En El amor después del amor, la serie que cuenta la vida Fito Paez, se narran dos situaciones dramáticas vividas por los protagonistas. Pero no es la primera vez que una serie o una película trata de frente o de manera transversal el drama de la violencia sexual y sus consecuencias a largo plazo. En los últimos años ha proliferado la producción de esta forma de expresión apostando a esta temática.
Es probable que la necesidad de las y los sobrevivientes de contar su verdad y de ubicar el tema en la agenda pública produzca que cineastas, autores y dramaturgos encuentren allí historias que muchos esperan escuchar.
La serie Patrick Melrose, es un ejemplo de ello. Se trata de una serie británica de 2018 que aborda la vida de un aristócrata inglés alcohólico y heroinómano, que esconde en su trama un abuso sexual incestual y allí se comprende el porqué de tanta autolesión y de vida a la deriva.
Antecesoras como la película “La celebración” (Festen), danesa de 1998, que trata de una familia burguesa que se encuentra en plena fiesta de celebración del cumpleaños de 60 del padre, un venerado patriarca empresario. La trama se intensifica cuando el mayor de sus hijos, de mediana edad revela, al brindar en la cena en su honor, las verdades que permanecieron ocultas durante muchos años, el abuso sexual incestual en connivencia con la madre y el suicidio de su hermana melliza o gemela, que no pudo superar el atroz trauma.
Ahora, en El Amor después del Amor, el acento no está puesto en esta forma de tragedia que puede lesionar la infancia, pero se hace presente en dos momentos. Uno cuando la actriz que interpreta a la cantante Fabiana Cantilo (quien fue pareja de Páez durante muchos años) en el momento en que se conocen y comienzan a coquetear con el cantante y transcurrido cierto tiempo se besan, ante la pregunta insistente de Fito acerca de porqué no quiere tener relaciones sexuales con el, ella contesta: “Digamos que me tocó la persona equivocada en el momento equivocado”.
La cantante ya había participado, en 2015 en un evento solidario de una ONG de Almirante Brown, Provincia de Buenos Aires, de lucha contra el abuso sexual infantil. En la serie no se aclara más acerca de esta situación y solo queda inferir las secuelas. No es poco común la utilización de retóricas y metáforas para poder acceder a contar una vivencia traumática como estas, sobre todo cuando se trata de violencia sexual.
La o el sobreviviente se siente avergonzado por lo ocurrido y muchas veces cree que tiene alguna forma de responsabilidad. Esto aparece como culpa por no haber huido a tiempo del ataque, por no haberse defendido y hasta el remordimiento de no haber logrado develarlo antes y guardar el secreto.
El derecho al tiempo
Las y los sobrevivientes de violencia sexual necesitan tiempo. Tiempo para comprender que fueron víctimas de un crimen, tiempo para entender que se trataba de la sexualidad adulta profanando sus cuerpos y mentes, tiempo para metabolizar y tiempo para develarlo y quizá tiempo para denunciar y esto es un derecho.
El derecho al tiempo considera que una víctima de abuso sexual, en una etapa inicial, bloquea el episodio o no es consciente de que ha sido objeto de un ataque sexual, debido a su edad y a procesos de indefensión e inmadurez emocional. Reconocer y asumir que se ha sido víctima de un delito de esa naturaleza a veces demanda muchos años.
La Comisión Real de Respuestas Institucionales al Abuso Sexual Infantil de Australia halló que una víctima de abuso sexual infantil suele tardar una media de 24 años en develar lo sufrido. Mientras que la ONG estadounidense Child USA determinó que la edad promedio en la que las víctimas logran develar estas situaciones de violencia sexual sufridas durante su infancia es de 52 años. Sin embargo, la gran mayoría de las víctimas nunca llega a denunciar a su abusador.
Según la Encuesta Nacional de Victimización en Argentina, un 87% de los delitos sexuales no llegan a ser denunciados. Las razones por ello incluyen el trauma, la vergüenza, el estigma social, el miedo a amenazas y represalias, el temor que no se les vaya a creer, o porque no se reconocen como víctimas de violencia sexual.
En la serie que narra la vida de Fito Paez puede verse un segundo momento en que luego de la muerte de la madre del cantante, Margarita, cuando él tenía solo 8 meses de vida, se queda viviendo con su padre y sus dos abuelas, Delia Zulema, apodada Belia y su tía Josefa, apodada Pepa, en la casa que residían. Unos años después relatan que contratan a una niñera Felipa, una joven adulta. En las imágenes siguientes se encuentra a Fito Paéz con de 6 o 7 años espiándola por la ventana del cuarto de ella, mientras se cambia la ropa.
En otra secuencia se encuentra el niño observando por la ventana nuevamente y, al ser descubierto, se muestra como que la puerta se abre sugerentemente y Fito entra al cuarto de la mujer. En los siguientes momentos narra cómo ante la pregunta de Fito acerca de dónde esta Felipa por su notable desaparición de la escena familiar, tanto las abuelas como el padre se muestran incómodos y no ofrecen una respuesta al niño.
En el reportaje a Fito que hace para la revista mexicana Gatopardo la periodista Leyla Guerriero, publicada el 28 de abril de este año, que lleva como nombre “No me verás arrodillado”, la periodista le pregunta: ¿dormías con tu abuela en la misma cama?
Él contesta: “Sí. No me trajo ningún problema erótico. Yo he tenido experiencias con Felipa, una chica que me criaba. Un día se puso en pedo y se me subió encima y me violó. En un sentido. Porque yo lo viví con mucha alegría. Siete, ocho años tendría. Es una situación que podría ser traumática para cualquier niño, porque es un chico violado. Pero yo tenía una intimidad de amor con ella. Por supuesto que pienso que podría ser una escena muy salvaje. Sin embargo, para mí fue un despertar erótico hermoso. Es algo muy serio el sexo. Hay algo que se revela cuando te sacás la camisa. Es ‘Ah, estábamos en un mundo civilizado pero en bambalinas sucede esto’. Okey. A mí me gustan las bambalinas”, sentenció.
Una problemática invisibilizada
Es muy importante señalar y subrayar que en la infancia no hay consentimiento para una relación sexual, de ningún tipo, con ninguna persona. En Argentina la edad de consentimiento mínima es 13 años, por lo que se considera que las personas de menor edad carecen de capacidad para consentir . A partir de esa edad y hasta los 16 es considerado estupro (exceptuando las relaciones entre pares), según nuestro código penal.
Es muy frecuente recibir en la consulta psicológica personas de mediana edad que develan agresiones sexuales padecidas en la infancia, 40 y hasta 50 años después, tal como cuentan las investigaciones. Muchas veces se autoconvencerse de haber tenido un “vínculo especial”.
Los abusos sexuales padecidos en la infancia se encuentran poco registrados porque ha sido una problemática invisibilizada y con prácticas naturalizadas. En el caso de las víctimas varones el problema se agudiza.
A pesar del enorme esfuerzo que han realizado y realizan las comisiones de la verdad formadas para investigar el abuso sexual contra niños en el mundo, Australia, Reino Unido, Francia, en ámbitos eclesiásticos y el trabajo artesanal de las organizaciones de la sociedad civil, como Sobrevivientes de Abusos eclesiásticos en Argentina, para reunir la información que no aparecen desde los Estados, la ausencia de datos y el silencio sobre los abusos es atronador. Alemania es el único país que hasta el momento ha creado una comisión de la verdad para investigar el delito en todos los ámbitos, incluido los que ocurrieron al interior de las familias.
La violencia sexual constituye un crimen mediante el cual los niños, niñas y adolescentes son colocados o mantenidos en una posición subordinada, en un ejercicio de poder y humillación sexual.
Los varones, por los estilos de crianza, son muy reacios a compartir su experiencia de violencia y las secuelas que la misma les dejó. También el poder develar los trastornos concomitantes del estrés postraumático se vive en muchos aspectos como “debilidad de carácter” por la narrativa preponderante de “ser macho y aguantar”.
Durante mucho tiempo se consideraba una proeza tener relaciones tempranamente, hasta siendo un niño y sin la capacidad biológica ni psíquica para lograrlo porque eso se constituye en el distintivo de pertenencia al “clan de machos” de la misma manera que la iniciación sexual consistía en visitar un burdel.
Es imprescindible el trabajo responsable con la Educación sexual integral y en la capacitación y sensibilización de la violencia sexual padecida en la infancia y adolescencia, para prevenir esta forma de maltrato en la infancia. Y para que las víctimas puedan encontrar caminos de recuperación. Y aunque el dolor no prescriba y deje una huella indeleble, lograr devolverles la dignidad que se les arrebató.
* Sonia Almada es licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.
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