La pobreza en la infancia no es una variable solo numérica, sino una “condena” para el resto de la vida de los individuos que la padecen y para la sociedad. La deficiencia nutricional tiene consecuencias directas e irreversibles en el desarrollo neuropsicológico, base orgánica del comportamiento.
La desnutrición infantil ya no es algo que ocurre en lejanos países, sino que está presente, desde hace décadas, en Argentina. Las consecuencias para el desarrollo del individuo son significativas y en particular en su desarrollo neurológico. A su vez, estas inciden no solo sobre esos seres abandonados sino en toda la sociedad y es el coto, no únicamente social, sino básico a la riqueza en el sentido más clásico de un país. Abordar esta emergencia en salud, parece de tal magnitud que se la da por perdida. Estas secuelas y consecuencias no dejarán de ser progresivamente ominosas para nuestra sociedad.
El 25 de Mayo, dentro de los actos de conmemoración de la fecha patria, todos los años se celebra la misa y el tedeum, en el cual tradicionalmente el arzobispo de Buenos Aires se dirige a la feligresía católica. Pero también es un mensaje a todo el país en el que trata el tema que considera de mayor actualidad o urgencia. El tema que este año Mario Aurelio Poli abordó fue la pobreza, en particular la que afecta a la población infantil. Así se expresó:
“No puedo dejar de mencionar, como demuestran recientes estudios de campo, la sensible desigualdad que existe en un amplio sector de la población más vulnerable. Es de información pública que seis de cada diez niños, niñas y adolescentes argentinos son pobres y ese porcentaje se visualiza más crudamente si consideramos que alcanza a 8.200.000 menores de edad, de los cuales hay más de 4.200.000 con carencias alimenticias”.
Monseñor Poli, quien al día siguiente en función de su edad dejó su cargo en manos de alguien que conoce muy bien y de cerca el tema de la pobreza, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, hacía referencia a varios informes recientes sobre la pobreza en la infancia. Uno de ellos fue el tradicional emitido desde el Observatorio para la Deuda Social de la UCA y varios informes de la CEPAL. En los cuales, en el de 2022, se muestra cómo la pobreza ha aumentado respecto a los índices prepandemia y sigue creciendo.
Un informe también reciente de la UNICEF (“La Pobreza en Niños, Niñas y Adolescentes en la Argentina Reciente” ), muestra que en nuestro país 6 de cada 10 niños se encuentran en situación de pobreza. En el informe, vemos cómo la Argentina está entrando en una zona a la cual hasta hace años no pertenecía.
Finalmente, en días previos a esa homilía, un informe del propio INDEC da cuenta de la misma situación, la cual no solo han desglosado por franjas etarias, sino por zonas geográficas y así encontraron algunas donde esta situación en la infancia es del 60% en esa franja y la indigencia del 25 %.
Todos estos son números y, sin duda, alertaron a monseñor Poli al punto de centralizar su discurso en ello, pero de alguna manera representan una realidad a la cual como sociedad nos hemos acostumbrado y, por razones explicables desde la psicología social y experimental, la sociedad niega. Las vuelve ciegas a pesar de verlas en todas las ciudades de la Argentina con menores en situación de calle, pero ¿qué representa esto en términos ya no solo de salud en general, pero de salud mental en particular?
Pobreza y desnutrición
El costo que representa en todos los órdenes para una sociedad, y las cadenas de interminables consecuencias, por ejemplo en la economía, lo hemos mencionado en un artículo previo sobre el costo que implica no ocuparse de la salud mental.
Desde el campo académico la relación evidente entre pobreza y desnutrición ha sido objeto de infinidad estudios académicos, notablemente como el de Siddiqui y Col.
De la misma manera que conocemos las etapas evolutivas y participamos de ellas, por ejemplo, cuando abordamos el (falso) debate sobre edades de maduración o de autonomía y más recientemente en el consentimiento en situaciones relativas a la sexualidad, estamos hablando de un cuerpo, pero en particular de un sistema nervioso en crecimiento y desarrollo con una alta demanda de nutrientes básicos.
Esta demanda no es solo un adecuado monto calórico, sino proteínas, grasas y diversos elementos básicos para la formación de las estructuras implicadas que, sin ellos simplemente no solo no tendrá incremento en variables externas visibles, como por ejemplo la pondoestatural (crecimiento cualitativo y cuantitativo del peso y la altura), sino también en el sistema nervioso.
La etapa más sensible en el desarrollo es entre la mitad de la gestación y los dos años. No solo el encéfalo resultará de menor masa (peso), sino que se observa por ejemplo, una disminución en el crecimiento dendrítico, menor mielinización, por la menor producción de la glía, las células de sostén que producen la mielina el tejido protector de los nervios.
Esas etapas de crecimiento necesitan de estructuras encefálicas maduras, mielinizadas, desarrolladas en condiciones para poder cumplir su función. Así, la alteración en variables cognitivas, pero también comportamentales, o en el lenguaje, y en la adquisición de todas las capacidades necesarias, en los comportamientos, la cognición, el lenguaje, entre otros aspectos, se ven impedidas., Y luego las consecuencias ya son visibles en el resto de la vida.
Así, por ejemplo, en algo que se visibiliza desde áreas no médicas como en el comportamiento social, la marginalidad en la incapacidad para la incorporación de valores morales, de la empatía, de la de límites, de frenos inhibitorios, de tolerancia a la frustración y del otro como tal, no se hacen solo con una formación educativa y familiar o social, sino sobre un indispensable sustrato orgánico.
Por más que entrenáramos físicamente, si no existe un tejido osteomuscular acorde nadie podría desarrollar capacidades motoras. Sin esas estructuras como, por ejemplo, la amígdala o el hipocampo, o las zonas de la corteza que son asociativas, es difícil implementar un simple plan educativo. Mucho menos una introyección de valores que consideramos indispensables para la vida en sociedad.
Al mismo tiempo, esa carencia alimentaria se articula con una desnutrición que algunos han llamado como el doctor Diego Brage (h), especialista en neurología de la infancia, “disnutricion”, haciendo referencia a la incorporación de ingestas que no solo no cubren requerimientos básicos sino que en definitiva puede resultar hasta tóxicas.
Vemos todos los días niños ingiriendo restos de los contenedores y de alguna manera incorporamos que eso puede ser un sucedáneo, posible (“al menos es algo”), a la alimentación adecuada ausente, no incorporando el aspecto incluso de su toxicidad.
Por último, el consabido incremento del consumo de sustancias directamente tóxicas, como el alcohol y todo tipo de drogas, por vía directa, como alternativa incluso calórica, así como la secundaria en infantes aún alimentados a pecho, por madres que son a su vez consumidoras, ya que son tan solo las mismas niñas que han crecido y ahora son madres.
Decíamos en la nota de referencia que Paul Greenberg, en su estudio sobre impacto económico de la depresión, señalaba junto con diversas notas, por ejemplo en The Economist, aunque sin mencionarlo, algo que hace a la necesidad egoísta del altruismo o de simplemente incorporar el bienestar del otro como esencial al propio, y era que en este caso la depresión le costaba a su país (Estados Unidos) muchísimo más que lo que debería gastar, en realidad invertir, en prevenirla.
En el caso de la consecuencias de la desnutrición y la afección al crecimiento del sistema nervioso y al de la estructura psíquica del individuo, la tasa de morbilidad respecto a la salud mental, los números son tan importantes como difícil su medición. Sin embargo, los vemos todos los días, no necesitamos estadísticas.
El error del planteo es similar al de toda la prevención, debido a nuestra precariedad económica y social, es casualmente que no podemos evitar ocuparnos o gastar, si algunos políticos creen que esa es la palabra, en prevenir, o anticiparnos y de forma más llana en ocuparnos, de esos niños que serán adultos en muy poco tiempo y que, en algunos casos, cambian radicalmente la estructura de la sociedad. No hay nada que se pueda hacer después, cuando ya es definitivamente tarde.
Solo nos queda, así sea en razón de nuestro propio y egoísta interés, ser compasivos, ocuparnos del prójimo.
Quizás ese era el mensaje de la homilía.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster (MN 63406) se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista
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