Bien sabido es que las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte en los países en desarrollo, por lo que conocer y actuar sobre los factores de riesgo será fundamental para la prevención de este tipo de eventos, que muchas veces se pueden evitar.
En este sentido, un concepto que actualmente se utiliza para entender cómo la asociación entre los factores de riesgo, el medioambiente y el estilo de vida de una persona impactan de manera directa en la salud de las arterias es el de envejecimiento vascular precoz, descripto por primera vez por el sueco Peter Nilsson en 2008.
Más conocido como EVA por el término en inglés “early vascular aging”, la idea hace referencia al envejecimiento arterial, que no es más que el efecto del paso del tiempo en las arterias, que en algunas personas puede darse de manera prematura.
“Las arterias pueden irse dañando con rigidez, en forma difusa o con depósitos de ateromas o placas de colesterol en forma focalizada”, comenzó a explicar a Infobae el médico cardiólogo y epidemiólogo clínico Fernando Botto, miembro del Comité Ejecutivo del grupo científico regional e internacional Estudios Clínicos Latino América (ECLA) y jefe de Investigación Clínica del ICBA, Instituto Cardiovascular. “El envejecimiento vascular precoz sería un desfase entre la edad cronológica y la edad biológica de las arterias -ahondó el especialista-. Mediante estudios de la rigidez y de la presencia de placas de colesterol es posible determinar que una persona, por ejemplo de 40 años, tiene sus arterias como si tuviera 60, lo que significa que tiene una edad arterial mayor que la que le corresponde para su edad cronológica”.
Y tras asegurar que “por supuesto que el envejecimiento arterial precoz, de alguna manera aumenta los riesgos cardiovasculares”, Botto sostuvo que “diagnosticada esta situación, debieran instaurarse las medidas de prevención cardiovascular que correspondan con mayor energía, convicción, y tratando de lograr que las arterias enlentezcan su tasa de envejecimiento, que es más acelerado, a uno más normal y de esa manera retrotraer la edad de las arterias a la cronológica”.
“No es ningún descubrimiento moderno, sino que se trata de generar un concepto que es, ha sido y será la base de la prevención cardiovascular”, insistió el experto, para quien “desde siempre en cardiología, a través de medicamentos, dieta, ejercicio, etc. se busca abortar o enlentecer los procesos que generan los factores de riesgo como eje de la prevención cardiovascular”.
Además, para prolongar la sobrevida y bajar los riesgos vasculares, según Botto, “cualquier persona promedio, con su tasa de envejecimiento vascular normal o inclusive lento por supuesto que aplicar las medidas de prevención cardiovascular también le será de gran ayuda; no es que hay que detectar el envejecimiento precoz para hacer prevención. Prevención tienen que hacer todos, lo que pasa es que la medicina debiera enfocarse en buscar intensamente a estas personas que arrancan con estos procesos precozmente y que pueden tener eventos a una edad mucho menor”.
El origen de todos los males
Para entender de qué manera los mecanismos fisiopatológicos de los diferentes factores de riesgo interaccionan para dañar la salud de las arterias, Botto explicó que “hay que tener presente dos situaciones, que son la disglucemia (que es el trastorno del metabolismo de las azúcares e hidratos de carbono, que en el tiempo puede terminar en diabetes) y la adiposidad (que es el exceso de depósito de tejido graso como ocurre en la obesidad y el sobrepeso que también pueden terminar en diabetes)”.
“Estos dos fenómenos tienen en común algo que se empieza a desarrollar previamente en ambos y que se llama resistencia a la insulina -continuó el experto-. Este término es uno de los inicios de parte de las enfermedades cardiometabólicas, y entre ellas tenemos que incluir a la dislipidemia (el trastorno de los lípidos, entre los que se incluye el colesterol y los triglicéridos) y la hipertensión arterial”.
Entre estas cuatro patologías, a las que se suman obviamente la obesidad y la diabetes se configura lo que se llama síndrome metabólico, “que eleva el riesgo cardiometabólico y como todo esto está interrelacionado, de aquí se desprende la idea de que no se puede tratar uno de estos factores sino que se debe intervenir sobre todos para romper el espiral”.
En cuanto a los objetivos terapéuticos para tratar estos factores de riesgo, en relación con la presión arterial, “para la Sociedad Europea hay que bajarla de 14/9, en tanto para la Americana debe estar por debajo de 13/8 pero en general el consenso apunta a mantenerla por debajo de esos valores en quienes son hipertensos”, destacó Botto.
Respecto del colesterol, “en prevención primaria, que se llama a quienes nunca tuvieron eventos ni trastornos cardiovasculares previos se diría que por encima de 130 es alto, por debajo de 130 hasta 100 está en el límite y para cualquier persona que desee hacer prevención debiera buscar un colesterol deseable menor de 100, siempre hablando del LDL o colesterol malo”, sostuvo el especialista, para quien “si se habla de pacientes que ya tienen historia de enfermedad cardiovascular, el objetivo del colesterol es lo que se llama óptimo, que tiene que ser de 70 o menos para el primer evento”.
“Por supuesto que una persona en prevención primaria en lugar de buscar 100, podría acercarse a un colesterol óptimo de 70 o menos -apuntó-. Y ya la Guía Europea sugiere que si se tiene un segundo evento coronario debería ser más bajo aún el LDL y ubicarse por debajo de 55″.
Más vale prevenir que curar
Botto señaló que según las estadísticas médicas, “a los 60 ya ocurrieron la mitad de los infartos en hombres”, por lo que la edad de comenzar a intentar evitar estos episodios “son los treintis”, en referencia a la década de los 30.
Eso, atendiendo a los datos de una encuesta de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) y la Federación Argentina de Cardiología (FAC) sobre infarto agudo de miocardio, en la que se concluyó que la edad promedio de ocurrencia de estos eventos es de 60 años en los varones, “lo que significa que la mitad de los infartos se producen antes de los 60 años, es decir entre los 40 y los 60, y que para llegar a esta instancia muchos de los pacientes debieron haber tenido factores de riesgo mal controlados desde los años previos y que hoy podrían definirse con envejecimiento vascular precoz”.
En este sentido, el cardiólogo señaló que “hasta la adolescencia, del seguimiento de la salud de las personas se ocupa el pediatra; y de allí debiera pasarse a un médico clínico de cabecera que será el encargado de detectar estos factores de riesgo e inducir cambios generales en el día a día del paciente tendientes a evitar el EVA”.
Para él, “un estilo de vida saludable, la práctica de ejercicio físico de manera regular, el control del peso y evitar el tabaquismo son el tratamiento cardiovascular más potente, iniciado precozmente y mantenido en el tiempo”.
“Si esa recomendación de modo de vida se realiza a los 20/30 años en lugar de a los 65, se llevaría a cabo una real toma conciencia de la importancia de la prevención cardiovascular”, insistió el experto, quien destacó que “en la consulta médica, estos factores se evalúan a través de una serie de scores midiendo colesterol, controlando el peso, preguntando si la persona fuma, etc. y en función de esa información se podrán indicar estudios complementarios para reclasificar el riesgo”.
En este punto, si bien la prueba de esfuerzo o ergometría “es el paradigma de la prevención cardiovascular”, Botto destacó que “los infartos se producen en arterias con obstrucciones que no son severas”. “La ergometría puede dar normal porque el paciente puede responder al ejercicio -consideró-. Es un estudio útil para detectar insuficiencia coronaria y obstrucción severa, pero en términos de prevenir un infarto a veces es más útil valerse de ese puntaje de riesgo e incluso ante la sospecha clínica rastrear de manera no invasiva la presencia de placas de colesterol”.
Aquí el cardiólogo hizo una salvedad entre lo que él llama medicina poblacional y medicina personalizada. “La recomendación de una evaluación cardiovascular periódica depende del escenario: una persona sin factores de riesgo puede hacerse un chequeo cada tres o cuatro años, mientras que alguien con factores detectados y no controlados (como colesterol y presión elevados), a criterio médico podría ser citado cada uno o dos meses y una vez controlado el factor de riesgo es viable hacer una evaluación al año”, opinó. “Todo dependerá del acceso a la salud o la posibilidad de personalizar más la atención”, agregó.
Para él, “una valoración del riesgo cardiovascular sería utilizar los scores o puntajes de riesgo generales, y según la Guía de Prevención Cardiovascular de la Sociedad Europea de Cardiología 2021, entre los modificadores de riesgo aparece el score de calcio coronario, y la búsqueda de placas de colesterol en carótidas y femorales por estudios de imágenes”. “Los modificadores de riesgo sirven para, por ejemplo, subir un riesgo bajo o moderado a elevado encontrando ateromas o calcio y por supuesto que si la evaluación de riesgo da alta no hay que usar modificador porque ya marca la conducta a seguir”, aclaró.
“A decisión médica, de manera personalizada, se pueden aplicar modificadores de riesgo entre los que están el estrés psicológico, entre otros”, ahondó Botto, quien destacó: “En la medición de la rigidez arterial, hay aparatos no muy convencionales ni difundidos, que la miden en forma indirecta y en forma directa y pese a que es algo que no se usa con mucha asiduidad en la actualidad es esperable que esta práctica se incremente en el tiempo”.
Infografía Marcelo Regalado
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