El septiembre del año pasado un grupo de músicos en San Telmo, al advertir que un niño estaba perdido y lloraba con desesperación buscando a su padre, cantaron la pegadiza y viral estrofa “Eduardo venía a buscar a Juan Cruz”. En ese mismo momento, familias y amigos que disfrutaban de su espectáculo musical ayudaban cantando y aplaudiendo. Afortunadamente, a los pocos minutos, apareció el padre y se reencontraron. Pero no siempre es así.
Missing Children Argentina, una Asociación Civil sin fines de lucro, recibe un promedio de cuatro denuncias diarias, teniendo casi 800 denuncias por año de niños y niñas que son buscados. Según esta asociación, hay alrededor de 50 niños desaparecidos en Argentina.
A nivel gubernamental en Argentina existe el Registro Nacional de Información de Personas Menores Extraviadas. Allí se centraliza la información en una base de datos de todo el país sobre niños, niñas y adolescentes de quienes se desconoce el paradero. Tiene como medio de comunicación la línea gratuita 142.
Algunas de las historias que todos recordamos de los niños y niñas que desaparecieron y nunca más fueron encontrados son:
Guadalupe Belén Lucero Cialone, de 6 años, un caso que se mediatizó por días y finalmente quedó en el olvido de los medios. Se desconoce su paradero desde el 14 de junio de 2021, ocurrió en la ciudad de San Luis.
Brisa Aylén Pereyra, de 11 años, fue vista por última vez el 21 de julio de 2015.
Maximiliano Javier Sosa: un pequeño de tan solo 3 años visto por última vez el 21 de diciembre de 2015 en Ceres, Santa Fe.
Bruno Gentiletti tenía 8 años cuando desapareció en el balneario La Florida en la ciudad de Rosario, Argentina. Él y su familia fueron a pasar un día al río y nunca más se supo nada de él. Hace dos años se reactivó la búsqueda y se actualizaron la foto y el monto de la recompensa por más datos.
Sofía Herrera, también de 3 años, desapareció en un camping el 28 de agosto de 2008 en Tierra del Fuego. Por el caso de esta niña se creó el “Alerta Sofía”.
Este es un sistema de alertas que difunde, de manera inmediata, la imagen y la información sobre un niño, niña y/o adolescente que esté desaparecido a través de celulares, redes sociales y medios de comunicación nacionales. Es la versión nacional de Alerta Amber, que surgió en Estados Unidos en 1996 por la desaparición de Amber Hagerman, que tenía 9 años cuando fue secuestrada a plena luz del día en Arlington, Texas.
Otro caso muy mediático a nivel mundial que hasta se realizó hace pocos años el documental que narra los hechos, fue la desaparición de Madeleine McCann.
La niña inglesa, de 3 años, desapareció por la noche cuando dormía en la habitación con sus hermanos el 3 de mayo de 2007, en un departamento en Praia da Luz, Portugal. Sus padres estaban cenando con unos amigos en el restaurante-complejo donde se hospedaban, a unos 50 metros de la habitación de los pequeños.
Los niños y niñas no están perdidos, sino desaparecidos, con el inmenso dolor que nos produce esa palabra por las connotaciones a los crímenes de lesa humanidad que nos evocan la feroz dictadura en Argentina.
Las consecuencias
La psicoanalista Alicia Lo Giudice, directora del Centro de Atención por el Derecho a la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, afirma en relación a los niños desaparecidos por el terrorismo de Estado que, cuando un chico es apropiado, lo hacen desaparecer de un linaje y un sistema de parentesco para obligarlo a pertenecer a otro. Lo familiar se vuelve extraño y lo nuevo familiar es siniestro.
Cuando se secuestra a un niño para cumplir el rol de hijo se busca borrar de manera violenta su origen, arrebatándole sus padres, sus familias y sus vivencias. Se intenta anular su pasado y se le impone una vida nueva, pero las huellas quedan.
Se lo inscribe con un nuevo nombre, un día y lugar de nacimiento fraudulento.
A propósito de los casos de personas que buscan su verdadera identidad de origen se han organizado una pluralidad de organizaciones elevando su voz por este derecho instituido por las Abuelas de Plaza de Mayo, pero resignificado para quienes fueron apropiados por fuera de planes sistemáticos.
En el acto de secuestro y apropiación se violenta, se desconoce y se reniega de la filiación instituida por los padres de origen, afirma Lo Giudice. Esta filiación narcisista tiene la misma matriz de antaño. El niño o la niña secuestrado se convierten en un objeto para los apropiadores que lo arrancan de sus raíces y lo utilizan para lo que les convenga.
¿Quién soy ?
Desde el psicoanálisis pensamos al bebé desde una compleja operatoria de subjetivación.
La familia es el ámbito donde se recibe y desarrolla el cachorro humano y desde donde toma los significantes para comprender el mundo, a sí mismo y formar parte de una comunidad. Precede a su nacimiento una matriz simbólica que habla de él antes de que nazca. Y esta es la función ordenadora de la cultura que lo inscribe de entrada en el lenguaje.
El bebé necesitará del Otro por su indefensión para sobrevivir y convertirse en un sujeto hablante, es decir deseante. Así, el bebé para constituirse subjetivamente necesitará de su mamá, papá o cuidadores porque de ellos obtendrá las identificaciones que le permitan ser.
Aquello que muchos damos por cierto, nuestro nombre, el de nuestros padres, la fecha de cumpleaños y la historia de cómo llegamos al mundo, no es así para quienes les arrebataron su identidad de origen.
La identidad es ser inscripto en el sistema de parentesco, “él es nuestro hijo”, “ella es nuestra hija”. A los niños y niñas desaparecidos se les arrebata esa filiación y se le otorga otra a la fuerza.
Cuando un hijo o hija arrebatado logra regresar a su casa se restituye la identidad. Se restablece al estado anterior, al auténtico, y con ese acto simbólico se devuelve la dignidad de sujeto que había sido arrebatada.
La violencia que implica el secuestro, la sustitución de identidad y la privación de la libertad de un niño o una niña se extiende del sujeto mismo víctima del ataque, a la familia, y a la comunidad.
Este sufrimiento evidencia no solo la vulnerabilidad a la infancia, sino las fallas sistémicas en lograr la seguridad y bienestar.
Convoqué a Marisa Olguín, mamá de Bruno Gentiletti desaparecido en 1997, para cerrar esta nota con una reflexión de sus protagonistas:
“Son 25 años de búsqueda, de muchas veces ya no saber qué hacer, de todos los días pensar qué más hacer para buscarlo. Nunca va a claudicar su búsqueda porque nunca nos vamos a resignar hasta hallar la verdad, hasta que lo encontremos, hasta saber qué pasó con él, qué fue de su vida. Se sobrevive todos los días con eso. Yo siempre digo que tengo cuatro hijos más, que hoy son maravillosos hombres y mujeres, que han tratado de seguir su vida como mejor se podía, pero que Bruno es el que más sufrió porque nosotros estamos juntos y él no. Entonces, más allá del dolor nuestro, siempre priorizamos y pensamos en él, porque así como a nosotros nos fue muy difícil y nos sigue siendo muy difícil, la peor parte la ha llevado él. Porque nosotros, dentro de todo, estamos juntos, como podemos, pero juntos. Cada vez que alguien aparece es gracias a la participación y el compromiso de la gente que contribuyen a la difusión. Así que nosotros dependemos de todos los que siempre nos ayudan a compartir esas fotos que uno sube, esas búsquedas, porque los datos siempre llegan a partir de la gente, siempre”, concluyó la mamá de Bruno.
*Sonia Almada: es Licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Participa como divulgadora de temáticas de infancias y juventudes en diferentes medios de comunicación. Fundó en 2003 la asociación civil Aralma desde donde impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de La niña deshilachada, sobre prevención de las violencia sexual en la infancia; Me gusta como soy, sobre prevención del acoso escolar de literatura LIJ y " La niña del campanario " una obra de no-ficción.
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