría generar, en las personas que tienen predisposición genética, un trastorno por ansiedad generalizado cuya característica esencial son preocupaciones excesivas acerca de diferentes temáticas de la vida cotidiana. “La persona se da cuenta de que se está preocupando excesivamente pero no lo puede controlar y entonces este nivel de estrés, de no recibir tratamiento, termina provocando sintomatología como irritabilidad y dificultades para poder concentrarse, atender y recordar. También síntomas físicos como taquicardia, sudoración, temblores, problemas gastrointestinales, sueño no reposado, es decir que nos levantamos muy cansados a pesar de haber dormido la cantidad suficiente. Así sucesivamente hasta poder llegar a vivir un ataque de pánico”, explicó la especialista.
“Otro de los trastornos que podría provocar es el trastorno por ansiedad social, porque su característica esencial tiene que ver con el temor a ser burlado, temor a pasar un papelón, temor a hablar en público, a no ser aceptado, no querido. Todo esto lleva a la ruborización, a la vergüenza extrema y a todos los síntomas que preceden al ataque de pánico. En el peor de los escenarios, la persona termina padeciendo ataques de pánico. Así que sí, hay que tener mucho cuidado y poder diferenciar las culpas”, advirtió la especialista.
Cómo liberarnos de este sentimiento
La doctora Moreschi recomendó:
- Trabajar la autocrítica mediante la reflexión y tomar en consideración las observaciones que nos hacen las personas que nos manifiestan más afecto y confianza.
- Reconocer las causas de las situaciones conflictivas para aprender de los fracasos y no volver a cometer esos o similares errores. El objetivo es doble: el esclarecimiento de la situación y la desactivación del proceso de adjudicación de culpas.
- Lo inteligente y provechoso es identificar los errores, reconocer la causa, asumir la responsabilidad cuando nos compete y, ya después, tomar medidas para rectificarlos y para no volver a tropezar con la misma piedra.
- Reconocer que limitarnos a sentir culpa es como encadenarnos de por vida por lo que ocurrió en el pasado, lo que conduce a un estado de ansiedad que puede derivar en depresiones.
- Sentir culpa sólo resultará útil cuando esta sensación pueda convertirse en acción. Cuando se aceptan los errores sin sentir un fracaso definitivo y paralizante, el error puede percibirse como una oportunidad de aprendizaje, como una fuente de información de qué cosas van bien y cuáles no.
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