La violencia por motivos de género se conceptualiza como una forma de violencia que afecta gravemente a mujeres y personas LGBTI+. Y se materializa en maltrato físico, financiero, psicológico o sexual, discriminaciones, difamaciones, insultos y amenazas.
Quienes ejercen la violencia de género, los agresores, consideran que sus víctimas no tienen sus mismos derechos mínimos, como son la libertad, el respeto y la capacidad de decisión. Desde hace algunos años, esta situación está dejando de ser considerada como un tema privado para ser comprendida como una problemática social que puede ser prevenida, aunque estemos muy lejos de lograrlo.
El maltrato contra la infancia es definido como cualquier acto por acción, omisión o trato negligente, de carácter no accidental, realizado por individuos, por instituciones o por la sociedad en su conjunto, y todos los efectos derivados de estos actos o de su ausencia, que priven a los niños de su libertad o de sus derechos correspondientes, o que dificulten su óptimo desarrollo.
Los niños y niñas son víctimas directas del maltrato familiar y la violencia de género por ser los testigos de piedra. Los hijos e hijas de las mujeres maltratadas son receptores directos de la violencia contra sus mamás, aunque ellos directamente no hayan recibido ni un solo golpe. Sin embargo, en la mayoría de los casos, también los reciben.
Los niveles de angustia, temor e inseguridad que producen las escenas de violencia dentro del hogar lesionan fatalmente el psiquismo infantil. Esto se traduce en trastornos físicos y psicológicos, como terrores nocturnos, enuresis (incontinencia nocturna), alteraciones del sueño, cansancio, problemas alimentarios, ansiedad, estrés, depresión. En ese sentido, Save the children asegura que los niños y niñas no son víctimas sólo porque sean testigos de la violencia entre sus padres, sino porque “viven en la violencia”.
Cuando el papá empezaba a gritar, Matías sabía lo que se venía. Se sentaba bien apretadito contra la pantalla de la computadora. Su pecho quedaba pegado al filo del escritorio. Se colocaba con el volumen muy alto en los auriculares y empezaba una partida del juego Minecraft. Allí debía juntar recursos y crear cosas para sobrevivir en un lugar oscuro, lleno de animales salvajes, zombis, y enormes arañas espeluznantes. No era que no escuchara los golpes y el llanto, solo que no podía hacerle frente a tanto.
Jugaba sin aliento hasta que su mamá le tocaba la cabeza, eso significaba que todo había terminado. Por la noche, indefectiblemente y por más que tomara todos los recaudos antes de dormir, como ir la baño o no tomar agua dos horas antes, se le escapa el pis.
Las agresiones de una figura primordial de referencia en su desarrollo (el padre o el padrastro) se toman muchas veces como modelo, sobre todo en etapas de crecimiento y desarrollo madurativo, y interiorizan estos comportamientos en los diferentes roles: agresor, agredida. Crecer en el miedo que puedan pegarle o asesinar a tu mamá, provoca traumatización.
Hablo aquí de un trauma complejo. Una experiencia dañina que invade el mundo de la víctima y erosiona algunos aspectos internos; los cuales están muy relacionados con la personalidad, y concretamente con la identidad. El acontecimiento provoca un desorden interno, especialmente problemático cuando el daño es ejercido por cuidadores o figuras representativas afectivamente para la víctima y trae consigo una continua y profunda sensación de desamparo y vacío.
Los trastornos y problemas psicológicos y sociales que presentan estos niños son similares a los que manifiestan sus madres, como víctimas de violencia de género. Los hijos e hijas criados bajo la violencia de género viven de forma continuada y prolongada situaciones de abuso de poder, humillaciones, y agresiones de todo tipo; experiencias que les marcarán en su desarrollo, personalidad, comportamiento y valores en la edad adulta.
De esta manera, se aprende el mundo y las relaciones vinculares de forma inadecuada. El niño y la niña atribuye un significado sostenido en la lógica del amo y el esclavo a las relaciones entre géneros y muchas veces en la vida adulta se repiten estos patrones sexistas y patriarcales y el círculo vuelve a comenzar.
Los hijos e hijas de las mujeres víctimas de la violencia de género son víctimas invisibilizadas y por ello necesitan la atención, el apoyo y protección tanto de sus familias como de todos los profesionales inmersos en el contexto social, psicológico, sanitario y jurídico de intervención.
Una deuda enorme que tenemos en Argentina con respecto a la infancia, es pensarla como víctima de diferentes violencias para poder atenderla y prevenirla. Crear conciencia sobre las consecuencias de la violencia intrafamiliar y la violencia de género es una tarea ineludible. Con ello me refiero a que son fundamentales las campañas de prevención, intervención y capacitación en todos los niveles. Además, los sistemas de salud, servicios sociales, educación y Justicia, y fuerzas policiales debieran estar capacitadas para que puedan comprender, alojar y detectar esta forma de violencia invisibilizada.
* Sonia Almada es licenciada en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Magíster Internacional en Derechos Humanos para la mujer y el niño, violencia de género e intrafamiliar (UNESCO). Se especializó en infancias y juventudes en Latinoamérica (CLACSO). Fundó en 2003 la asociación civil Aralma que impulsa acciones para la erradicación de todo tipo de violencias hacia infancias y juventudes y familias. Es autora de tres libros: La niña deshilachada, Me gusta como soy y La niña del campanario.
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