A medida que nos adentramos en el nuevo año todavía luchando contra los mismos dilemas inducidos por la pandemia que nos preocuparon en 2020, parece que el estrés y la ansiedad llegaron para quedarse por un tiempo. El simple hecho de salir de casa ahora requiere una lista de verificación mental extendida con barbijos y desinfectante de manos como prioridad. Pero para aquellos que van mucho más allá de la puerta principal, viajar ahora exige más preparación que nunca, y todo se hace con la amenaza del COVID-19 en el aire.
La ansiedad no es nada nuevo para los seres humanos. Andrew Rosen, psicólogo clínico y fundador del Center for Treatment of Anxiety and Mood Disorders en los Estados Unidos, asegura que a unos 40 millones de estadounidenses se les diagnostica un trastorno de ansiedad. Incluso más personas, alrededor del 25 por ciento de la población, están específicamente ansiosas por viajar. Y esos son números prepandémicos.
En el mundo actual de bloqueos, desempleo récord y distanciamiento social, es seguro decir que esas estadísticas probablemente sean más altas ahora. La ansiedad de viaje típica tiende a anticipar lo que puede suceder en el peor de los casos. Si bien esos incidentes tienen poca o ninguna base en hechos o datos reales, COVID-19 es un peligro real. Según los Centros para el Control y la Protección de Enfermedades de los EEUU (CDC), cuanto más viaje, más riesgo corre de exponerse al virus.
“A menudo, cuando hablamos de manejo de la ansiedad, estamos hablando de manejo de falsas alarmas”, asegura Lily Brown, directora del Centro para el Tratamiento y Estudio de la Ansiedad de la Universidad de Pennsylvania. “El problema es que parte de la ansiedad sobre COVID-19 no es irracional”.
“Viajar implica estar dispuesto a exponerse a nuevas situaciones y ser capaz de tolerar cierta incertidumbre porque no sabe exactamente cómo va a ir”, dice Bethany Teachman, profesora de psicología y directora de formación clínica en la Universidad de Virginia, en diálogo con la prestigiosa revista de viajes Condé Nast Traveler.
Según Teachman, la ansiedad relacionada con los viajes generalmente encaja en una de tres categorías: el modo de transporte (es decir, volar, navegar); el destino en sí y desafíos como las barreras del idioma; o la idea de que algo se está perdiendo o está siendo mal administrado en casa. “Lo que tienen en común es la incomodidad con lo desconocido, esa intolerancia a la incertidumbre”, advierte Teachman, miembro de la Asociación de Ansiedad y Depresión de los EEUU.
Si bien no es una afección de salud mental diagnosticada oficialmente, para ciertas personas, la ansiedad por viajar puede volverse grave, impidiéndoles ir de vacaciones o disfrutar de cualquier aspecto del viaje. Si bien los síntomas de ansiedad son diferentes para todos, si se relaciona con los viajes, cuando una persona viaja o piensa en viajar, puede experimentar: frecuencia cardíaca rápida, dolor en el pecho o dificultad para respirar, náuseas o diarrea, inquietud y agitación, disminución de la concentración y problemas para dormir o insomnio. Si estos síntomas se vuelven lo suficientemente abrumadores, pueden desencadenar un ataque de pánico.
“Los miedos inherentes a los viajes en general, están ligados a la actualización de situaciones propias del sujeto en su constitución, que son la indefensión, la vulnerabilidad, la dependencia de los otros, el sometimiento a las prohibiciones y anuencias ajenas y la vivencia bastante generalizada de incertidumbre respecto de una instancia fronteriza entre el psiquis propio y el mundo externo, que juzga, amenaza con fantasías de orden diverso y peligros -en parte anclados en la realidad- que suelen incrementarse, anticipando una estado de alerta con algunos picos en circunstancias específicos en cada viaje”, manifestó consultado por este medio el psicólogo Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Para el experto, “este estado psíquico de alerta, puede elevarse en condiciones normales de nuestro mundo, llegando en algunos casos a una considerable crispación, que, en ciertas casos hipertróficos o incluso patológicos, muestran manifestaciones tales como los ya popularizados ‘ataques de pánico’”.
“Atravesar instancias, como entregas de equipajes, aduanas, controles migratorios y otras barreras, por ejemplo en los aeropuertos, estimulan esa tensión normal, que nos alerta de todas las circunstancias respecto de las cosas que debemos estar atentos. Este ‘eutrés’, -algo así como un estrés positivo- contribuye a estar en vigilia, atentos a lo que va ocurriendo, si bien acelera los mecanismos propios de la inercia de la vida cotidiana. Esas ‘cantidades’ de energía psíquica se incrementan con amplia variabilidad de acuerdo a la configuración psíquica de los sujetos y sus circunstancias de constitución, que se actualizan ante ‘figuras de autoridad’, potenciales ‘censores’, consistentes ‘barreras a atravesar’ y demás controles de documentaciones y otras pruebas de identidad que deben ser satisfechas para lograr llevar adelante el viaje planeado”, manifestó Catelli.
Los riesgos reales, como estadísticas de accidentes, problemas viales, dificultades de salud y otras circunstancias probables de la realidad externa, cobran una particular significatividad en lo que Sigmund Freud conceptualizó como “realidad psíquica”, vale decir, una realidad que puede tener su versión degradada o aumentada, en relación con las coordenadas del sujeto y los modos de darse, en su propia subjetividad.
Los especialistas también señalan que la ansiedad relacionada con los viajes puede cambiar dentro de diferentes contextos históricos. Después del 11 de septiembre, aumentaron el miedo y la ansiedad en torno a los secuestros de aviones. Hoy en día, es la respiración -o peor aún, la tos- de nuestros compañeros de viaje lo que tiene a la gente nerviosa.
Teachman sostiene que las diferentes actitudes hacia el manejo de la pandemia también es un factor importante que impulsa la ansiedad que las personas sienten al viajar. En nuestro propio entorno, podemos controlar nuestros factores de riesgo, pero en nuevos lugares y situaciones no sabemos qué decisiones han estado tomando otros y cómo eso puede afectarnos.
Más allá del riesgo de exposición que causa una mayor ansiedad a los viajeros, también hay quienes están más preocupados por sus acciones que pueden afectar a los demás, ya sea en casa o en su destino. Según Teachman, otros factores incluyen el temor al juicio de amigos y familiares, así como dificultades financieras o culpa por gastar en viajes durante tiempos tan inciertos. “Si bien las personas buscan situaciones de placer, se puede observar también que darse los gustos va muchas veces acompañando de sentimientos de culpa o de preguntas respecto a si se merece el disfrute o no. En este sentido, el temor al contagio exacerbado puede representar el castigo inconsciente por estar disfrutando”, explicó a Infobae la psicoanalista Fiorella Litvinoff.
Por mucho que a todos nos encantaría encender un interruptor y hacer desaparecer el COVID-19, los expertos perciben que es más probable que estemos lidiando con los riesgos y el miedo de este virus en un espectro, y sospechan que la gente sentirá la ansiedad por viajar durante mucho tiempo. Además, recomiendan buscar fuentes de información basadas en pruebas científicas que nos ayuden a orientar nuestras elecciones al realizar primero evaluaciones razonables de los factores de riesgo. Cuando se trata de planes de viaje específicos, Teachman sugiere evitar un enfoque de “todo o nada” y, en su lugar, buscar formas de disfrutar partes del plan original.
“Poder pensar en un sistema organizado y anticipador -opinó Catelli-, es bastante tranquilizador para quienes padecen de menor tolerancia a la angustia previa a los viajes. No olvidemos que la misma angustia es una anticipación psíquica al peligro, es un aviso respecto de lo que el psiquismo advierte como riesgo en el futuro. Ese futuro a veces puede ser un futuro muy cercano, casi inmediato. Será el desafío actual de cada cual poder prever, en conocimiento de las circunstancias existentes de una realidad dada, cómo posicionarse ante la misma, reduciendo todo lo posible las ‘sorpresas’ de unas condiciones que también son variables y que tanto como el COVID-19 están en permanente mutación”.
Y si el estrés de la pandemia se siente abrumador, advierten que es importante buscar ayuda incluso si una personas no cumple con los criterios formales para un diagnóstico de trastorno de ansiedad. “Debemos reconocer que las personas están equilibrando los riesgos para su salud física, así como los riesgos para su salud mental y emocional. Estas no son decisiones fáciles de tomar para nadie. Por eso es fundamental que tratemos de tener algo de compasión mientras resolvemos todo esto. Con el tiempo, podremos aventurarnos de nuevo en el mundo de forma plena y libre, y cuando lo hagamos, esa compasión es algo que debemos llevar con nosotros, tanto en casa como en el extranjero”, finalizó la especialista.
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