Aunque en Ciudad de Buenos Aires y Provincia de Buenos Aires el barbijo no es obligatorio en el ámbito escolar, muchos alumnos siguen utilizándolo, tanto en las aulas como también en los patios o lugares al aire libre dentro de las instituciones educativas.
Ya sea como un acostumbramiento, una medida de prevención contra el coronavirus recomendada por sus padres o una rebeldía propia de la adolescencia, los barbijos siguen siendo protagonistas excluyentes en el ámbito escolar aunque semanas atrás el Ministerio de Educación porteño dejó sin efecto la obligatoriedad de su uso y desde el 7 de abril hizo lo mismo su par bonaerense.
Hasta el 21 de marzo, solo estaban exentos de utilizar la mascarilla en clase los chicos de jardín y los alumnos de hasta tercer grado en CABA. Luego, la flexibilización alcanzó a todos los grados de primaria y a la secundaria. El anuncio llegó después de meses de reclamos de los Padres Organizados. El colectivo llegó a solicitar acceso a la información pública al Ministerio de Salud porteño, que al final nunca compartió la evidencia que respaldaba la necesidad de que los chicos usen barbijo en las aulas.
Mendoza y Tierra del Fuego son las otras provincias en las que no es obligatorio el barbijo. El ministro de Educación nacional, Jaime Perczyk habilitó a que otras provincias también adopten la medida: “Desde ahora, cada jurisdicción educativa podrá tomar la decisión de utilizarlo o no, en línea con lo que decidan sus ministerios de salud”, señaló el 18 de marzo.
“Veo una diferencia significativa entre los más chicos y los más grandes en cuanto al uso de barbijo en el colegio. Los más chicos lo siguen usando, yo creo que por pedido o mandato de sus padres. En primer año del secundario lo usan bastante. Podríamos pensar que tienen más conciencia de cuidado por sus familiares y amigos. Y a partir de los 15 años no lo usan tanto”, explicó a Infobae Carolina Perkins rectora del colegio Nuestra Señora de la Misericordia, de Recoleta.
“Igualmente, también estamos viendo casos de chicos más grandes que no quieren sacarse el barbijo incluso en lugares al aire libre o a la hora de almorzar, donde se los observa como comen, corriéndoselo para llevar la comida a la boca y luego lo vuelven a usar con normalidad. Cuando presenciamos cosas así nos comunicamos con sus padres y también volcamos las herramientas con las que dispone el colegio a nivel psicológico o psicopedagógico para ayudar a ese alumno”, precisó Perkins que tiene a su cargo a 600 chicos en los tres niveles, de los cuales 182 concurren al secundario.
La rectora observa que los alumnos más grandes también son los que más problemas mentales manifiestan como consecuencia de esta pandemia por coronavirus. “Yo creo que debería haber una política pública que se ocupe de las consecuencias que dejó la pandemia en los alumnos, especialmente los de la secundaria. Hay consecuencias significativas. Hay chicos con problemas psicológicos, alimenticios, que utilizan sustancias nocivas para el cuerpo. Hay chicos con carpeta psiquiátrica que no existía antes de la pandemia”, aclaró.
Hoy la psicopedagogía o psicología no está subvencionada por las autoridades educativas, pese a que es un reclamo que hace Perkins todos los años al Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires a través de la declaración jurada Sinigep ante la Dirección General de Educación de Gestión Privada, organismo que tiene la responsabilidad de administrar, supervisar y acompañar el universo de las escuelas de gestión privada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires conforme con las políticas del Ministerio de Educación.
“No hay equipos interdisciplinarios que se ocupen de la salud mental para los alumnos de los colegios, salvo que el propio colegio contrate a los profesionales como es nuestro caso. Esperemos que este año la concedan porque si el alumno no está emocionalmente preparado y equilibrado para estudiar, se le hace muy difícil continuar en el colegio y esto favorece la deserción escolar”, concluyó Perkins.
En diálogo con Infobae, la doctora Celeste Celano (MN 127066), jefa de Pediatría del Sanatorio Modelo de Caseros, explicó que están viendo que a partir de la nueva disposición del uso optativo de barbijos en las escuelas, muchos son los chicos de los primeros años de la secundaria que todavía los usan. Más que aquellos que están en grados superiores. “Vemos que hay papás que recomiendan y hasta obligan a los chicos a usarlo y vemos también a muchos de ellos que se han acostumbrado tanto a usarlos, que les es difícil que se los saquen de forma natural. Es como si lo tuviesen ya incorporado luego de dos años de usarlo”, afirmó Celano.
“Por lo general, la mayoría optó por dejar de usarlo. Pero todavía hay una importante cantidad de chicos que los siguen usando. Vemos también que otros se quedaron con miedo. Los chicos se asustan mucho cuando se enferman y también quedaron sensibles por ver familiares enfermos de COVID-19. El uso de barbijo en la escuela opera como una forma de protección, que es donde más inseguros se sienten al estar fuera de su casa y con mucha gente al lado. También los más chiquitos, que ya crecieron con este elemento en la cara, a veces les cuesta desprenderse del mismo dos años después”, indicó Celano.
Y agregó: “El hecho de que los jóvenes o chicos más grandes no lo usen tanto es que no veían la hora de sacárselo de encima. En los más chiquitos se ve que les cuesta desprenderse del barbijo. Mientras sea optativo yo estoy de acuerdo en que se pueda usar. Es un elemento que nos previene del COVID y cualquiera otra enfermedad respiratoria. Es un factor protector enorme. Todavía no sabemos bien a que nos vamos a enfrentar en esta pandemia. Igualmente hay muchos casos en los que carece de sentido el usarlo, como cuando se hace actividad física”.
Marité Ferrari, licenciada en sociología y psicología explicó a Infobae que la población adolescente fue la más afectada y complicada en la pandemia. “Justo en un momento de la vida donde el cuerpo está cambiando, donde se busca una pertenencia de grupo, se desafían los límites, se busca salir del entorno endogámico familiar y se construye la personalidad, llega la pandemia para millones de adolescentes, que también debieron cortar lazos de contacto, de apego, de relacionamiento con sus pares debido a la larga cuarentena”, precisó la experta docente en formación de posgrado.
Y agregó: “El adolescente también debió vivir empujado y presionado por estar aislado para preservar la salud en su entorno familiar. En toda familia hay un adulto mayor, una persona enferma o con alguna comorbilidad que tenía mayor riesgo de mortalidad ante el coronavirus. Por eso se le restringía el contacto o se lo obligaba a usar barbijo todo el tiempo”.
“Por otro lado, y en otro plano el barbijo sirve para ocultar situaciones complejas. Hay todo un duelo del cuerpo infantil que sufre el embate hormonal. Cuestiones como el acné y también el cambio en los rostros ya sea por estar más flacos o gordos, pesan en los adolescentes. El barbijo es un modo de esconder una cuestión crítica con su propio cuerpo Si se ven gordos, flacos, con granos, o con facciones diferentes. Hay toda una cuestión estructural que genera una cuestión de ocultamiento”, afirmó Ferrari.
Para la especialista en psicología y sociología, el tema de la escolaridad no solo es una cuestión educativa, sino también social y psicológica. “Nos cuesta mucho volver a poner el cuerpo en juego. Volver a la presencialidad. A los profesionales nos cuesta que los pacientes vuelvan al consultorio. El barbijo tapa las expresiones de la cara. Si bien queda la mirada, se resta la gesticulación de la boca. Se oculta el cuerpo en todo sentido. Oculto como me siento también. Te robotiza bastante. Se pierde la gestualidad y expresividad. Por eso es importante prestar mucha atención en cómo los chicos y adolescentes atraviesan la actual pandemia y actuar. La escuela debería ser un lugar de captación del problema para luego derivarlo al ámbito sanitario”, concluyó Ferrari.
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