Desde el inicio de la pandemia por COVID-19 se desarrollaron numerosas investigaciones relacionadas con el virus, específicamente sobre sus características infectológicas, epidemiológicas, y sobre cómo dar respuesta a la crisis sanitaria que su surgimiento desató.
Como una ola, que cuando baja deja ver la orilla nuevamente, a medida que la emergencia lo fue permitiendo, los especialistas no tardaron en poner la lupa en la salud mental de las personas, y cómo la pandemia, las cuarentenas, las restricciones a la movilidad y la imposibilidad de socializar estaba afectando este aspecto no menor de la salud integral.
Puntualmente los niños y los adolescentes, que se vieron obligados a dejar no sólo las clases presenciales sino todas las actividades extraescolares, deportivas y sociales que realizaban vieron perjudicado su estado de ánimo, en una etapa de la vida en la que el contacto con los pares es clave.
Pero, ¿cuál fue el real impacto de la pandemia en la salud mental de los más chicos? Y lo más importante: ¿Cuál es la mejor manera de abordar estas problemáticas para su pronta resolución?
“La estadística que tenemos es la de consultas en la central de emergencias pediátricas, no de consultorios externos. Si comparamos 2019 con 2021 el aumento es del 54% y siguió aumentando en lo que va del año”. La que planteó a Infobae el panorama de situación es la médica psiquiatra infantojuvenil Gisela Rotblat (MN 111.628), quien describió que “los motivos de consulta más frecuente son las idas de muerte, que duplicó la incidencia; los intentos de suicidio, que se triplicaron; las crisis de angustia, que se duplicaron, y los trastornos de conducta alimentaria, que quintuplicaron sus casos”.
Según la jefa de psiquiatría e interdisciplina del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano de Buenos Aires, “en general, los trastornos de conducta alimentaria son la punta del iceberg: hay que ver el cuadro psicopatológico que está debajo, que en la mayoría de los casos son trastornos del estado de ánimo”.
En sincronía con ella, el médico psiquiatra del Departamento Infantojuvenil de Ineco, Fabián Triskier (MN 75.680), sostuvo que “aunque no hay datos oficiales recolectados de manera global, existe una coincidencia en diferentes servicios de salud mental y en profesionales que trabajan en sus consultorios que reportan un incremento en las consultas de adolescentes”.
Consultado sobre cuál es la causa de este fenómeno que dejó la pandemia consideró que “son múltiples”. “Tenemos que tener en cuenta que la adolescencia es un período de profunda reorientación social, con una alta sensibilidad a la mirada y aceptación de sus pares y una alta vulnerabilidad a la vivencia de ser rechazados -comenzó a analizar el especialista-. Por otra parte, es una etapa en la que el cerebro presenta cambios importantes, muchos de ellos influenciados por el contexto. Diferentes trabajos publicados desde hace más de 20 años han mostrado que al menos un 50% de las personas adultas que presentan trastornos de su salud mental refieren el inicio de los mismos alrededor de los 14 años”.
Para él, “sin duda, los efectos de la pandemia pueden haber impactado en la salud mental de las y los adolescentes, ya sea por la muerte de seres queridos, el deterioro de la situación económica de sus familias, el aislamiento obligado, la pérdida de vivencias propias de la edad, las alteraciones en el ritmo de sueño, entre otras han impactado en la salud de muchos, aunque la mayoría han mostrado una extraordinaria resiliencia”.
Sin embargo, según evidenció Triskier, “algunos indicadores de incremento de alteraciones en la salud mental, especialmente en chicas adolescentes muy jóvenes se venía evidenciando en estudios realizados en el norte de nuestro continente y en el Reino Unido. La denominada ‘crisis de la salud mental adolescente’ no parece ser un fenómeno local sino que se repite en diferentes sociedades con características muy diferentes”.
- ¿Cuál es la franja etaria donde más lo nota?
- Rotblat: El servicio es de 0 a 17 años, y el mayor incremento se dio en la franja de 13 a 17. En genera,l el sexo femenino predomina en las consultas. En los varones se observan síntomas depresivos que no ingresan por guardia.
- Triskier: En los últimos años se ha evidenciado un incremento de los trastornos de ansiedad y de desregulación emocional, con autolesiones con y sin intencionalidad letal en chicas muy jóvenes.
Al respecto, la psiquiatra infantojuvenil Andrea Abadi (MN 76.165) señaló que “particularmente post pandemia, se nota un aumento de conductas de restricción alimentaria, conductas del estado de ánimo o auto injurias en adolescentes y en púberes muy pequeñas de 12 o 13 años, que en otro momento aparecían en edades más tardías”. Para ella, “es posible que esto se deba a una cantidad de cambios que tienen que ver con cuestiones sociales que hacen que el contexto sea por momentos más hostil, la exposición en las redes , etc. Esto puede hacer que se evidencien cuestiones biológicas que en otro momento aparecerían más tarde”.
Sin embargo, en opinión de la directora del Departamento Infantojuvenil de Ineco, no debe perderse de vista “que la adolescencia no solo es una etapa conflictiva en sí misma, sino también es la etapa de la vida donde comienzan a aparecer gran parte de las patologías que se van a expresar fuertemente hacia la adultez”. “En ese sentido, nos referimos a todo lo que tiene que ver con procesos del estado de ánimo, trastornos psicóticos, trastornos de personalidad los cuales se terminan de expresar e instalar en esta etapa de la vida. Por ende, no es extraño pensar que sea una etapa de alta necesidad de atención”.
Las problemáticas que más se incrementaron
En la mirada de Abadi, “si se observan las estadísticas, claramente hay una mayor incidencia o una mayor demanda para tratar adolescentes o jóvenes con trastornos del ánimo o con trastornos de ansiedad. Esto es algo que ha empezado a aparecer con mayor fuerza en estos últimos tiempos”.
“A pesar de ello, no podemos solamente decir que hay un aumento de prevalencia, también hay una crisis en todo el sector de salud mental, en nuestro país sino y a nivel mundial”, enfatizó la especialista, para quien “posiblemente a medida que aumenta la psicoeducación y a partir que los padres están más en contacto con sus hijos, se genera un aumento de la demanda explícita en los diferentes consultorios”.
Rotblat agrupó las problemáticas que más crecieron en el último tiempo en cuatro categorías: trastornos del estado de ánimo, ansiedad, fobias y trastornos de conducta alimentaria.
Por trastornos del estado de ánimo entendió “estados anímicos que se caracterizan por desgano, irritabilidad, tristeza, tendencia al aislamiento, pensamientos negativos acerca de sí mismo y acerca del futuro, que puede cursar con alteraciones en el sueño -ya sea por más o menos-, alteraciones en la alimentación, descenso en el rendimiento académico y la capacidad de concentración y en algunas ocasiones con ideas de muerte y conductas autolesivas”.
En segundo término, “la ansiedad es un síntoma transversal a una gran cantidad de cuadros psicopatológicos -aseguró la especialista del Hospital Italiano-. Está presente en múltiples de ellos y se caracteriza por un intenso malestar, preocupaciones frecuentes acerca del futuro, dificultades en la concentración, deterioro del rendimiento académico (estas últimas las comparten casi todos los cuadros), muchas veces aparecen síntomas somáticos como dolores de cabeza o panza recurrentes. Se caracteriza por una preocupación persistente y constante. Muchas veces cursa con inquietud”.
“Los estados constantes de ansiedad determinan una disminución del estado anímico”, destacó.
Respecto a las fobias, las describió como “un miedo intenso muchas veces injustificado desde el punto de vista racional; el paciente es consciente que no le va a pasar nada pero no puede enfrentar cierta situación”. “Lo que se empezó a ver mucho después del periodo de aislamiento es chicos que presentaban dificultad para retornar al ámbito escolar de manera presencial -señaló Rotblat -. Las escuelas se han tenido que amoldar a la aparición de este tipo de problemáticas de manera más frecuente y hacer modificaciones para que los chicos no pierdan el año, aunque sabemos que nada se compara con una jornada académica presencial, donde no sólo se aprenden contenidos académicos sino que juegan un rol preponderante los vínculos. El trabajo en el domicilio lleva a un empobrecimiento funcional del adolescente”.
Por último, los trastornos de conducta alimentaria “se caracterizan por un intenso malestar en relación a la propia imagen corporal y determinadas conductas alimentarias particulares tendientes a lograr una imagen deseada”.
Y tras asegurar que ese es el patrón en la gran mayoría de los casos, aseguró que “hay otros casos que tienen que ver con los trastornos de evitación de la ingesta de alimentos, que sería que no pueden alimentarse adecuadamente pero la causa no es la distorsión de la imagen corporal sino otros motivos como miedo a ingerir; no incluye una preocupación por la imagen”. Este tipo de trastornos “en general se presenta en chicos más pequeños y hay que hacer una evaluación exhaustiva para ver qué es lo que está sucediendo, ya que la causa aquí no es la distorsión de la imagen sino un cuadro anímico que hay que tratar haciendo una evaluación del paciente y de su situación socio ambiental”.
El factor predisposición y la pandemia como disparador
En este punto, Rotblat sostuvo que “hay personas que presentan mayor vulnerabilidad a desarrollar problemas de salud mental, ya sea por predisposición genética o factores socioambientales presentes y pasados, esto es, tener una red de poco sostén, dificultades a nivel de la sociabilidad, una madre o padre con antecedentes de depresión son circunstancias que hacen que alguien sea más vulnerable y tenga menos recursos psíquicos para afrontar una situación adversa”.
“La pandemia fue una situación adversa donde se vivió mucha incertidumbre, cambios drásticos en el modo de vivir que hicieron que las personas con menos capacidad de adaptación tengan predisposición a desarrollar cierta problemática -analizó-. En este caso fue el COVID y la crisis que desató, pero pudo haber sido otro evento desencadenante”.
Una vez hecho el “click”, en este caso a causa de la emergencia sanitaria global, hay algunas señales que quien vive con una persona con problemas de salud mental podrá observar para efectuar la consulta profesional de manera oportuna.
En el caso de los adolescentes, según Rotblat, “las señales muchas veces no son claras ya que ellos de por sí intentan no compartir con los padres lo que les sucede”.
Y si bien destacó que “los síntomas están relacionados a cada problemática”, aseguró que “en líneas generales puede decirse que si un padre observa mayor encierro, irritabilidad, aislamiento, que el joven usa todo el tiempo ropa que tape el cuerpo con intención de que no se le vean los brazos, o bien ropas muy grandes, cambios en la alimentación o en el sueño, cambios en la capacidad y la iniciativa de socialización y en el rendimiento académico es aconsejable consultar con un especialista”.
Triskier coincidió: “Podrían enumerarse algunas señales como el aislamiento extremo, los cambios en el carácter, la persistencia de cambios del ánimo que puede ser tanto de tristeza como de irritabilidad, los cambios en el apetito y en el sueño, las dificultades para concentrarse y fundamentalmente la idea de muerte o las autolesiones”.
“Cuando un padre ve que hay un quiebre y siente que su hijo no es el mismo amerita buscar ayuda”, completó Rotblat.
La buena noticia es que, según explicó la especialista del Hospital Italiano, “la niñez y la adolescencia son etapas en las que el aparato psíquico está en plena transformación, con lo cual los diagnósticos son necesarios para encarar el tratamiento adecuado, pero éstos se escriben con lápiz”.
“En la mayoría de los casos los cuadros son reversibles, en todos los casos son tratables pero lo que sí se puede afirmar con rigor de verdad es que la detección precoz y el tratamiento adecuado va a mejorar el pronóstico”, agregó.
Suele decirse que el reconocimiento del problema representa gran parte de la solución. Y esta no es la excepción. “Reconocer el padecimiento de las y los jóvenes, abrir un espacio en el que puedan expresar sus emociones sin ser juzgados y validando su malestar, evitando comentarios de desvalorización, moralización o estigmatización y consultar a un o una profesional de salud mental” es para Triskier la mejor manera de abordar estas cuestiones.
En la misma línea, Rotblat agregó: “El primer paso para superarlo es saber que hay un problema. Tratar de generar un espacio de confianza empática con el adolescente sin que se sienta juzgado, que sienta la confianza de poder decir qué le pasa, y como padres poder escucharlo sin apresurarse a dar una respuesta y claramente acudiendo a un especialistas en niños y adolescentes”.
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